“Los derechos de los obreros son de mayor prioridad que el maximizar las ganancias” Juan Pablo II
Dios Padre Creador Omnipotente nos invitó a trabajar la tierra (Gen 2, 2), y a cuidar el jardín.
Dios al séptimo día descansó.
La Creación nos dejó varias lecciones: Una, el deber de trabajar; dos, el deber de cuidar nuestra casa: la tierra, tan golpeada hoy por el hombre; y tres, el derecho al descanso.
Jesús, su Hijo amado, enseña a apreciar el trabajo. Á‰l mismo “se hizo semejante junto a nosotros en todo”, dedicando la mayor parte de su vida terrenal al trabajo manual “junto al banco del carpintero”, en el taller de José (Mt 13, 55; Mc 6, 3).
El trabajo hay que ofrendarlo a Dios, santificarlo, hoy, más que nunca, donde conseguir uno casi que está resultando más difícil que encontrar una aguja en un pajar, dado el alto índice de desempleo a nivel planetario, del que no escapa Venezuela.
Esa santidad comporta deberes y derechos. El trabajar dando lo mejor de sí, pero evitando el afán y el convertir el trabajo en un ídolo o en un dios. El trabajo no debe alienar al ser humano.
Jesús predica. Enseña a los hombres a no dejarse dominar por el trabajo. A que han de preocuparse por su alma (Mc 8, 36). Les educa diciéndoles que los tesoros de la tierra se consumen, los del cielo son imperecederos; a éstos debe el hombre pegar su corazón (Mt 6, 19 – 21). Les recuerda que son libres a imagen y semejanza del Creador.
La libertad es plena cuando el trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, No. 272). Es la correspondencia del sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado (Mc 2, 27). Todo esto es razón principista de la Doctrina Social de la Iglesia.
La primacía del trabajo sobre el capital, sobre las máquinas, sobre la técnica, que debe estar acompañada en su uso de la ética, es principio ligado a otro principio: el respeto a la dignidad humana. Es el respeto a los trabajadores y a sus familias. Por cierto, la Rerum novarum, base del Moderno Derecho Laboral, hace una “apasionada defensa de la inalienable dignidad de los trabajadores” (No. 268).
Yo sostengo que la Economía es social si está al servicio del bienestar del hombre, del desarrollo humano integral.
Los obreros deben luchar por muchas cosas, entre ellas: la libertad, el empleo digno y decente, el salario y el sindicalismo puro y transparente.
El trabajo es superior a cualquier otro factor de producción (Compendio 276).
El salario debe ser, además de legal, justo, que permita al hombre y a su familia una vida digna en el plano material, social, cultural y espiritual… (Gaudium et spes 67).
Los sindicatos no pueden seguir siendo fuente de gerontocracias dirigenciales eternas antidemocráticas. Deben ser promotores de honestidad, de transparencia, de unidad, de democracia interna para los relevos, y promotores de la lucha por la justicia social, por los derechos de los trabajadores, por sus deberes, y por hacer el trabajo bien.
¿Y qué deben hacer los empresarios? ¿Qué debe hacer el Estado?
Los empresarios deben tener ganancias por su inversión pero no deben ser desproporcionadas. Con ello evitan la intervención del Estado en este asunto tan vital para una economía sana. Los empresarios deben considerar a sus trabajadores y a sus familias la mayor riqueza de sus empresas, deben crear fuentes de trabajo, que, como cristianos, sean austeros, que realicen muchas obras de solidaridad y misericordia (Aparecida 404).
¿Y qué debe hacer el Estado? Ser promotor de libertad empresarial; que proteja la propiedad; que la actividad empresarial tenga normas claras y sabias para su desarrollo; crear confianza para la inversión y creación de numerosas fuentes de trabajo; pocos impuestos; pocos controles; etc.
En un capitalismo salvaje – frase acuñada por Juan Pablo II – y en un socialismo real, estilo URSS, los trabajadores pasan a ser esclavos de la era. La defensa de los trabajadores es luchar por la libertad cueste lo que cueste. No puede ser de otra manera. Los aires apuntan en esa dirección.