Sociopolítica

Encuestas, líderes, corrupción e idelogía

El solar patrio se encuentra en plena efervescencia. La saturación electoral, este año, origina una inestabilidad anímica no solo de los probables candidatos. Se observan curiosos movimientos -amén del que pretende convulsionar el sistema- entre una ciudadanía tópica que engloba a quien se manifiesta como abigarrada recua, cuando no a fieles al púlpito. Mis referencias históricas distan de advertir épocas comparables. Si bien es cierto que las prospecciones sobre particularidades sociales pertenecen a la más inmediata novedad, el resto de vocablos que añaden titular llenan páginas de nuestra Historia. Quizás antaño presentaran una naturaleza menos controvertida o dejaran de comprender extremos donde incompetencia, penuria moral e hipocresía alcanzan cotas relevantes. Lo que parece seguro es el efecto demoledor de tanta mascarada y maniobra.

Todavía está caliente -recién salida del horno- la última encuesta del CIS. Reiterar los datos constituye una labor ineficaz. Se impone el análisis libre de lastre partidario y de lo políticamente correcto. Ignoro si la falsedad arranca del encuestado o del cocinero, pero los apuntes son indigeribles.

Doscientos años de devenir, al menos, prueban que España es un pueblo liberal y moderado.

Pablo Iglesias

Pablo Iglesias

Así ocurrió a lo largo de los siglos XIX y XX. Este mucho más conflictivo debido a penosas crisis económicas, sociales e institucionales. (Hago un pequeño inciso para constatar que el antifranquismo contumaz, nutrido y activo, surgió tras la muerte del dictador; copando tan fecundo expediente los adeudos de quienes paladearon sus favores). La encuesta, digo, pertenece a un acomodo quimérico. Durante veinte años, el PSOE de Pablo Iglesias, alejado de la Internacional Comunista, solo obtuvo un diputado; él. Llegó a seis diputados en mil novecientos dieciocho. Para que Felipe González obtuviera mayoría absoluta en mil novecientos ochenta y dos, tuvo que renegar previamente de su carácter marxista. ¿Es lógico que a Podemos, en un año de existencia y con un programa extremista, se le atribuyan decenas de escaños? No y mil veces no, aunque lo dulcifique in extremis.

Nadie discute, yo tampoco, que las sociedades cambian. No obstante, su dinámica es tan lenta que se necesitan siglos de opresión, de miseria, para que triunfe cualquier veleidad revolucionaria. Podemos conforma esa veleidad, pero nuestro país -aun a pesar de encontrarse en una situación lamentable- se halla lejos de poseer las condiciones precisas para demandar cambios extremos ni vertiginosos.

Semejante escenario me lleva a la certidumbre de que el PP, a falta de otros méritos, intenta un resultado electoral favorable utilizando estrategias espurias, nada recomendables.

A lo sumo, podría argumentar cierta reciprocidad por el Pacto del Tinell. Alimentan, al socaire, una bestia que pudiera resultar insegura para el bienestar de los españoles. Demuestran, una vez más, que el ciudadano les importa un bledo. Lo dejé entrever en un artículo pretérito bajo el epígrafe: “Prensa y sociedad”. Deplorable pero cierto.

Respecto al liderazgo, hemos iniciado un repliegue -probablemente degeneración- palpable. Antes, el líder era un miembro relevante del partido cuyas cualidades ninguno osaba cuestionar.

Hoy sirve cualquier pelanas relumbrón convertido en estrella mediática. Hemos trocado la solvencia por un sórdido mesianismo que transmite el telepredicador de turno. Son personajillos ad hoc; extraordinarios palabreros pero carentes de escrúpulos, de consistencia ética.

De aquí mi profunda estupefacción al comprobar la enorme cantidad de individuos, en principio juiciosos, que arrastran estos vendeburras. Sospecho que el dogmatismo comunista y la LOGSE, junto a una candidez paradigmática, son razones irrefutables. Me cuesta trabajo citar algunos casos postreros para no abrir heridas sangrantes. Es la hora de los saltimbanquis, de la vergÁ¼enza ajena. Cuánta beligerancia, y daño democrático por otro lado, ofrece tanta televisión tendenciosa.

Los medios pregonan bastante la corrupción y siempre suele enfatizarse el aspecto pecuniario. Sufrimos abundante bombardeo con las “distracciones” presuntamente protagonizadas por Pujol, Bárcenas, los EREs, u otros casos parecidos, que llenan titulares o abren telediarios. Sin embargo, tan detallada muestra constituye la parte noticiable, llamativa. Bajo esa capa se oculta otra sibilina de secuelas mucho más alarmantes porque pervierten la conciencia social. A los ladrones, si no se les blinda con calculada impunidad, se les juzga y somete al correctivo adecuado a su delito. Quienes corrompen mentes y principios de vida -coadyuvan inclusive- jamás son sometidos a ningún proceso judicial ni social. Realizan una corrupción tolerada, exenta de causa. Otra paradoja que añadir al conjunto de estúpidas realidades.

No puedo, ni quiero, terminar sin hacer una valoración sobre la falta de ideología que trasciende a toda actuación política. Podemos, en una cabriola táctica, habla de arriba y abajo. Tan intimista frase -propia de un Kamasutra tosco- supone, desde mi punto de vista, una metamorfosis para hacer digerible el radicalismo indigesto. Entraña, ni más ni menos, la excusa perfecta para tonificar un fósil centenario. El resto viene abandonando, con argumentos ininteligibles, sus respectivas doctrinas fundacionales. De esta forma logra acoplarlas al tótum revolútum imperante.

PP y PSOE dejaron por el camino de sus respectivas estrategias la ideología que mantienen grotescamente de boquilla. Los demás, nacionalismos y última ola, por falta de espacio doctrinal o escasez de precisión, nacieron sin ella. Ajustan al momento unos compromisos que luego suelen incumplir. Es lo que hay, justificaría inmisericorde el moderno. Error. Es lo que nosotros tragamos y consentimos. Auguro, analizando la situación emergente, una larga indigencia social.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.