Cuando abrimos a la vez- con mayor esfuerzo cuanto más cerebrales seamos- la puerta de nuestro corazón y de nuestra inteligencia, podemos observar el mundo desde la conciencia. Y ¿qué observamos?, que el mundo es ahora mismo como un barco en plena tormenta que ha perdido las cartas de navegación, el timón y hasta la brújula, y por si faltaba algo los que dirigen la nave están mal de la cabeza y tienen un corazón marmóreo.
En estos aciagos días asediados por eso que llaman crisis ( este atraco gigantesco de guante blanco y almas negras) provocada por eso que llaman «los mercados» ( que son los grandes bancos y SUS agencias de calificación) cualquier persona normal que no viva hipnotizada por los televisores, los diarios y las mentiras de los gobiernos se siente obligada a cuestionarse qué es lo que sucede en esta nave Tierra donde cada vez resulta más difícil la justicia, la igualdad, la libertad y todos esos valores que suponen sentimientos de hermandad o de unidad como seres humanos o divinos, según lo que cada uno piense de su propia condición, pues todo lo contrario a cada uno de ellos es justamente lo que impera, con la complicidad de los gobiernos, el servilismo real de la llamada izquierda parlamentaria y el vampirismo de las Iglesias que se autoproclaman «cristianas» para vergÁ¼enza del cristianismo.
Entre tanto, este Planeta al que debemos la materia de nuestro cuerpo físico y que hemos conseguido alterar y envenenar en gran parte se encuentra por ello en un proceso de cambio y depuración para regenerarse, lo que se traduce en convulsiones y catástrofes que van en aumento año tras año.
También muchos países, economías y culturas añaden a diario nuevas catástrofes -también personales, en forma de golpes del destino- a la ya larga lista: catástrofes que no son otra cosa que el resultado de muchas siembras de causas a lo largo de la Historia de las que ahora comenzamos a recoger cosechas o efectos, pues la historia de la humanidad hasta el presente no es otra que el conjunto de actividades de una especie que ha resultado dañina finalmente a causa del predominio de una forma de pensar, sentir y vivir negativas y contrarias para sí misma y la Tierra, cuya capacidad de destrucción entre sí y hacia este Planeta se ha multiplicado hasta poner en peligro la existencia propia y la de todas las demás especies, sumidas por su causa en un proceso de extinción acelerada.
Sumida en un proceso que se le ha ido de las manos, la humanidad vive el día a día desconcertada ante lo que se le viene encima por todas partes. Este desconcierto está presente en todos los campos: el social, el económico, el político, el cultural y el moral. Allá donde dirijamos nuestra mirada nos encontramos con el mismo “no saber qué hacer” por parte de inmensas mayorías desorientadas que no pueden prevenir los males que acechan. Y mucha gente se pregunta: ¿Son fortuitos? ¿Nos encontramos ante una casualidad gigantesca que nos produce la impresión de haberse abierto bruscamente la caja de Pandora? ¿O esto es consecuencia de un modo erróneo de entender la vida y las leyes espirituales, naturales y sociales? Porque si algo es evidente para las personas despiertas es que los objetivos -unos conscientes y otros inconscientes- de gran parte de la especie humana, a pesar de su origen divino, son la destrucción, el acaparamiento en su más amplia diversidad de acepciones, y el deseo- tan egoico y enfermizo como los otros- de destacar como dioses por encima del resto de los mortales y de las mismas condiciones de habitabilidad de un Planeta que consideran propio o susceptible de serlo. Y si no consiguen todo lo que desean, envidian u odian a quienes realizan sus propios anhelos, pero a la vez les admiran e imitan en su ilimitado afán de poseer, tener prestigio y dominar. Por eso las cosas no mejoran. Minorías encumbradas y sin escrúpulos consiguen cumplir parte de sus sueños de grandeza, pero a qué precio para sus almas, para sus víctimas y para la Tierra misma. Así que el precio final de la injusticia es dolor para unos y otros; toda clase de formas de dolor. ¿Por qué, dónde y cómo surgió todo esto siendo como somos criaturas divinas? Lo iremos viendo a lo largo de este trabajo, a la vez que las diversas formas en que se manifiestan las consecuencias, en todos los órdenes de la vida personal y colectiva, de esta “transformación hacia abajo” de nuestro verdadero ser que,- por cierto,- no es el que nos devuelve el espejo.