Las indicaciones para bajar de peso se sustentan en restricciones y prohibiciones. ¿Realmente son necesarias? ¿Qué hay de racional en ellas?
Una señora embarazada estaba en la revisión con la matrona y ésta le dijo: «Tienes que beber al día por lo menos un litro de zumo de frutas natural. Prohibido refrescos azucarados, bebidas alcohólicas, café, zumos con azúcar, dulces, helados, chocolate, frituras…» La señora obedeció y, durante todo el embarazo, llevó una dieta equilibrada y variada, siguió todas y cada una de las indicaciones y bebió un litro de zumo de frutas natural todos los días. Cada vez que la paciente iba de nuevo a revisión, la matrona le echaba una reprimenda por haber subido mucho de peso y la mujer, impotente, decía que había seguido todas y cada una de sus pautas dietéticas al pie de la letra. Pero la matrona no la creía y le insistía una y otra vez: «No comas patatas fritas, no comas dulces, no bebas refrescos ni zumos azucarados, no comas helados ni chocolate…«. Lo que no calculó la matrona es que, si a una dieta normalizada le añades aproximadamente 500 kilocalorías diarias a través de ese zumo de frutas natural, al cabo de un mes se han ingerido 15.000 kilocalorías excedentes y, a lo largo de 40 semanas que dura un embarazo, supondría la friolera de 140.000 kilocalorías extraordinarias.
En demasiadas ocasiones no se aplica la lógica cuando se dan indicaciones a un paciente. Los dictados se basan en prejuicios sobre la comida y sobre las personas (qué es saludable y qué no, qué come la gente y qué no), fijándose más en las estadísticas que en el individuo, en los repertorios de las élites de la nutrición que en las circunstancias personales.
Hay algo que está en la mente de todo el que quiere adelgazar y de todo el que impone unas pautas para el adelgazamiento: «si no cumples a rajatabla lo que se te dice, fracasarás». Es el «todo o nada» de la dietética del adelgazamiento. Si no nos ceñimos a las restricciones, prohibiciones y aislamiento social, creemos que no funcionará. Por eso, cuando no estamos a dieta pero creemos que deberíamos estarlo, comemos de manera desequilibrada, y utilizamos mecanismos de consuelo y autoengaño: «el lunes empiezo la dieta» o «ya iré a un especialista para que me haga adelgazar» o «por ahora no tengo tiempo para ocuparme de este asunto». Y cuando nos da por imponernos o dejar que nos impongan una forma determinada de alimentación, nos sometemos a una actitud antinatural ante la comida y a un estrés innecesario, con lo que no podemos perpetuar esta situación en el tiempo. En estos casos, la fuerza de voluntad, por mucha que se tenga, no puede contra la fuerza de nuestra propia naturaleza.
Antes leí un artículo que decía que las patatas fritas empaquetadas hay que sustituirlas por frutos secos cuando se quiere perder peso. No sé quién fue el irresponsable que lo escribió, pero así no vamos a llegar a buen puerto. Los frutos secos son un alimento altamente energético, tan o más energético como las patatas fritas empaquetadas. El miedo a algún alimento concreto es lo que nos hace dar bandazos y confundir a las personas. Se pueden comer patatas fritas y frutos secos (las dos cosas), siempre que seamos conscientes de su capacidad energética y empleemos una herramienta con la que podamos utilizar la economía energética, ya que, como no me canso de decir, lo que cuenta es la dieta que se practica a lo largo del tiempo, de los días, semanas y meses, y los hábitos saludables (actividad y ejercicio físico). Las prohibiciones, restricciones y sustituciones ilógicas, son lo que nos confunde más y más. Y cuanto más nos confunden, más engordamos.
No se trata de «todo o nada», de «estar a dieta» o «no estar a dieta», sino de encontrar un equilibrio saludable, sin reglas estrictas ni permisividad irresponsable, sin demonizar a unos alimentos mientras se ensalzan las propiedades positivas de otros. Porque, al final, todos los alimentos son necesarios y beneficiosos en sus proporciones adecuadas y todos pueden causar algún tipo de perjuicio si se abusa de ellos o se tiende a la unilateralidad.