De un tiempo a esta parte hemos sido víctimas de todo tipo de virus. Desde que tenemos recuerdo, de toda la vida, convivimos con una enfermedad tan temida y horrible como es el cáncer. No en vano, ya en huesos fosilizados se pueden encontrar evidencias de la enfermedad en individuos de épocas lejanas. No es algo de nuestros días. Además de que, en la antigua Grecia, Hipócrates ya hablaba de una enfermedad llamada cáncer. Más adelante, en el año 1.981 tras el estudio en California de una variación de un tipo extraño de neumonía y el cáncer de piel, se empezó a hablar del síndrome de inmunodeficiencia adquirida. Es decir, del temido Sida. Todo ello por no hablar de la psicosis sufrida en toda Europa con los brotes de Gripe A. Porque el tema, tan en boga actualmente, del Á‰bola, se lleva sufriendo desde hace décadas en África y está asolando regiones enteras del continente negro. Aunque parezca que no ha existido hasta que, desafortunadamente, ha viajado a Europa.
El más maligno de los virus que sufrimos ahora no es ninguno de los antedichos. Pues, ni el Á‰bola, ni el sida ni el cáncer son tan temibles ni nos han llevado tan cerca de la extinción como éste. Tampoco estoy hablando del virus de la corrupción que estamos viviendo y que tiene infectados casi todos los partidos políticos. Aunque, tanto ese como el de la política y de la democracia en sí, requieran urgentísimamente de sendas vacunas que erradiquen su propagación incontrolada. No es ninguno de esos, pues el virus del que hablo no es otro que el de la estulticia.
En todos los países del mundo se da la imbecilidad. Pero España es especialmente prolífica en la creación de estúpidos. No me refiero a analfabetos, que sigue habiendo y ahora, de hecho, proliferan más que nunca en nuestras ciudades. Ni a los prescindibles ninis en que, lamentablemente, se han convertido muchos de nuestros jóvenes, haciendo que algunos nos echemos a temblar ante el futuro que prevemos para nuestra sociedad, que también. Sino que me refiero a todos los tontos en general. Los tontos del haba, los memos de baba, los idiotas «a las finas hierbas», los imbéciles sobre cama de boletus. Tontos todos, en definitiva, que los hay y son muchos.
Más o menos todos seremos de determinado equipo de fútbol y nuestras opiniones vendrán determinadas por el bien que deseamos a nuestros colores y el mal ansiado para los del rival. Quiero decir por ejemplo, que si somos del Barcelona, diremos que Messi es una víctima del estado español cuando lo que es, a día de hoy, es un presunto defraudador de Hacienda. Utilizando un silogismo básico, si hacienda somos todos (unos más que otros y unos con más beneficio por ello que otros, que ese es otro cantar) este señor, presuntamente, ha defraudado a todos, pero a todos. A los que le reprochamos el hecho y a los que le defienden a ultranza. De modo que ahí podemos ver la estulticia clara del defensor de alguien que defrauda. Pero, no sonrían los que no sean culés, que, según la noticia publicada en El Mundo recientemente, Hacienda está ahora investigando las relaciones con las empresas que gestionan los derechos de imagen de Ramos, Casillas, Piqué, Iniesta y Xavi. Así que igual, los madridistas que atacaban tan vehementemente a Messi por su delito, ahora se ven obligados a utilizar el mismo argumento que sus rivales culés usaban para defender al astro argentino para defender a los jugadores madridistas. Demostrando, de este modo, que la imbecilidad no entiende de colores y va por barrios según nos convenga.
Pero no sólo el deporte facilita la proliferación de lerdos. Bobos también los da, por ejemplo, la música. Pues hay que ser muy tonto, pero tontísimo, para, no ya defender a su admirado músico, sino para solicitar un donativo y reunir así dinero destinado a salvarlo de la cárcel. Como han hecho los fans de Isabel Pantoja, famosa tonadillera, que vivió muchos años de ser la viuda de España. Si esta señora finalmente va a la cárcel, es por defraudarnos a todos. A los seguidores de la tonadillera que tan estúpidamente solicitan donativos y a los que no la aguantan. A los que la defienden y a los que queremos que el peso de la justicia caiga sobre ella, como sobre cualquier otro que defraude a Hacienda y, si se estima que debe ingresar en prisión, que cumpla la pena que le impongan. Eso sí que, previamente, devuelvan lo estafado a las arcas de todos.
Estos memos musicales están a la altura de los que insultan a un juez porque está instruyendo un caso flagrante de corrupción contra sus compañeros de partido o de sindicato, porque aquí en España, nos roban todos incluso nuestros supuestos defensores frente al sádico empresario cruel.
Como no hay castigo para nadie, roban con total impunidad. Pero, somos tan estúpidos, que les defendemos o atacaremos según estén cerca de nuestros planteamientos políticos, deportivos, artísticos, culturales o no. Porque, entre otras cosas, somos un país de memos.
De tontos tan tontos que se nos tiene que recordar cada Navidad el protocolo de las campanadas de Año Nuevo y aún así tenemos dudas. De modo que, ante tamaño y flagrante caso de estulticia patria que además es aliñada con la mala fe y el egoísmo enfermizo de nuestros gobernantes, ¿qué podíamos esperar?