Amigable lector y lectora, me apresuro a decirte que el presente artÃculo lleva en mi cabeza tanto tiempo-cuanto menos 30 años-que la verdad confesada sea, me siento liberado desde hoy.
Todo empezó cuando leà en aquellos lejanos y nostalgiosos dÃas juveniles el libro del admirado y respetado Don Augusto Roa Bastos en cuestión “Yo el Supremoâ€, cuyas emociones se deslizaron y entrecruzaron entre el deleite literario y el desconcierto, desconcierto porque no estuve ni estoy de acuerdo en la forma en que retrató al gran Karaà Guazú y lo digo asà con todas las letras y en el tono más alto que se pudiera pronunciar.
No pretendo profanar ni ofender, sólo decir mi verdad, guardada, como dije desde hace más de 30 años, derecho que ejerzo gracias a la generosidad del presente medio que lo publica.
Sé que estoy hablando de una obra cumbre que recibiera-meritoriamente como tal –innúmeros elogios, pero debo señalar, sin embargo, lo que muchos callan por prudencia o por conveniencia, que desde el punto de vista histórico en su contenido y esencia encuentro desproporción interesada.
Interesada desde lo subjetivo, desde la desesperanza y la premura legÃtima, puesto que-a mi criterio modesto-transportó el tiempo pretérito del Dr. Francia al presente stronista de la escritura, asimilándolos en la catadura de dictadores perpetuos, casi como una inocente ironÃa. Me parece que en realidad pretendió describir a Stroessner, personaje trágico.
Se sabe desde antaño que las personalidades son productos de su tiempo, de las circunstancias y no lo que subjetivamente quisiéramos que sean o como debieran.
El Karaà Guazú fue el personaje exacto a su tiempo y espacio, el Paraguay lo produjo porque fue una necesidad histórica y lo fue modelando en su transcurrir y sobre todo en su necesidad de construcción de Nación Independiente que debió sortear todo tipo de conspiraciones, agresiones y ambiciones vergonzantes que dieron de cabezas con la voluntad de hierro de un hombre que marcó su impronta a la raza guaranÃ.
Creo que el gran maestro-mi querella con él no disminuye en nada mi admiración-miró el accionar del Karaà con ojos demasiados cansados en razón de vivir en tierras extrañas, nos suele pasar a los desterrados, y por ello siempre me interrogué: “¿Augusto Roa Bastos, demonizó al Supremo?
Relata Don Augusto hechos y circunstancias desde una concepción desligada de lo colectivo, introduciéndose, mejor dicho, enmarañándose en teorÃas arrimadas al liberalismo, y por ello no vio o no pudo ver la probidad comunera devenida del pensamiento y carácter del “jacobino paraguayoâ€, del “jesuitaâ€, quien fue capaz de entregar su existencia a los asuntos del Pueblo y la nacionalidad, no pudiendo escapar de ciertos defectos de todo ser humano y patriota.
La Nación paraguaya creció al amparo del Dr. Francia, libre y respetada, pero vilipendiada por los inclinados a la expoliación de sus semejantes, éstos conocieron la fiereza de su temperamento y prefirieron la distancia donde pudieran sembrar odios y levantar injurias e historias desdibujadas a sus conveniencias e intereses.
Creo que Don Augusto juzgó la vida y obra del Dictador Supremo olvidando que “en el derecho romano la institución del Dictador significaba exactamente lo que el Dr. RodrÃguez de Francia asumÃa, dictador y senador del pueblo (dictator, magister populi) función llena de virtudes cÃvicas y abnegación de dictar las orientaciones más propicias para el pueblo desde la asunción al Estado, ¡una autoridad suprema en los momentos difÃciles, y vaya que fueron difÃciles esos momentosâ€!
El significado de Dictador en nuestros tiempos ligados a genocidios y penurias económicas nada tuvo que ver con la dictadura a favor del pueblo que ejerció el Dr. Francia, esos aspectos fueron presentados asimilados, ambos como atrocidades, cuando en realidad la autoridad y atribución del Dr. Francia constituyeron virtudes sociales.
Confesó un dÃa Don Augusto, “Desde que era niño sentà la necesidad de oponerme al poder, al bárbaro castigo por cosas sin importancia, cuyas razones nunca se manifiestan».
Quizás podrÃamos adjudicar a estos pensamientos de peso a la larga tiranÃa stronista, o tal vez a una cosmovisión ideológica muy cerrada en cuanto a negarse a describir la historia desde el contexto y de la controversias de intereses expresadas en ella, territorio donde el personaje Francia actúa claramente a favor de las clases populares y aborÃgenes, restringiendo férreamente la “libertad†de los poseedores para expoliar.
Vengo entonces-respetuosamente- a reivindicar e invitar a una relectura de la vida y obra del Supremo, Dr. Gaspar RodrÃguez de Francia, padre de la Nación Independiente paraguaya. Vengo a apreciar sus virtudes ya que fueron oscurecidas, y sus defectos prevalecidos.
Me gusta imaginar, también en términos de novela, en lo que harÃa, de tener existencia el Dr. Francia en el actual Paraguay. Creo que los corruptos y polÃticos desvergonzados se verÃan en serios problemas e emigrarÃan cautelosos. Las tierras mal-habidas serÃan inmediatamente recuperadas y reestructuradas orgánicamente en “Estancias de la Patria†donde los labriegos abrirÃan fecundos surcos. No encontrarÃamos ningún niño descalzo y hambriento, ninguna madre o viuda desamparada, no encontrarÃamos ningún maestro sin escuelas, no encontrarÃamos mendicidad, la justicia social serÃa plena.
Francia tiene que ver con los magnÃficos versos que escribiera Carlos Miguel Giménez y la música que le diera AgustÃn Barboza: Mi Patria soñada.
Fulgura en mis sueños una patria nueva
que augusta se eleva de la gloria al reino
libre de ataduras nativas o extrañas
guardando en la entraña su prenda futura.
Patria que no tenga hijos desgraciados
ni amos insaciados que usurpan sus bienes
pueblo soberano por su democracia
huerto con fragancias de fueros humanos