No resulta nada extraño comprobar en clave popular cómo el marxismo es asimilado, cuando no identificado, con la vertebración histórica del comunismo a lo largo del XX. El marxismo es una ciencia (materialismo histórico) pero además, y paralelamente, es una filosofía (materialismo dialéctico) y en ambos casos, su concepción dinámica lleva consigo inevitablemente distintas aplicaciones y su propio enriquecimiento hacia formas más complejas y evolucionadas. Al igual que la física, la biología o el psicoanálisis no son los mismos ahora que hace un siglo, la esencia del marxismo es su dialéctica. La ciencia marxista o materialismo histórico es refrendada en la práctica social del día a día: la crisis mundial, la insuficiencia histórica del capitalismo o simplemente, las grandes injusticias sociales en las sociedades desarrolladas. Respecto al materialismo dialéctico, la superación de la filosofía tradicional, no se logra mediante la conversión de la especulación filosófica en mera ciencia positiva, sino en la definición de una filosofía práctica, dinámica, que denuncie el carácter aparentemente neutral de las ideologías.
¿Qué se concluye de todo ello? Algo tan sencillo como que sólo desde el desconocimiento, (o desde el interés) se puede etiquetar el marxismo. Se puede ser marxista en cualquier país del mundo, pero naturalmente, la elaboración de un programa político marxista no puede ser idéntico por ejemplo en la China milenaria, feudal y esclavista, donde hace 60 años arranca la Revolución; en la desarrollada y próspera Suecia; o en España. Nadie se atrevería a decir que el socialismo nórdico, con el mayor nivel de vida del planeta, es «comunista» y sin embargo sí es definido, por todos los teóricos (marxistas y liberales) como objetivamente marxista. Olof Palme fue asesinado por marxista y por liderar con éxito, políticas marxistas en la democracia más rica y desarrollada del mundo. Salvador Allende murió por marxista, y sus políticas económicas (que EEUU se encarga de reventar antes de colocar a Pinochet), no tenían más remedio que diferir sensiblemente de las de la rica Suecia.
La interpretación y aplicación efectiva del método en cada realidad social, nada tendrá que ver. El marxismo de una dictadura como Cuba, (más allá de un bloqueo que ha perseguido estrangular a la isla durante medio siglo), debe juzgarse en contraposición con el nivel de vida de sus vecinos en Haiti o República Dominicana. El marxismo de la actual China, respecto a su antagónico liberal que arranca en igualdad de condiciones, La India. El socialismo nórdico y su resultado final: Suecia, Dinamarca o Noruega, sí resulta pertinente compararlo con su antagonista liberal, los EEUU. El marxismo viene así condicionado por la realidad y las condiciones de existencia concretas de cada país. Los medios para alcanzar progresivamente mayores cotas de libertad (ausencia de necesidad), no son los mismos en un país asolado por el hambre y la miseria, que en otro con abundancia de recursos económicos. En cualquier caso, la característica fundamental de un partido o una persona que se reclame marxista, es siempre la de intentar transformar la sociedad, buscando un mayor bienestar para la mayoría de sus ciudadanos.
Cuando la sociedad critica el desmantelamiento de los servicios públicos, la desigual redistribución de la riqueza o las onerosas jubilaciones de entidades en quiebra; cuando la gente protesta por no poder darse de baja de un contrato de telefonía o por tener que llamar a una línea 902 para actualizar sus recibos; cuando muestra su disgusto por el oligopolio de los carburantes o exige una nueva ley hipotecaria; cuando se apela a un nuevo estatuto del BCE o a una tasa sobre las transacciones financieras; cuando se denuncian los paraísos fiscales, el blanqueo de capitales o la prescripción de los delitos, la sociedad no hace otra cosa que reclamar una interpretación marxista de la política, aunque la inculcación del falso ideal al que ha sido sometida (interiorizado a la dignidad del individuo), quizá no le permita nunca darse cuenta de ello. Con todo, la creciente conciencia social respecto a la urgencia de una respuesta política en este sentido, conlleva una indiscutible vocación marxista cuya definición efectiva, está aún por determinar.