Hay quien no soporta que se metan con sus ordenadísimas creencias de personas correctas (en lo político), de orden (en lo moral), y de bien
RICARD BELLVESER| VALENCIA| Pág. 16. EL MUNDO
08/11/2010
El -digámoslo así, por llamarlo de alguna forma- debate suscitado en torno al libro de Fernando Sánchez Dragó Dios los cría, que ha escandalizado a algunos de modo tan exagerado que no es creíble de pura sobreactuación, parte de un error clásico en literatura y en la vida, que es el de confundir persona y personaje. Dragó, aquí, en sus declaraciones escritas con unos ropajes que le confieren aspecto de confesiones biográficas, lo que hace es sincerar a su personaje. No habla el Fernando hombre que vive sus soledades, su intimidad y su vida, no lo hace el padre de familia, abuelo, amigo, el ser vulnerable a las enfermedades, a la urticaria, a la próstata, las alergias o a los sustos, sino que lo hace el escritor, la persona pública, el conferenciante, el periodista, un tipo construido por él, y solo desde esa perspectiva, es sexualmente tan infatigable, políticamente tan transgresor y socialmente tan provocador como le da la gana y alcanza su imaginación. Llevadas las cosas ahí, todo lo que dice o hace es tan literario como un crimen de Agatha Christie.
Fernando Sánchez ya hizo lo que tenía que hacer en su momento histórico para favorecer la llegada de nuevos tiempos, pasó por la caja de la Dirección General de Seguridad y pagó la cuenta, con cárcel y exilio, y cuando aquel dolor de muelas acabó, acabó, y no se dedicó a vivir de ese cuento sino de contarnos otras cosas como las que brotan en su conversación con Albert Boadella, en la que une lo que sucedió en unos años de su vida, lo que podría haber sucedido y lo que le habría gustado que sucediera, todo junto, y cuando eso se da se le llama literatura.
Pero es que además el escritor soriano ha querido ir más allá, y a juzgar por los resultados, lo ha conseguido. Ha puesto un cartucho de nitroglicerina en la conciencia de los que no se habían dado cuenta de que ya no estamos en los años ochenta, ni de algo peor, de que sus convicciones de ahora, son tan estrechas e inflexibles o más, que aquellas contra las que se opusieron cuando eran jóvenes, hace ya mucho de eso. No quieren porque no soportan que se metan con sus ordenadísimas creencias de personas correctas (en lo político), de orden (en lo moral), de bien (en su sentido de bueno) y muy transigentes aunque solo con aquello con lo que simpatizan.
Luis Eduardo Aute cambiaba a una mujer de treinta por dos de quince, aunque tuvo la suerte de que cuando hizo esta propuesta, la policía del pensamiento único aún era franquista. El libro de Dragó, que he leído, divertido ciertamente, tiene pasajes que participan del tono del compadreo de taberna entre amigos libres que se divierten contándose cosas a la luz de una botella de vino, lo que también es un recurso literario, aunque detrás, lo que el tiempo no podrá eliminar, es el descrédito de los catecismos que anima estas charlas, el ánimo disolvente con las reglas de lo políticamente correcto, la sorna con los valores incuestionables a los que al parecer hay que mostrar adhesión incondicional, esos del forzado igualitarismo, del fracasado materialismo, del juvenismo y el feminismo, becerros venerados hasta el punto de que hay que exterminar a quien se desvíe de su adoración nocturna.
No estoy a favor de Dragó por identificarme con todo lo que dice y como lo dice, sino porque ha tenido el valor, la gallardía, la libertad y la osadía de haberlo hecho en su (des)nudo stil nuovo.
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Trece o catorce años
«¡O, Déu, quina cosa és tenir la donzella tendra i tota nua en sos brasos, de edat de XIIII anys! ¡O, Déu, quina glÁ²ria és star en lo seu llit!» clama Plaerdemavida en su propósito de darle ánimos a Tirant lo Blanch para que entre en el retrete de Carmesina y yaga con ella en su lecho. La literatura y la realidad, están llenas de casos iguales o más precoces. Cuando Dante Alighieri se enamora de Beatrice, ella tiene ocho años. Este recurso lo utiliza Robert Mapplethorpe en sus exposiciones, –censuradas en Valencia– aunque con la singularidad de que solo fotografía escenas de niños y adolescentes homosexuales, algunas tan bárbaras que en una ocasión tuvo que pedir protección en casa de Andy Warhol porque había en Nueva York quien le quería zurrar, o qué decir de Jim Carroll. Extremistas de la corrección se han escandalizado con lo que Dragó cuenta en su libro, no recuerdan que Antonio Machado y Edgard Allan Poe se casaron con Leonor cuando estas tenían 13 años de edad, o no han leído a William Burroughs, ni a Kavafis, ni han leído a Gil de Biedma, o se han olvidado, por amnesia selectiva, de Polansky.