Este viernes, día 8 de agosto, comienzan los Juegos Olímpicos, una celebración del deporte, de la superación y de la igualdad entre razas, culturas y religiones, pero también una celebración de la censura, de la violación de los derechos humanos y de las barreras a la libertad de los individuos.
Justo en el momento en el que nos creíamos hijos de una época de libertad, el Comité Olímpico Internacional (COI) se ha desmarcado con una ordenanza, revestida de recomendación persuasiva, en la que impide a todos los deportistas hablar de cuestiones políticas relacionadas con el gobierno chino.
Es decir, que si cualquier deportista hace algún comentario relacionado con la falta de libertad en China, con la represión de ideologías heterodoxas, o con el expolio de el Tibet, será expulsado inmediatamente de la competición, lo cuál es amenaza suficiente para cualquier participante en los Juegos Olímpicos que lleva cuatro años aguardando la cita.
Parece, entonces, que la evolución social que se iba a producir en el país asiático gracias a los Juegos se está quedando en algún limbo celestial, y el COI está promoviendo el silencio y el ‘mirar hacia otro lado’, en lugar de aprovechar la resonancia internacional de una competición de este tipo para fomentar la apertura del régimen chino.
En definitiva, estamos regresando a tiempos pretéritos que ya creíamos olvidados. A tiempos de 1936 cuando un recién llegado al poder Adolf Hitler utilizó sus Juegos Olímpicos para demostrar al mundo su poder (y sus intenciones), o a tiempos de 1980 cuando la guerra fría se inmiscuyó en temas deportivos y generó el boicot estadounidense, que luego se devolvió, en versión rusa, en 1984.
De cualquier forma, habrá que disfrutar de un espectáculo deportivo de altura, disfrazado de vergonzante censura política e ideológica.