Cualquier persona interesada en ir al fondo de las cosas sabe que no se puede servir a dos señores, y que solo tiene dos opciones: el mundo del Sistema – simbólicamente el mundo del Cesar- o el mundo de Dios. Pero si no es creyente sabe de la misma manera que o sirve al Sistema y deja que el sistema se sirva de él, o se opone a ser siervo y se convierte en libre. De cualquier manera se trata – por diferentes motivaciones- en una elección simple: esclavitud de los sentidos o esclavitud social; libertad de conciencia o libertades sociales. Por tanto, esclavitud o libertad.
Inmediatamente que uno toma conciencia de la existencia de estos dos mundos básicos alcanza a comprender que debe elegir, pero tal elección no resulta sencilla. Cuando se opta por la vía espiritual en busca de la libertad interior se topa enseguida con instituciones religiosas que nada tienen de piadosas ni de espirituales ni de libres excepto en la fachada. Pero quien opta por las libertades sociales no lo tiene mejor. Se topa en su caso con instituciones políticas, económicas y sociales tan rígidas como las primeras, que unidas a las religiosas conforman esto que venimos llamando “El Sistema”. Y la persona de espíritu libre huye de ese doble mundo de duro corsé que no deja respirar a pleno pulmón la propia vida que reclama la libertad como algo sagrado, incuestionable.
UNA ANESTESIA PROGRAMADA
Para que el virus antisistema llamado libertad no se extienda hasta convertirse en un peligro incontrolado para sus controladores, la mayor parte de la humanidad está siendo diariamente programada y anestesiada para evitar que elija opciones que se opongan al funcionamiento del Sistema en cualquiera de sus aspectos, pues para que este exista como lo hace actualmente precisa de nuestra complicidad, ¿cómo, si no, podría funcionar? Esta complicidad la obtiene por tres medios: por persuasión, por intimidación o por engaño. Y los tres funcionan a diario con toda su gama de posibilidades. De ahí todo el bombardeo de los medios de comunicación y la variedad de disfraces civiles o religiosos con que aparecen antes nuestros ojos todos esos pillos que ofician en nombre del Sistema como honorables jefes de estado, políticos, jueces, obispos, cardenales, banqueros, dueños de medios, “expertos”, profesores adictos y otros representantes de la “crÁªme de la crÁªme” social, artística, cultural, etc. Quien se sale del redil diseñado para ser considerado un buen creyente se convierte en hereje perteneciente a secta (y todas las sectas son ya sinónimo de peligrosas porque ese es el programa a creer), y a quien se sale del redil diseñado para ser considerado un buen ciudadano se le llama “anti sistema”, identificado como algo execrable en lugar de lo contrario que es en verdad: algo honorable, visto lo que vemos, pero precisamente es contra estos que así piensan contra quienes se ejerce la intimidación y la represión.
PERSUADIDOS, CONFUNDIDOS Y ENGAÑADOS
Uno de los puntos básicos donde más incide el juego de la persuasión en el terreno político es hacer creer al rebaño que vive en democracia y es libre, y de continuo se asocia democracia con libertad, pero la realidad es bien diferente, porque la llamada democracia no es más que el juego de unos pocos donde las inmensas mayorías asisten como espectadores una vez convencidos de que deben aceptarlos y votar por ellos cuando se les indica. Tampoco podría ser de otro modo, pues ¿acaso puede existir verdadera libertad cuando la mayoría es manipulada, engañada y programada igual que se programa un ordenador?
¿Y qué sucede con el poder sobre las conciencias en las religiones oficiales? Ellas están interesadas en sus propios programas a “insertar” sobre sus fieles, donde pretenden asociar el nombre de su iglesia con Dios. Pretenden hacernos creer que la elección es “ellos” o ateísmo y herejía. A través de sofisticados medios de persuasión desde la niñez, miles de millones de humanos son desviados de su camino espiritual por una u otra de las grandes religiones de falsarios y jerarquizada su conciencia para hacerla depender de instituciones, rígidamente jerarquizados. Por desgracia, muchas otras personas de buena fe, creen que la imagen de Dios y la idea de espiritualidad es, la que predican las sectas sacerdotales, sin advertir que ambas son falsas imágenes y que han caído en la trampa aunque de otro modo, y huyen de las instituciones creyendo que así dan la espalda a Dios, convertidos en ateos o agnósticos.
Ateos, agnósticos o fanáticos religiosos, no conducen más que a división, -algo contrario a la verdadera espiritualidad, que se basa en la unidad- lo cual no perjudica a las instituciones mientras sean pocos y puedan ser señalados como “los malos” en contraste con la mayoría supuestamente en el lado correcto. Sin embargo, al analizar el comportamiento de las instituciones religiosas no vemos más que división, fechorías históricas, abusos de poder, fanatismo, ignorancia, desigualdades, indiferencia ante las injusticias, y otras maneras de proceder que pueden hacernos creer fácilmente que las jerarquías religiosas son en realidad ateos recalcitrantes, puesto que es impensable tan proceder durante siglos sin arrepentimiento ni enmienda alguna. Por sus obras los conocemos, como Jesús el Cristo nos enseñó.
POR TANTO PODEMOS CONCLUIR:
1. En el mundo material, los Estados se ocupan del control de los deseos y necesidades de los ciudadanos, no importa el carácter aparente con que se manifiesten: demócratas o autócratas, monárquicos o republicanos, da lo mismo, pues en todos los casos persiguen los mismos fines: impedir el ejercicio de la libertad, impedir la justicia, impedir la unidad, y para ello se dotan de poderosos instrumentos de comunicación, educación y represión.
2. Las instituciones religiosas impiden por su parte el desarrollo de la conciencia espiritual, obstaculizan cuanto pueden la relación directa del hombre con su Creador convirtiéndose en intermediados, desvían la atención de los creyentes hacia cuestiones secundarias mientras se les escamotean verdades esenciales referidas al sentido de la existencia y a la vida en el Más Allá, se les convierte en espectadores de ceremonias y se censura tanto la libertad de conciencia como la crítica a una Institución que se dice de origen divino.
Podemos decir finalmente que Iglesias y Estados en este mundo son los guardianes de la Caverna platoniana, carceleros de la dicha y de la libertad espiritual, embaucadores que mantienen en la penumbra de la ignorancia a sus seguidores mientras descargan su ira contra los disidentes.
El que descubre este juego está preparado para salir de la Caverna en busca del radiante Sol de la alegría y la libertad.