En 1929, mientras Europa se hundía en la depresión iniciada en Wall Street, nazismo y fascismo se presentaban como salvación. Europa era desempleo, miedo general, pobreza, odios… Y la bárbara sinrazón del totalitarismo culminó en guerra mundial.
Algunos se preguntan si hacemos el mismo camino y acabaremos en guerra. Hay coincidencias, sí, pero no parece ser como entonces. Así como la minoría rica y privilegiada (por ahora) no recurre a militares para golpes de estado, tampoco le supondría negocio embarcarse en una guerra global que no se sabe como acabaría. No por decencia, sino porque no ganaría más. Ya tienen a buena parte de gobiernos del mundo en nómina para controlar la economía y mangonearlo todo.
Pero sí hay otras coincidencias con aquella depresión. Así como la cuestión de Danzig fue el pretexto que utilizó la Alemania nazi para atacar Polonia y provocar la segunda guerra mundial (que le permitió ocupar casi toda Europa), de modo análogo los atentados de Nueva York se aprovecharon para iniciar un ataque organizado contra los derechos humanos de la ciudadanía. La llamada guerra contra el terrorismo sirvió en bandeja de pretexto a la minoría privilegiada para cercenar derechos cívicos y políticos. Una muestra de muchas: un ministro británico laborista en 2007 amenazó con una reforma que redujera poder al tribunal de la Convención Europea de Derechos Humanos si sus jueces no ajustaban sus sentencias a la política antiterrorista de Londres. ¡Increíble! O un senador estadounidense dijo sin rubor: “En guerra, las libertades políticas se tratan de modo diferente”. ¡Qué desfachatez!
Lo intuyó la juez americana Sandra O’Connor: “Conoceremos las peores restricciones de la historia a nuestras libertades”. Y así ha sido. Desde 2001, nunca se recortaron tanto los derechos cívicos y políticos de la ciudadanía, sus libertades. En nombre de la sacrosanta seguridad y en lucha contra el terrorismo. Después, poco a poco, sin necesidad de Hitler, Mussolini o Franco alguno, el autoritarismo se afianzó en occidente. Hegemonía absoluta del poder ejecutivo, violación silenciosa generalizada de derechos humanos, gobiernos que gobiernan por decreto… Sin necesidad de partidos de masas amenazantes. El histrionismo se deja para el fútbol, que cumple su hipnótico papel.
Los amos del mundo, con la complicidad de las clases dirigentes nacionales, buscan mantener adormecida e inofensiva a la ciudadanía. Y los gobiernos a sueldo de la minoría rica actúan como si tuvieran un cheque en blanco por apoyarse en mayorías parlamentarias. Aún no recurren a la represión sistemática, porque creen no necesitarla. Tal vez porque disponen de los medios informativos para manipular, ocultar realidades y engañar a los pueblos. Como denunció Vandana Shiva, “la globalización neoliberal ha arrebatado la soberanía a la ciudadanía para dársela a grandes empresas y corporaciones. Lo han hecho gobiernos que traicionan los mandatos que los llevaron al poder político”.
Así se vacía de contenido la democracia, reducida a ritual, incluso a espectáculo con las campañas electorales como show. El marketing y la publicidad sustituyen el discurso, el debate y la acción política, al tiempo que se prescinde de la ciudadanía, salvo como figurantes de la liturgia electoral. Parecido, pero no igual, a los años treinta.
Eduardo Subirats ha escrito que “el poder financiero del mundo se concentra en manos de un puñado de corporaciones. Los sistemas nacionales permiten grados mínimos de soberanía social o encubren auténticos sistemas tiránicos en los que impera la corrupción. El autoritarismo del Estado se impone con la naturalidad de una voluntad divina”. Como en los treinta.
Y tras recortar derechos cívicos y políticos, una escabechina de derechos económicos y sociales. Pero la ciudadanía resiste, se indigna y ocupa plazas y calles. Mientras, como en aquellos años oscuros, aumentan racismo y xenofobia y la ultraderecha fascistoide ocupa escaños en los parlamentos porque hay gente que no sabe afrontar sus miedos y vota la barbarie que señala culpables en los diferentes. Cuando el culpable es de casa y no tiene otra patria que el dinero.
Los hechos son parecidos a entonces y la minoría privilegiada viene a ser del mismo pelaje y calaña. En la Historia han cambiado muchas cosas, despacio y acaso no como se esperaba, pero han cambiado. El mundo no ha cambiado nunca por voluntad de quienes detentan el poder; el mundo cambia a pesar de los que mandan. Cambia porque los explotados resisten y plantan cara. Como hoy.
Xavier Caño Tamayo
Periodista y escritor