Hay cosas, que a las personas que nos creemos mínimamente honrados, nos cuesta mucho tragar, como la visión que han dado todos los telediarios de ese buen señor, al parecer amo y señor de opiniones y decisiones, que responde con el nombre de Rupert Murdoch y que ha tenido el cuajo, como decimos en nuestro pueblo, de manifestar públicamente ante los representantes de la democracia inglesa, los miembros del Parlamento, que ése era el día más humilde de su vida. Me recordaba su rostro, portador de desasosiego para el que se encuentre frente a él, al de ese personaje maléfico de la película de Coppola, en la que el actor Gay Oldman recrea magistralmente la personalidad de Drácula, el vampiro inmortal. También me ha recordado a la serpiente que se mimetiza entre el follaje para asestar su rápida, mortal e inesperada mordedura. No me fío. No puedo fiarme de un tipo así, que reconoce que da trabajo a más de 50.000 personas en todo el mundo y que controla el imperio de medios de comunicación más influyente y poderoso del orbe, con una facturación de 33.000 millones de $, para acabar diciendo que el famoso tabloide News of the World sólo es un 1% de su negocio y por tanto un 1% de su poder. En esa comparecencia obligada tocaba ir de bueno, de prudente, de solidario. Sabía muy bien a qué se estaba enfrentando y las ganas que le tienen muchos, varios de los cuales formaban parte del Sanedrín político, como si alguno de estos caballeros estuviere limpio de mancha, pero no eran los parlamentarios, que posiblemente más de los que deberían están en su nómina, lo que le importaba, sino más bien la aireación de sus malas prácticas en los medios a los que todavía no ha podido comprar y el impacto en una población que no sabe/no contesta pero que es capaz de crucificar al Mesías si hace falta a la vez que consume convulsivamente la basura informativa que este señor y los suyos venden sin tapujos. Le preocupa y mucho su cuenta de resultados. Es lo único que un magnate como él entiende como importante, por eso la evolución de las acciones de sus empresas y la “calderilla” que supondrá para su familia y directivos, la pérdida de activos en definitiva, le aconseja ofrecer la mueca de una sonrisa que hiela la sangre a los limpios de corazón.
¿Saben lo que ocurrirá en un par de días? Pues que el cuarto poder, en el que este anciano ocupa posición privilegiada y cuasi monopolizadora, dejará de hablar del asunto en cuanto haya conseguido incrementar sus ventas a costa de su enemigo o gracias a su patrón y todos, absolutamente todos, volveremos a nuestras cosas, apenas afectada la capacidad de sorpresa, practicando los mismo hábitos perversos de los que se alimentan los vampiros como el tío Rupert y otros, de nombres más cercanos y fáciles de pronunciar. Es curioso observar como de una misma noticia se extraen dispares titulares; mientras unos medios destacan la frase: “Hoy es el día más humilde de mi carrera”, otros afirman que dijo: “Hoy es el día mas humillante de mi vida”. Juzguen Uds. si es lo mismo. También se le presenta como una victima de una agresión, si como agresión se entiende que alguien te tire una tarta de espuma de afeitar, con el daño que debe hacer eso. Estas son algunas de las ventajas de disponer de las cabeceras de los periódicos cuando se necesitan.
Sorprende que estos grandes empresarios, cuando se encuentran en una situación difícil, le pasen la patata caliente a sus empleados aduciendo que ellos no sabían nada ¿Sorprende esto de verdad a alguien? No lo creo. Si tenemos en cuenta que el tal Murdoch es la 13ª persona más poderosa del mundo, según Forbes, cuesta creer que nada de lo hecho en sus empresas le pase inadvertido, máxime cuando para utilizar los medios execrables que se han usado en el tabloide dominical, afectando a la dignidad de víctimas, pinchando los teléfonos como en las mejores prácticas fascistas y descubriendo miserias e intimidades, han tenido que involucrar y sobornar a estamentos gubernamentales. Nos encontramos en la cruda realidad de que vale todo. ¿Para qué si no, este periodista que se ha hecho riquísimo ( y ya sabemos que la verdad se vende barata) ha tenido el máximo cuidado en procurarse la amistad o los consejos de primeros ministros o presidentes en activo o retirados de todo el mundo, pagándoles pingÁ¼es cantidades por sus servicios? ¿Para qué contrata a José Mª Aznar como asesor en su consejo de administración? ¿Y por qué el director del apestoso tabloide, ahora cerrado para lavar la imagen, estaba tan cercano al nuevo Premier inglés?
Personajes como este y como aquel funesto Randoph Hearst, que era tan poderoso que se inventó una guerra para acabar con los restos de nuestro imperio de ultramar y al que le debemos que nos quitaran Cuba, Filipinas y Puerto Rico, son parte de la sombra que acongoja a la sociedad, imposibilitando que sea auténticamente libre; deshacen países, arruinan mercados, compran voluntades. Manipulan en definitiva, la verdad pero no son los únicos culpables. Como recordaban ayer diversos medios, el periodista italiano Indro Montanelli avisó del peligro advirtiendo de la necesidad de no fiarse de los periodistas súbitamente enriquecidos. Se refería a la compra del diario Il Giornale por un promotor inmobiliario, que resultó llamarse Berlusconi. El dinero compra el poder pero el verdadero poder está en controlar la información. Si pudiésemos desprendernos de nuestros atavismos no nos importaría tanto la vida de los demás, ni sus miserias y defectos. Compramos revistas donde se desmenuza a la gente, como en el mostrador de una casquería, sin el más piadoso rubor. Vemos programas en televisión que atentan contra la inteligencia, como si este don que nos distingue de otras especies no sirviera para nada. Nos afiliamos a la soflama para no tener que usar la imaginación. Nos embrutecemos al mismo ritmo con el que otros se enriquecen a costa de nuestro simplismo. El populismo informativo es la trampa de la democracia pues permite creer que se es libre para saber pero oculta que sólo se debe saber lo que unos pocos quieren que se sepa.
La única posibilidad de librarnos de estos “gurus” radica en ellos mismos puesto que su ambición es tan grande que olvidan que “a cada cerdo le llega su San Martín” y cometen el error de considerarse omnipresentes sin poder estar físicamente incrustados en cada mente. Aunque, dios no lo quiera, tiempo al tiempo.