Un aprendiz de novicio vivía aprisionado por los límites de la razón y de la lógica. Para todo exigía una respuesta conceptual que cupiera en su mente.
Un día preguntó al Maestro:
– Señor, ¿quién sostiene el mundo?
– Ocho elefantes blancos, – le respondió -.
– ¿Y quién sostiene a esos ocho elefantes blancos? – insistió el mozalbete.
– Pues, otros ocho elefantes blancos, – repuso el Maestro -.
Esto me recuerda una anécdota que le sucedió a San Agustín cuando era joven y que cuenta en sus Confesiones:
Paseaba un día por la playa tratando de entender el misterio de la Trinidad, el origen del mundo, la inmortalidad del alma, el problema del mal, y otra serie de misterios. Vio a un niño que jugaba en la orilla y que entraba y salía en el mar con su cubo trayendo agua que vertía en un hoyo que había hecho en la arena.
– ¿Qué haces?, – le preguntó.
– Estoy trasegando el agua del océano.
– ¡Pero si no va a caber en ese agujero!, – exclamó riendo el futuro obispo de Hipona.
– Pues eso, – le respondió el chaval.
Un venerable Maestro Zen comentaba sonriendo a sus inquietos discípulos que buscaban un atajo para alcanzar la plenitud, la libertad interior y comprender el samadhi y el nirvana.
– ¿Cómo os voy a explicar el sabor de una taza de té?
Y el Maestro Zen seguía trabajando en su jardín con una amplia y cómplice sonrisa.