En medio de la penumbra política argentina, nos vemos, como Radicales Libres, en la obligación de ensayar un pormenorizado análisis de la decadencia actual y de la tremenda crisis moral e intelectual del país, así como la de plantear una profunda interpelación para alcanzar un abarcador programa de reflexión política y de acción ciudadana.
Somos conscientes que la gestación de esa decadencia no ha sido un fruto reciente y que por el contrario la Caja de Pandora de la miseria argentina viene arrastrándose desde hace un largo tiempo, como hija de nuestros propios errores y no como obsequio de ningún dios en venganza por el robo del fuego. Dicho proceso de creciente aplastamiento no se ha limitado a estrechos espacios del espectro político y económico sino que ha penetrado todos los ámbitos de la vida social, propagándose desde la escala mas alta de la educación y la ciencia –donde se incubó el Huevo de la Serpiente– y llegando a los rincones mas impenetrables del trabajo, la salud, la vida profesional y las instituciones políticas, sociales y culturales.
El derrame de ese aplastamiento ha envilecido la mayoría de las políticas públicas, entre ellas la de seguridad ciudadana, con la aplicación del abolicionismo penal, que ha desatado el miedo y hasta el terror entre la población civil, y la privatización del juego y su metástasis que ha corrompido a gran parte de la sociedad; la comunicacional, con el ocultamiento de la estadística y la información pública, el abuso de la cadena nacional, y el uso artero y discrecional de la pauta oficial y las frecuencias radioeléctricas; la ambiental, con la negligencia en el control ecológico de las multinacionales mega-mineras, agroquímicas y pesqueras; la poblacional, con la demagogia electoralista en el otorgamiento de visas y calidades migratorias; la cultural, con la tergiversación de la memoria histórica al demonizar selectivamente el pasado con interpretaciones maniqueas; y la diplomática, con la escandalosa indiferencia hacia el drama de la humanidad en Medio Oriente (Primavera árabe), en Europa Oriental (Ucrania) y en el África subsahariana (Nigeria).
El mecanismo de aplastamiento no ha sido uno solo sino que ha consistido en una compleja mezcla donde han proliferado a través del tiempo especies diversas según la naturaleza de los organismos infectados. Pero los sucesivos enroscadores de víboras que se han sucedido en el serpentario político argentino no han servido para acabar con dicho aplastamiento. Los organismos involucrados que aquí vamos a estudiar en detalle (con ejemplos incluidos en links) han sido eminentemente los centros de ciencia e investigación, las universidades, los partidos políticos, el periodismo, los colegios profesionales, las cámaras empresariales, el ministerio público, la magistratura judicial, las obras sociales, las iglesias confesionales y los sindicatos.
En principio, podríamos diagnosticar la patología como fruto de un desalmado centralismo burocrático, engendrado desde el poder de un estado macro-cefálico, y también desde los poderes extraterritoriales como el Banco Mundial (o BID) y el aparato político de Venezuela. Pero observando y analizando la patología microscópicamente, amén del burocratismo estatal (nacional, provincial y municipal), con su clásica cuota de racionalidad legal, los organismos apestados fueron contagiándose y retroalimentándose unos a otros, en cascada o cadena, como un virus en una pandemia, con todas las artimañas, coartadas y simulacros legales (asambleas, elecciones, jurados y referatos fraudulentos; estatutos, reglamentaciones y resoluciones administrativas antidemocráticas e inconstitucionales; y jurisprudencias exculpatorias que archivan las denuncias y absuelven a los procesados) y con todos los síndromes viciosos imaginables (sectarismo, conformismo, favoritismo, hermetismo, oportunismo, charlatanismo, gatopardismo, verticalismo, canibalismo, etc.).
El contagio y las reciprocidades se fueron incubando en intensidades desiguales y en dosis crecientes, hasta devenir en un redil intercomunicado de roscas, camarillas y trenzas; y más tarde en una sofisticada y sistémica asociación ilícita, de gravedad terminal, que infla dolosamente el gasto público y alienta peligrosamente la ilegalidad y la inseguridad. En ese sentido, los tres poderes públicos y los partidos políticos, de consuno, deberían asumir la imperativa obligación de desmantelarla y el ministerio fiscal de acusarla de oficio, y deberían asimismo señalar la necesidad de su imprescriptibilidad y la exclusión de los beneficios de la excarcelación.
La víctima más trágica de esta contaminación no ha sido principalmente, como todos suponen, la economía y la seguridad, sino la capacidad creativa y emprendedora del pueblo en general y de los individuos y ciudadanos en particular, que se han visto moral e intelectualmente anestesiados hasta niveles humillantes. El sistema de premios y castigos ha venido promoviendo a los más mediocres, inescrupulosos y alineados sectariamente con el partido oficial, en clara intentona de colonizar el aparato del estado y fundar un partido único. Se premia con toda suerte de prebendas al obediente y sumiso, al que nunca critica, al que calla y otorga, al que miente e intriga, y al que se adhiere a la cadena de complicidad y silencio. Por el contrario, se estigmatiza y persigue a todo aquel que se atreve a discrepar, a denunciar, a sugerir un cambio o una innovación, y que no acepta pactar con trenza alguna ni vender su dignidad por un plato de lentejas.
