Las palabras se las lleva el viento, pero ¿adonde? ¿Qué sucede con las palabras que un día se pronunciaron y luego nunca se cumplieron? ¿Existe un retiro espiritual para esas palabras que unos escucharon pero que ya nadie las recuerda?
Es sencillo lanzar unas palabras más o menos organizadas en forma de frase, es irrisoriamente simple prometer y prometer, pero lo complejo, lo que demuestra la valía como ser humano es conseguir que las palabras que se enunciaron se conviertan en hechos refutados.
Vivimos, sin embargo, en una sociedad carente de todo tipo de moralidad que ha dejado escapar el valor de las palabras, el valor de las palabras pronunciadas. Hoy ya nadie se fía de una palabra, porque la palabra vale menos que lo que cuesta pronunciarla.
Se promete firmar acuerdos que luego se quedan en papel mojado, se habla de incrementos salariales que luego no aparecen o de fechas finales para reformas integrales que luego nunca se cumplen, todo queda en el aire, todo se deja mecer por el viento hacia algún lugar, pero ¿hacia dónde?
Vuelan, vuelan sin parar, y no se detienen a valorar el coste económico que su falta de fiabilidad provoca. Causa coste económico en materia política, ya que sólo los votantes creen a los políticos demagógicos, los mercados, no, los mercados financieros manejan variables diferentes, y la fiabilidad de las palabras enunciadas es una de ellas. Si los políticos no cumplen sus palabras, la economía de un país se quedará estancada.
Pero también tiene un coste económico importante a un nivel más detallista, en el día a día de la gente, en el vivir diario de los comerciantes, nadie paga cuando tiene que pagar, y nadie sirve sus productos cuando los tiene que servir, o ejecuta sus servicios como prometía hacer, ¿qué provoca todo ello? Provoca un efecto mariposa, un efecto de continua regresión económica y moral que nos lleva a depender del papel escrito por encima de todas las cosas.
Y no digo yo que todas las palabras no deban de ser refrendadas por papeles escritos, pero digo refrendadas y no sustituidas, porque con palabras válidas todo funcionaría más deprisa y todos seríamos más eficientes.
Palabras, palabras, palabras, ¿quién sabe dónde acaban las palabras que se lleva el viento?