- Es grandioso ver cómo la misma vida te provoca una homeostasis (un proceso mediante el cual el organismo satisface sus necesidades, interactuando con el medio ambiente y proveyéndole de estímulos, dando como resultado una conducta).
La vida te causa dolor para que conozcas tu fortaleza, te provoca miedo para que descubras tu valor, te enferma para que valores la vida.
De manera natural estamos expuestos a tratar con una serie de personas con psicologías sanas: equilibradas, serenas, entusiastas, optimistas, pero también con personas con psicologías enfermas: hipocondríacas, esquizofrénicas, megalómanas, amorfas, raras, depresivas, pesimistas, asustadizas y desequilibradas…
Asimismo, nos exponemos a temperamentos coléricos, nerviosos, apáticos, sentimentales, apasionados, sanguíneos, superficiales y profundos…
Cada individuo tiene su propia personalidad o característica que lo hace único e irrepetible en el mundo…
Con todos estos tipos de psicologías, es imposible entender a cada persona, y es ahí donde empieza nuestro problema: querer entender a los demás, cuando es más fácil y productivo empezar por entendernos a nosotros mismos, así como es mas fácil cambiar lo que hacemos para lograr nuestros deseos, que cambiar nuestros deseos y vivir frustrados por no lograr nuestros sueños.
Mientras vivimos odiando, sin querer perdonar y dejar atrás todo lo que pasó (porque es importante reconocer que no podemos cambiar el pasado, no poseemos una varita mágica que regrese el tiempo y nos permita cambiar lo que salió mal) no avanzamos. Es mas fácil soltar el pasado, y ahí va implícito el perdón a quien nos hizo daño.
Quiero aclarar que perdonar no es aceptar comportamientos negativos, sean propios o ajenos. Perdonar no es aceptar la violencia, la agresión, la mentira, la infidelidad… Perdonar no es olvidar lo que sucedió. Perdonar es recordar sin sentir dolor. Perdonar es asimilar lo sucedido, sin que surja ningún conflicto psicológico o físico, como rezago de amargura.
Según el DRAE, la palabra amargura significa: aflicción, sinsabor, disgusto, pesadumbre, melancolía. Y se origina de la siguiente manera: se recibe una ofensa y no se perdona. Al no perdonar, la ofensa se traduce en ira, posteriormente, la ira se traduce en resentimiento. Y el resentimiento da lugar a la amargura. Si la amargura no la eliminamos, le dará paso a la depresión.
Perdonar no es olvidar lo que sucedió.
Perdonar es recordar sin sentir dolor.
El perdón es una cualidad divina. Una persona que no perdona, no puede esperar un desarrollo en su vida espiritual.
Cuando no hemos perdonado, se apodera de nosotros la desconfianza, y creemos que todos nos van a hacer daño. Este sentir lleva a que tengamos miedo o paranoia. Cuando el miedo surge el cerebro (que es la glándula mas grande del cuerpo) recibe un tremendo impacto sobre el resto de nuestros órganos (sistemas, tejidos, células): inmediatamente es captado por el hipotálamo, que es el piloto del cerebro y controla nuestras funciones, descarga adrenalina por el torrente sanguíneo y en menos de un segundo, el mensaje de lo que estamos sintiendo lo perciben las personas que están cerca de nosotros.
Pero eso no es todo. Una vez iniciado el proceso del miedo, los bronquios se abren y la respiración es más profunda, el corazón palpita con velocidad, la tensión arterial va aumentando, el azúcar entra en el torrente sanguíneo para proporcionar mas energía adicional, el aparato digestivo se cierra y los vasos sanguíneos se contraen y frenan el flujo de la sangre provocando palidez, las pupilas se dilatan para ver mejor, los vasos sanguíneos ahora se abren para que fluya más sangre, los músculos se contraen y nos ponemos tensos… A todo este proceso se le conoce como estrés (miedo, coraje, impotencia) y cada vez que se repite este proceso se deteriora nuestra salud.
¿Estamos siendo conscientes de cuántas veces al día nos ocurre esto?