Poder ciudadano
OÃmos con frecuencia que se está en desacuerdo con aspectos, a veces esenciales, de la vida polÃtica, cultural, económica, social… sin que, frente a acontecimientos, hechos y situaciones que llegan a afectar a las convicciones más sólidas de los ciudadanos, se produzca la reacción, individual o asociada, que serÃa de esperar en un contexto democrático. Progresivamente, transferimos el papel de actores al de espectadores que piensan que no hay nada que hacer, que todo transcurre lejos del alcance del pueblo, inerme ante lo que sucede, aunque le indigne, preocupe o enerve. Del “irremedismo†se pasa pronto a la indiferencia, al alejamiento de la participación e interacción que podrÃan contribuir a resolver muchas cuestiones y enderezar muchas tendencias. Cuando la percepción global, los medios de comunicación omnipresentes y la capacidad prospectiva disponible permitirÃan, bien utilizados, contrarrestar las influencias negativas, esclarecer muchas cuestiones y actuar como ciudadanos, de tal manera que no sólo se sintieran bien con su conciencia, sino que comprobaran que han logrado un número considerable de sus anhelos que ahora consideran inalcanzables.
El ciudadano, en lugar de inhibirse, debe descubrir la fuerza que pueden revestir iniciativas de esta naturaleza. Cuando los polÃticos, del Gobierno o de la oposición, incumplen sin explicaciones sus promesas electorales, o aplican porcentajes de predominio para hacer irrelevante al Parlamento, los ciudadanos no deberÃan permanecer impasibles. Las organizaciones de la sociedad civil podrÃan contribuir a la adopción de medidas inmediatas si advierten con claridad que, cualquiera que sea su opinión polÃtica, la ciudadanÃa no está dispuesta, por una cuestión de principios, a admitir en el futuro prácticas que ponen en peligro la credibilidad democrática. Y todo ello, expresado en el lenguaje que corresponda: el económico en unos casos; el polÃtico en otros, a través de intervenciones en acción conjunta con otras instituciones que comparten estos puntos de vista porque no podemos aparecer indefensos y silentes cuando se dirimen cuestiones de principio, cuando se están conculcando valores o modificando funciones cruciales a escala mundial, como en el caso del sistema de las Naciones Unidas.
Quienes callan cuando su conciencia les reclama hablar no sólo están defraudando a quienes confÃan en ellos, sino, lo que es peor todavÃa, están aplazando la consolidación de la democracia a escala nacional y mundial.
Cuando se pretende utilizar a Naciones Unidas según convenga a los intereses de los más poderosos, cuando se reduce la ayuda a la cooperación internacional, cuando no se cumplen las previsiones de inversión en educación y ciencia, cuando se soslayan las normas que garantizarÃan la adecuada conservación del medio ambiente, cuando se confunden los efectos con las causas, cuando se resucitan los fantasmas del pasado, cuando se divide en lugar de aglutinar… los ciudadanos no pueden ser sólo testigos resignados. Bien al contrario, deben ser conscientes de su poder y estar permanentemente alerta.
Siempre se ha vivido en un contexto de violencia e imposición, en el que los péndulos van de un extremo a otro en un cÃrculo vicioso regulado por la fuerza que dimana del poder. El pueblo no ha contado porque no podÃa acceder a los aledaños de los mandatarios. Ahora que ya dispone de los medios para hacerlo, no debe permitir que se le distraiga, se le ofusque, se le aturda, se le disuada. Han sido necesarias grandes convulsiones a escala global para que el ciudadano se apercibiera de la inaplazable necesidad de actuar planetariamente y, por primera vez, ha irrumpido en el escenario mundial. El ciudadano del mundo, tiene que actuar a escala local y mundial, según su criterio, convencido de que ahora puede ser oÃdo y, probablemente, escuchado.
Todos los pueblos, conscientes de su destino común, se están coordinando y organizando. En todas partes, un número creciente de hombres y mujeres se movilizan para defender los derechos humanos, para atender a los más menesterosos, para fomentar la diversidad cultural, para procurar justicia y desarrollo sostenibles. El poder ciudadano radica en la participación, en el compromiso. Otro mundo es posible si los gobiernos saben que, a partir de ahora, sus funciones no deben desempeñarse para los ciudadanos, sino con los ciudadanos. Es un principio insoslayable de la democracia genuina. La sociedad civil debe descubrir su poder.