Moscú recurrirá las sanciones de Occidente
Si el Kremlin lo ordena, las tropas rusas tardarían dos días en llegar a Kiev, Riga, Vilna, Tallin, Varsovia o Bucarest. La noticia, divulgada hace apenas unas horas por el prestigioso rotativo alemán SÁ¼ddeutscheZeitung, revela el contenido de una conversación privada sostenida por el presidente ruso, Vladímir Putin, con su homólogo ucranio, Petro Porosenko.
Poroshenko no tardó en trasladar la amenaza de Putin al Presidente de la Comisión Europea, Jose Manuel Barroso, a la vez que solicitaba la ayuda económica y militar de Occidente. Una ayuda que se materializará, de momento, con la concesión de nuevos créditos a las autoridades de Kiev.
Huelga decir que los portavoces oficiales de la Comisión se negaron a comentar las declaraciones del hombre fuerte del Kremlin, recordando que la Unión Europea (UE) no suele trasladar la acción diplomática a los medios de comunicación o pronunciarse sobre el contenido, total o parcial, de conversaciones confidenciales. Pero Porosenko tenía interés en filtrar la noticia; según la prensa ucrania, el ejército de Kiev cuenta actualmente con un escaso 40% de sus arsenales. Los enfrentamientos de la región de Donbas tuvieron efectos devastadores.
Menos devastadoras son, al parecer, las sanciones impuestas por el actual inquilino de la Casa Blanca. Aunque la evaluación del impacto de las sanciones contra Rusia muestra un deterioro del margen de maniobra de la banca estatal y del papel preponderante del conglomerado Gazprom, las contramedidas anunciadas por Moscú – limitación de los suministros de gas natural, veto a las importaciones de productos alimentarios procedentes de la UE – han sido acogidas con preocupación, véase pánico, en los países de la Unión. A las protestas de los agricultores, principales víctimas del cierre del mercado ruso, se suma en nerviosismo de algunos Gobiernos, incapaces de hallar soluciones de recambio destinadas a paliar la más que probable escasez de combustibles para el período invernal. De hecho, Gazprom acordó esta semana una disminución del 10 por ciento de las exportaciones de gas natural destinadas a los vecinos de Rusia: Ucrania, Polonia, Rumanía y los países bálticos. ¿Advertencia? ¿Mero anticipo de una nueva ofensiva energética? El mensaje es muy sencillo: A Rusia no se le chantajea. Por si fuera poco, Moscú piensa recurrir las sanciones occidentales ante la Organización Mundial del Comercio, baluarte del libre cambio comercial, ideado por los Gobiernos del primer mundo para llevar a cabo el desarme arancelario de los países en desarrollo.
Hace más de dos décadas, cuando por politólogos de la universidad de Yale idearon la pinza contra Rusia, partieron de la falsa premisa de que el frente occidental estaría compuesto por los antiguos vasallos de Moscú (ex miembros del Pacto de Varsovia) y que China se convertiría, a su vez, en el muro de contención asiático. Ni que decir tiene que se equivocaron. Los países de Europa oriental no disimulan su preocupación ante una posible, aunque por ahora, poco probable ofensiva militar de Rusia contra Kiev, Riga, Vilna, Tallin, Varsovia o Bucarest. En Asia, China se perfila, a través de la Organización de Cooperación de Shanghái, en uno de los principales aliados de la Federación rusa. Se le suman India y Singapur, dos gigantes económicos que apuestan por la inversión o la tecnología rusas. Un auténtico quebradero de cabeza para el Nobel de la Paz Obama, que navega zigzagueando entre los conflictos de Ucrania, Oriente Medio y África.
Decididamente, la historia con H mayúscula no se escribe en Yale.