Mi titular refleja la voz en grito de algunos pobres «vividores», que iban de feria en feria con una especie de ruleta a cuestas y en cuyo círculo, eran colocadas estampas de cineastas famosos de la época, hombres y mujeres… aquella ruleta se ponía en marcha con una «perra gorda» (diez céntimos de peseta) y el jugador, la ponía en una de aquellas estampas, que eran equivalentes en machos y hembras, también había espacios en blanco y que eran a favor «de la banca». El dueño de aquel artilugio, una vez hechas las posturas, daba con la mano impulso a aquella rueda (que como es lógico debía tener su trampa)… si la rueda se detenía en «tío» y habías jugado a «tíos», te daban una chuchería; igual ocurría si jugabas a «tías»; pero la mayoría de veces aquella maldita rueda se detenía en los huecos donde no había nada. Aún así algunos chiquillos gastaban su calderilla esperando llevarse un buen premio, que como es lógico nunca llegaba y aquel «tío o tía» (pues también había mujeres) vivían de aquel sencillo artilugio, puesto que ya digo; iban de feria en feria y sobre todo a las de los pueblos o pequeñas localidades, donde se presumía que… «los tontos y catetos eran más abundantes».
Ese juego se ha perfeccionado al infinito y gracias a esos medios tan enormes que la electrónica a facilitado a «los fulleros»… y hoy proliferan ante nuestros ojos en una abundancia que asombra, puesto que lo lógico es que fueran ilegales y prohibidos por los gobiernos… ¿pero el pueblo espera algo eficaz de la mayoría de gobiernos? Sonriamos viendo el cruel panorama que tenemos encima. Esos caza idiotas, ya digo proliferan en televisiones, radios, periódicos y no se en cuantas publicaciones más… y al parecer les va divinamente, lo que indica que las masas de tontos son inmensas.
Veamos la realidad actual y donde tanto fullero vive de la tontura e idiotez de las masas y de la connivencia de unos Estados que no vigilan los intereses generales (la dictadura del general Franco, fue mucho más cauta en esto; prohibió el juego y dejó sólo la lotería nacional, los cupones de los ciegos (por el enorme servicio social que hicieron) y las quinielas de fútbol; pero todo ello férreamente controlado por el aparato estatal, que era el que percibía los beneficios totales de los juegos autorizados).
En un muy buen trabajo periodístico lo denuncia Pablo L. Barbero en diario ABC y que luego ha reproducido Periodista Digital en su edición del 24-08-2009.
En resumen son esas tan abundantísimas invitaciones a que mandes un SMS (que yo no sé lo que es, pues afortunadamente aún no necesito el telefonín y hasta hoy me he librado de esa nueva argolla de esclavo) a un determinado lugar, donde se sortea «el oro y el moro de turno»; que marques un número de teléfono que empieza en 95 y que ni sabes a donde te va a llevar ni las consecuencias que tiene; o esos números de muchas cifras que aparecen en los periódicos y que te ofrecen, algo mejor aún, que «las ofertas de huríes del paraíso musulmán», etc. etc.; pues ya digo, hay nubes de cepos para cazar incautos. Tampoco responda a las llamadas a los móviles, que no identifique; dicen que suelen ser… «trampas monstruosas y en las que quedas indefenso».
Es más y esto es otro abuso… el pasado año y entrando por la frontera de Portugal por Extremadura; la guía nos advirtió que ojo con las llamadas del móvil y las que nos hicieran a nosotros desde España; puesto que aquellas compañías portuguesas, cobraban la llamada a ambos teléfonos… sí… tanto al que manda como al que recibe y en una proporción que no recuerdo; lo que ya es en sí «un robo a mano desarmada»; por tanto y ya digo, déjese de bobadas y no pique como un necio en estas modernas rifas del «tío y la tía»… que nunca tocan. Si no puede reprimir el vicio del juego, sepa que todos, absolutamente todos los juegos fueron y son inventados para que el dueño del sistema se forre y sólo las migajas caigan en los jugadores. Si acaso juegue con moderación a los juegos estatales, al menos las ganancias se ingresan como impuestos en el erario público… y aunque nunca bien administrado… pero algo quedará para el contribuyente; en los otros no queda absolutamente nada… salvo la decepción.