Turismo de favela
Existe el turismo de miseria. Existe en Brasil, en India, en Sudáfrica, en México y en Kenia, de momento. Es el turismo que refleja la pobreza, la marginación, y sobre todo la desigualdad. Que la busca y quiere fotografiarla. Que se asienta en la seguridad de sentir un miedo inacabado, de ver armas, quizás drogas, y saber que todo está asegurado, que la realidad empieza cuando los blancos se hayan ido.
Cuando nos hayamos ido. Es fácil escribir en una computadora conectada al mundo, pero al menos esto se extiende y genera información. Quizás un no o un rechazo por los blancos que pagan este tipo de turismo. Turismo o periodismo. Al menos periodismo.
El turismo fue desde siempre una actividad económica que reflejó las desigualdades del mundo, especialmente las del Norte y el Sur, las de Occidente y no Occidente. Los alemanes viajan a India, los estadounidenses a Tailandia. Los británicos a las Islas Canarias. Los del norte de Italia al sur y Calabria. Los españoles a las playas de Túnez. Los franceses a sus antiguas colonias. Buscan sol y buenas temperaturas, pero siempre la mejor oferta al menor coste. Y asà hasta que el orden del mundo quizás se altere.
En Brasil el turismo en las favelas de RÃo de Janeiro empezó en 1992, con la empresa Favela Tours. Hoy dÃa la empresa realiza dos viajes al dÃa. Un viaje que se inicia con la recogida de los turistas en sus respectivos hoteles, donde una furgoneta con aire acondicionado les llevará hacia las colinas donde se extiende la favela de Rocinha, una de las más grandes de RÃo, con cerca de 70.000 habitantes.
Del hotel a las callejuelas serpenteantes de la favela, de la furgoneta acondicionada al calor sofocante. De la comida del buffet del hotel al arroz y judÃas de los cariocas de Rocinha. Del ascensor al sudor de llevar la compra hasta arriba. La desigualdad explotada, convertida en curiosidad explotadora por el turismo de la desigualdad. Algo falla.
Otra empresa es Don’t be a gringo! Be a local (¡No seas un extranjero! Sé de la ciudad), creada en 2003. La idea que ofrecen es que RÃo de Janeiro debe ser visitado al completo, con favela incluida, como si fuese algo para coleccionar. No te lleves a casa una parte de la ciudad, llévatela toda en tu cámara fotográfica. Su viaje dura tres horas, se sube en moto hasta lo alto de la colina y se baja a pie. Lo bueno es que en el paquete se incluye las conexiones desde el hotel y un guÃa que habla sobre la vida en la favela.
Los turistas son todos blancos, vestidos para el calor y de colores. Todos sonrÃen cuando los fotografÃan. Son felices. No tienen miedo y saben que eso que ven se acaba luego y rápido, en menos de tres horas. Que esos niños negros que les ofrecen una batucada con cubos y baquetas artesanales de madera se quedarán allà y se acabó. Ellos volverán a sus paÃses de blancos, donde podrán contar que estuvieron en una favela carioca, y que no les pasó nada, pero vieron todo.
Se hacen plaquitas de recuerdo para vender a los turistas, se permite hacer fotografÃas a las casas y a las personas. Incluso una vez, cuenta la socióloga brasileña Bianca Freire Medeiros en su libro sobre el turismo de favela, una turista blanca levantó la tapa de una sartén para ver lo que estaba cocinando aquella mujer de la favela. Le tuvieron que decir que eso no se hacÃa, que aunque pareciese un zoológico, pues podÃan hacer fotos a los negros, llevarse recuerdos a casa y recibir la ayuda de un guÃa especializado, pero no tenÃan derecho a inmiscuirse en sus vidas, pues lo mismo se llevaban un susto. Ante todo respeto y cada uno a lo suyo.
“Algo que les interesa mucho a los turistas son los rostros. En la favela de Rocinha los negros son los más fotografiados. A través de las fotografÃas de los turistas se tiene la impresión de que la favela es negra. Esto demuestra que la pobreza tiene cara y tiene color. La pobreza es negraâ€, escribe Medeiros. Y duele.
Jesús Jiménez Prensa
Periodista