Siempre he luchado contra las tendencias al radicalismo, ya sean de derechas como de izquierdas. Igualmente me siento obligado a no creer en aquellos políticos que, después de largas decenas de años sentados en las bancadas de las instituciones con altos cargos, consiguen colocarse en los puestos de salida de las listas electorales o crearse su chiringuito personal para seguir. Si la ciudadanía desea ejercer sus derechos civiles, se ve obligada a votarles, aunque se haya dado cuenta de que algunos personajes solo están ahí para levantar la mano cuando sus jefes de fila se lo ordenan, y mantener sus privilegios a costa de los contribuyentes.
Los griegos decían: “En el medio está la virtud”. Palabras que definen claramente mi posición: se puede ser de izquierdas, pero demócrata; o de derechas, sin ser fascista.
En la época que estamos viviendo, y ante el desastre de las políticas neo-liberales, en mi opinión, el futuro deberá considerar, como solución para conseguir una sociedad más justa, la social-democracia, algo que las grandes fortunas combaten a muerte porque tienen la posibilidad de arruinar países, trasladando sus fortunas a paraísos fiscales y sus fábricas al Tercer Mundo.
Al parecer, las últimas encuestas sobre intención de voto nos anuncian un fuerte crecimiento de algunos partidos minoritarios: uno creado por una mujer que no desea perder el poder que ha mantenido durante 30 años de servicio en altos puestos de la dirección del PSOE y que, al darse cuenta en unas primarias que los socialistas no la veían como máxima dirigente de su Partido, se creó el suyo propio. Ya no lanza soflamas izquierdistas, como hiciera en su campaña para las europeas encabezando la lista del PSOE, ahora es una mujer indefinida. Ya ni sabe qué es.
Luego tenemos a los comunistas, que en Cataluña son nacionalistas y que en el del resto de España están convencidos de las virtudes del colectivismo, de la planificación centralizada y de su superioridad moral (aunque también les salen garbanzos negros donde gobiernan) , así como de la intervención del Estado para dirigir la sociedad, producir, asignar recursos y repartir riqueza (se han dado casos en nuestro país de comunistas que, para darle de comer a unos, desvalijan pequeños supermercados familiares que tienen grandes dificultades para salir adelante). Sí, todo eso que suena muy bonito, y que es imposible de llevar a cabo en una sociedad de mercado. El comunismo real no se puede definir como progresista, porque los países que mantienen este régimen son los que menos progresan… Es fácil revisar el índice de desarrollo que publica cada año las ONU para darnos cuenta de que los países comunistas viven en la pobreza, incluida China, a la que los EEUU debe una enorme cantidad de dólares. Mientras que la población sigue comiéndose su taza de arroz y vive en apartamentos de a tres y cuatro familias juntas, solo son ricos el Estado y los jerarcas del Régimen.
Los países en los que mejor se vive, son precisamente, aquellos en los que prevalecen las libertades y la política nace del pueblo y no le es impuesta al pueblo. Aunque los buenos o los malos resultados en la gestión política dependen de la capacidad que tenga el Estado de controlar la corrupción (el poder judicial ni puede ni debe estar bajo el control político) y de otros factores imponderables que intervienen. Todo puede ser mejorable cuando el pueblo tiene la posibilidad de cambiar los malos gestores por otros mejores, pero para ello, las listas electorales deben ser abiertas y los candidatos/as elegidos por sufragio universal libre y directo.