Después de explayarse en todos los términos pertinentes al romanticismo político como son, y véase, libertad, paz, democracia y justicia social; por otro lado, diálogo, legalidad y civismo nos queda el fondo: la cadena humana en reivindicación de la independencia de Cataluña. El colofón el proyecto masista que alude a las más nobles causas del mundo político así, y ahora, configurado. Réplica aparte del presidente del gobierno, Mariano Rajoy, situando los límites (¿dónde deben de estar?) y marcando el camino indicado por la Constitución española, las del 78, la refrendada por los españoles, en su día, inclusive catalanes. Así las cosas, día 11 de septiembre y acto de masas, acto de protesta, pero acto de ¿democracia?
Foto: procsilasEl mérito ha sido solo de los políticos catalanes en su resplandeciente aparato de propaganda. Ellos han conducido los ánimos, reproducido la teoría de la explotación España-Cataluña y animado a las masas a salir de sus escondrijos, sumar seguidores y perseguir el sueño colectivo de la nación libre. Ciertamente, sea como fuere, ahora la opción de la independencia está en su punto álgido y, aunque el señor Mas cayó algo en sus últimas elecciones, fue precisamente en favor de otra fuerza política favorable a la independencia como es ERC. Dicho lo cual, el cambio, creo, se ha urdido de arriba hacia abajo, pero esto no es menos ímprobo que la extensión de los tentáculos del nacionalismo español con reflejo en la Carta Magna.
Con este panorama, la fuerza moral de unos es tan baja que se doblegarían sumisos ni no fuera porque, por caer bajo, los políticos españoles (y catalanes) no conocen los límites de los abismos. Es más, excavan y pergeñan más hondas cavernas de la conocida clase política, sus chanchullos e intereses no muy humildes, menos aun honestos. Cabe plantearse si, por encima de los textos sagrados, la independencia es un loable fin político. Yo, sin lugar a dudas, pienso que sí. Mi argumento fundamental sin entrar en tecnicismos aburridos de la economía viene a ser que la historia evoluciona, se crea paso a paso, y lo que no existió en los libros de historia hace unos años ¡ni siglos! es porque debe escribirse en la actualidad, pluma en tintero, quizás por los tiempos que corren, teclado y pantalla.
Así contrarresto esos memoristas enciclopédicos que invitan a un café narrando la biblia en pastas sobre si en tal o cual año menganito hizo esto o lo otro. Siempre con gran precisión en las citas, en las fechas y en los hechos pero olvidando que su prosa, por muy instructiva que ésta fuere, sólo evoca un pretérito, pluscuamperfecto a lo sumo, no sin ironía. Lléguese, pues, a la conclusión que vivimos en el siglo XXI, era de la globalización, que muchos malentienden como la época de los grandes estados, de los sueños del Estado Mundial, o al menos de las uniones tipo UE, Estados Unidos de Europa u organizaciones son aspiraciones totalizadoras internacionales. La globalización, en cambio, solo es un fenómeno que parte de la apertura al libre paso de las personas, al libre trasiego y quehacer de los comerciantes y de los productores y a la tecnología de la información que nos acerca unos a otros ¿alguien puede decir que Suiza no está dentro de la globalización? ¿Y Noruega? Países pequeños son garantía de autogobierno eficiente -o al menos más que los grandes y mamotréticos- porque se aproximan más al ciudadano, y eso, en democracia, cuenta por un plus.
Terminado esto, prosigue el argumento de los gafapasta economistas, y en un fino análisis de incentivos, analiza que los países más fraccionados, sea, por independientes y pequeños, sea por federados, son más viables económicamente. Su necesidad de comercio los hace más permeables al libre comercio, al mercado y al paso de las personas, son más internacionales y no pueden refugiarse cual pueblerinos en su idioma materno ni vestir estrambóticos atuendos tradicionales. En suma, es una ventaja. No es garantía porque en este mundo nada lo es, sobre todo si acampa el vampirismo pero si nos fijamos los países pequeños son más proclives a bajar los impuestos y ser más libres. Y eso es bueno. Porque los Montoros no acosan con tanta perseverancia ni los populistas se pueden permitir crear garitos aislados, proteccionistas al estilo dieciochochesco ni creerse los amos del mundo: obviamente, son pequeños.
Estos, y creo que no me dejo ninguno más relevante en el tintero, ni en la punta de lengua como suele decirse, son los argumentos que me llevan a pensar que, a pesar de los actuales gobernantes, quizás debería verse con mejores ojos la independencia, inclusive por los mismos españoles no catalanes.