Cuando vivía en Estados Unidos la primera pregunta que tenía que responder en las reuniones sociales era cuanto ganaba, y entonces me solía jactar de que en España la cosa era diferente, de que en España se valoraba a las personas por otros aspectos diferentes a los ingresos monetarios, ¡qué equivocado estaba!
La semana pasada me encontraba en una reunión social y la primera pregunta que tuve que responder fue cuanto ganaba, la cuál eludí educadamente ante la certeza de mi interlocutor de que si no era capaz de decir lo que ganaba era porque era una persona que no merecía la pena.
Porque nos hemos convertido en meros generadores de ingresos, las personas hoy en día son valoradas por su capacidad para generar dinero, independientemente del calado moral de este dinero, sin importar a quién se tuvo que pisar para conseguirlo y obviando lo que se dejó atrás en la búsqueda de este falso El Dorado.
Se nos olvida que el dinero es sólo una herramienta que hemos creado para facilitar nuestros intercambios, ¡nada más! Es importante tener el dinero justo para poder vivir con dignidad, lo cuál puede significar diferentes cantidades en función de la persona. Hay gente que necesita acumular muchos bienes materiales para sentirse feliz, por lo que necesitará mucho dinero, mientras que otros serán felices con tener sus necesidades cubiertas y poder darse algún capricho de vez en cuando, todo depende del concepto individual de dignidad vital.
El problema viene cuando se quiere inculcar en nuestra sociedad la conveniencia de la acumulación material como muestra inequívoca de felicidad y de status social, ¡craso error! La acumulación material simplemente indica vacío interior. Las personas que se afanan en comprar y comprar, para luego deshechar sin prácticamente usar, sienten carencias afectivas de diversa índole que intentan olvidar con la compra convulsiva, que no hace más que incrementar su vacío, están en un error, pero es su error, y son libres de cometerlo.
Al igual que es libre y respetable aquél que mantiene una vida sencilla, alejada del lujo, pero plena bajo su entendimiento, una vida que no depende del consumo, sino de la reflexión interior. Á‰ste necesitará menos dinero para vivir con dignidad.
Por tanto, la pregunta «¿cuánto ganas?» debería de ser eliminada de todas las reuniones sociales porque implica un juicio sumarísimo en función de lo que tienes, en lugar de lo que eres, con lo que nos coloca en un paraíso de frivolización y vacío del que será muy difícil escapar.
Yo propongo que a partir de ahora se pregunte cuál es el último libro que se ha leído o la última película que se ha visto, porque la cultura, al igual que el deporte, iguala a las personas.