Todos conocemos a los famosos guerreros japoneses que, al servicio de un noble daimio, ilustraron la rica historia de la era Tokugawa (1603-1868). Eran valientes, arrojados, disciplinados y se ejercitaban de continuo en las nobles artes del Camino y, muchos de ellos, en el espíritu del sintoísmo. Cuando el gran Maestro Dogen, en siglo XII, llevó desde China el camino del chan, o sea, el taoísmo transformado por el budismo, en Japón alcanzó el culmen de su finura estética dando nacimiento al Zen.
Todos los guerreros samurais seguían el código bushido, que en Occidente hemos traducido torpemente por artes marciales, cuando, en realidad, se trata del arte de detener la flecha en el aire. La del adversario y la propia. Es un camino de perfección, do. Por eso, sus diversas variantes se denominan ju do, ken do, kyu do, cha do, taekwon do, karate do, etc. Los caminos de la fuerza del contrario, de la espada, del arco, del té, de la armonía, de la mano vacía. Karate sin do, es puro boxeo.
Pues bien, un samurai llegó al galope y detuvo su cabalgadura ante la humilde morada del Maestro Zen Hakuin. Se descalzó, entró y saludó al Maestro al que preguntó de inmediato:
– Señor, necesito saber si realmente existen el infierno y el paraíso.
– ¿Quién eres tú? – preguntó el Maestro.
– ¿Yo? El guerrero samurai…
– ¿Tú, un guerrero samurai? Pero mírate bien mastuerzo. Con esa cara de bobo pareces un mendigo y un truhán. ¿Qué señor va a quererte a su servicio?
El samurai, preso de la más viva cólera, desenvainó su sable. Hakuin continuó:
– ¡Jo, además de estúpido, eres cobarde y demasiado torpe para cortarme la cabeza de un tajo.
El samurai, fuera de sí, alzó el sable con ira dispuesto a golpear al Maestro. En ese momento, éste dijo:
– ¡Aquí se abren las puertas del infierno!
Sorprendido por la inmensa paz del Maestro, por su tranquila seguridad y por su sonrisa, el samurai envainó su sable y se postró en el suelo respetuosamente.
– ¡Aquí se abren las puertas del Paraíso!
El samurai comprendió perfectamente, hizo una reverencia y partió liberado de su duda existencial: ¿Infierno, Cielo, Eternidad? Aquí y ahora.