Iniciando esta saga con los organismos de ciencia e investigación, en ellos han prevalecido las prácticas de camarilla, la indiferencia suicida hacia la infraestructura material y digital del conocimiento, el canibalismo del botín de guerra, las violaciones al régimen de incompatibilidades y de conflicto de intereses, el culto demagógico a los pares evaluadores en desmedro de los sabios consagrados (como es en Alemania), la creciente fuga de cerebros, y el menosprecio por capitalizar las patentes y regalías en nuestro propio país (14 patentes del CONICET y 23 del INTA fueron registradas en USA). Y en consecuencia, la educación pública y también la privada, la terciaria y la universitaria, se ha visto conminada a operar como rehén de un mecenazgo estatal facciosamente sesgado que ha colonizado sus filas con sobornos y sectarismos, y que ha segregado espacial y disciplinariamente el entramado universitario, mientras que la endogamia incestuosa de su cuerpo docente, con su gangrena congénita, viene incrementando a escala descomunal la decadencia intelectual y moral de la nomenklatura académica.
Descendiendo de la ciencia y la educación superior hacia la realidad de los partidos políticos, en estos se ha acentuado una crónica ausencia de debate, y en su decadente competitividad han venido predominando diversas y contradictorias lógicas (estrategias, tácticas) y prácticas (hábitos, vicios, desviaciones y permisivismos), a saber: lógicas cuantitativistas del patrimonialismo y el clientelismo electoralista, estrategias movimientistas y pactistas del frentismo político, tácticas agitacionistas del proselitismo de vanguardia, y seguidismos bonapartistas a los liderazgos carismáticos sucesivamente hegemónicos. A estas contrapuestas lógicas y a la situación esquelética del principal baluarte de la coalición se deben computar endémicas prácticas tales como: vicios seniles del paternalismo y el prebendalismo, hábitos dinásticos y nepóticos, patologías narcisistas del figuronismo, oportunismos transigentes y complacientes del acomodo gatopardista, y sospechosos y esquizofrénicos permisivismos a las presiones oficiales en las votaciones legislativas.
Para boicotear el cambio político radical que se avecina, las autoridades partidarias se han obstinado en negarle a sus afiliados el derecho a volcar sus inquietudes y denuncias, y el régimen electoral supuestamente destinado a transparentar las crónicas pugnas de los posicionamientos internos (las PASO) ha vulnerado y contaminado la vida de los partidos, ha cristalizado una dirigencia vitalicia y ha hecho que en una coalición sea más problemático lograr un liderazgo unificado. De todo ello ha resultado una constante desmovilización de sus partidarios que debilita aún más su participación activa en la construcción de un sostenido programa político de cambio, lo que lamentablemente augura un eventual y futuro fracaso, y en tal funesto caso, un trágico proceso de disolución nacional.
El periodismo no ha sido ajeno a esta escalonada debacle, que desde la educación y la política se derrama con la fuerza de un virus. Sin referirnos al periodismo oficial, que es un mero aparato propagandístico adicto, incurso en extorsiones y en la apología del crimen; el llamado periodismo independiente se ha destacado –con honrosas excepciones– por acatar el rating y la pauta publicitaria, por incurrir en operaciones de prensa para consagrar el continuismo, por el silencio mediático sobre aquellas áreas y organismos donde medran sus colaboradores y apadrinados (e.g.: ciencia y tecnología), y por entrevistar reiteradamente a las “figuritas repetidas de siempre”, en lugar de investigar los delitos que derivan en daño moral e intelectual, y no meramente casos criminales y policiales que resultan en lesiones físicas y materiales.
Los colegios profesionales, integrados por graduados de las universidades, tampoco han sido ajenos a la debacle desatada, pues al no controlar –en aras de la expansión de su matrícula– la legitimidad de los títulos y diplomas de sus miembros, cayeron en los vicios más bajos de la complicidad y la venalidad. Y las cámaras empresariales, pese a sus tardías críticas, fueron colaboracionistas silenciosos de las licitaciones fraudulentas y las votaciones mercenarias (coimas) manipuladas a lo largo y ancho del país.
Los aparatos eclesiásticos y evangélicos tampoco escaparon a la debacle, pues amparados por la indiferencia de los poderes judiciales están incursos en encubrimiento de delitos de pederastia, de lesa humanidad y de lavado de dinero. Y la administración de justicia, compuesta por letrados universitarios, estuvo incurriendo en vicios de pleitesía y vasallaje al poder político y viene tolerando condicionamientos que avalan situaciones de insultante impunidad, a cambio de fueros y privilegios salariales, fiscales y previsionales, y también a cambio del hermetismo en las declaraciones patrimoniales de sus miembros (acordada de la Corte Suprema de Justicia).
En último lugar (en razón de la distancia con la educación formal), el sindicalismo opositor –único al que podemos denominar tal, pues el oficial ha devenido en un camarada de ruta de la parafernalia estatal– viene repitiendo también los viejos vicios de la burocracia obrera (derrotismo, colaboracionismo, matonismo), ahora desbordando sin tapujos hacia el sindicalismo empresario y gerencial, propietario de obras sociales y de otros negociados ajenos al gremialismo histórico.
Finalmente, todos ellos: científicos, políticos, periodistas, profesionales, empresarios, sacerdotes, jueces y sindicalistas, le adeudan al pueblo argentino una drástica autocrítica sobre sus respectivas conductas; y por cierto, también le deben un freno a la impunidad y a la repetición de funcionarios corruptos (como ocurrió con el continuismo de Cavallo en la Alianza). El activo consentimiento por parte de algunos periodistas del desempeño de ciertos ministros kirchneristas enciende la alarma por el presente y futuro de las libertades y la decencia pública.
En suma, el nuevo espacio opositor o Frente Amplio UNEN debería garantizar no incurrir en nuevos gatopardismos como el de la frustrada Alianza, para lo cual tendría que estrenar en forma urgente una CONADEP de la corrupción e incorporar en su programa de acción el desmantelamiento del malezal legal que en las áreas y organismos aquí denunciados atenazan y asfixian la creatividad del pueblo argentino y alimentan un eventual proceso de extinción y tragedia.