Lo más espectacular de las redes de Información es la progresiva indistinción de todos los aspectos y variables sociales: la política, el sexo, la publicidad, la religión, la economía, el arte, el cine, el sensacionalismo…
A fuerza de entremezclarse, friccionarse y fusionarse se convierten en una única sustancia multiforme, lo cual es positivo ya que nos protege de graves enfrentamientos territoriales o ideológicos, pero también negativo pues semejante promiscuidad engendra una peligrosa proliferación de virus orgánicos y virtuales, de sarpullidos y alergias en forma de racismo, sectarismo y terrorismo.
Niños y ancianos son las mayores víctimas de una sociedad automatizada que avanza más rápido de lo que la experiencia humana puede absorber.
¿De qué sirve la sabiduría, la experiencia de los ancianos en un mundo virtualizado que en nada se parece a los tiempos en que sólo existía la realidad objetiva, el intercambio físico de valores?
Pero mucho peor es la situación actual de los niños, ya que el proceso natural de aprendizaje se está viendo trastornado, colapsado por la profusión vertiginosa de imágenes y signos en las redes de Información, pero también por las exigencias cada vez mayores en el ámbito familiar y escolar, lo cual desencadena un raudal de enfermedades nerviosas, neurosis y trastornos que tratamos de combatir de la manera más irresponsable: adormeciendo los síntomas y con ellos a los propios afectados, en vez de buscar y arrancar la raíz que los desencadena.
Muchas de las enfermedades que la ciencia va descubriendo no son enfermedades propiamente dichas, sino los síntomas derivados de nuestro sistema educativo familiar y escolar, basado en el consumismo, la competitividad y la supresión de la espontaneidad.
Es evidente que la sintomatología del niño está causada por un sistema educativo inadecuado. La medicación puede servir para aliviar los síntomas, pero si los padres no cambian sus hábitos de conducta ni se prestan a una buena terapia psicológica, dichos síntomas empeorarán en las siguientes fases de la edad. Estos niños, que se ven a sí mismos como enfermos o anormales, se verán en la obligación de complacerlos realizando toda suerte de ejercicios pedagógicos que les distraerán y anestesiarán aún más de la realidad.
No sólo estamos estresando y desequilibrando a los niños con nuestro delirante sistema de valores sino que además los tachamos de trastornados cuando sucumben al estrés que les imponemos. Estamos enfermando desde que nacen a quienes serán el futuro de la humanidad.