Qué ágil estuvo nuestro presidente, que fue uno de los primeros en anunciar que España saldría al rescate de Grecia. Lástima que los 3.673 millones, el 12,24% del total que se tiene previsto ofrecer, pueda empeorar las necesidades de liquidez de nuestra economía. Lo que no sabe nuestro astuto presidente es que la generosa e imprudente oferta es altamente contraproducente en la actual situación de nuestra economía. Como si ya no fuera suficiente el irresponsable drenaje de deuda pública que el gobierno socialista está perpetrando, para terminar de estrangular la liquidez de nuestra economía y de todo nuestro sistema financiero. ¿Cómo piensa conseguir el Gobierno español este dinero en caso de que Grecia lo reclame?, ¿quizás con más deuda pública que a la larga significará que tengamos que pagar más impuestos?, o tal vez directamente con más impuestos. Por supuesto, todo ello sin contar que, de ejecutarse, España no podrá reducir su déficit al 3% en 2013. Bueno, en realidad es un objetivo casi imposible, incluso si Grecia no necesita finalmente el dinero del rescate.
Menos mal que desde Bruselas los responsables de los asuntos económicos y monetarios, ya han llamado al orden a los países con déficit, pues éstos, los nostálgicos de la izquierda interventora, lo habían convertido en una banal excusa para que pudieran seguir ganando terreno a su favor. Ya era hora, porque no sólo hay que evitar a toda costa la crisis financiera, sino también la «crisis fiscal». Crisis que actualmente sufre no sólo Grecia, también España gracias a nuestro Gobierno socialista. Hay que tomar cartas en el asunto, claro que sí, porque una Unión Europea que no tenga el control de toda la política económica, incluyendo la política fiscal, es un barco a la deriva. Bruselas está en la obligación de fiscalizar cualquier exceso de gasto en los presupuestos públicos de los diferentes países, si lo que se quiere es que sigamos creyendo en Europa y que el Euro subsista. La ortodoxia económica debe de prevalecer para evitar el intento de vigilancia del Gobierno de España y de algunos otros países. Si queremos un futuro para Europa debemos tener una política fiscal coordinada y única. Y por ello las medidas de política fiscal, y no únicamente las monetarias, deben estar bajo el control estricto de Bruselas. Esa es nuestra única garantía para evitar hoy la sangría económica en las que estamos inmersos, garantizar el progreso y poder avanzar con Europa. Ya veremos; sin embargo, cuál es la reacción de nuestro Gobierno en el Parlamento Europeo, y en qué queda la propuesta de Bruselas para reforzar el Pacto de Estabilidad y Crecimiento.
Y es que todos hemos presenciado que el gasto público se ha destinado a obras innecesarias e insostenibles, subvenciones a sectores improductivos o, lo que es peor aún, para justificar posicionamientos ideológicos promovidos fundamentalmente por ministerios dedicados al culto a la ignorancia y/o al ignorante. Toda una serie de supuestas «ideas geniales» que no son otra cosa que la apoteosis misma del despilfarro del dinero ajeno. Ideas estúpidas las ha habido en España y, en una abundancia tal, que son para ilustrar cualquier manual de lo que no se debe hacer si no se quiere correr el riesgo de destruir cada uno de los pilares de la economía.
La insistencia de políticas despilfarradoras nos está llevando rápidamente a desaparecer del escenario económico mundial y a pasar de una economía considerada entre las ocho más importantes del mundo a una economía en decadencia, que es sobrepasada en términos de producción por Rusia, Brasil y también por Italia. Y todo, como consecuencia de la dilapidación del dinero público y las insensatas políticas fiscales aplicadas por el ejecutivo, con el único fin ideológico: generar una sociedad cautiva. Ya lo dijo nuestro presidente Rodríguez Zapatero, él quiere ser recordado como el único presidente que se mantuvo fiel a sus principios, es decir, ideológicamente incólume. Lo que aún no parece entender el presidente, es que la política de intervención socialista es totalmente incompatible con los buenos resultados económicos, y en vez de garantizar que España se mantenga, como él desea, en la primera división de los países desarrollados, de seguir empeñándose tozudamente con sus políticas lo único que conseguirá es más empobrecimiento y el descrédito de nuestro país en el ámbito mundial.
Desde luego, con cursillos feministas para que nuestras hijas descubran las bondades de sus genitales no vamos a salir de la crisis, tampoco vamos a salir de la crisis con vallas publicitarias que valen más que las propias obras, o creando empresas públicas ineficientes y deficitarias, ni por supuesto garantizando el derroche autonómico. Y es que no todo es culpa del Gobierno de la nación, en nuestras comunidades y ayuntamientos también existen pequeños tiranos del gasto. Aquellos que son capaces de despilfarrar el dinero ajeno y de gestionar no buscando precisamente la eficiencia económica, sino más bien, su propio beneficio o el de su grupo político, de multiplicar el tamaño de la administración y sus instituciones. Uno de los muchos ejemplos del despilfarro lo tenemos en el Ayuntamiento de Zaragoza, con su carísimo tranvía, con sus exposiciones, sus juegos de invierno y demás paparruchadas, aprovechándose de la ilusión de ciudadanos incautos, a quienes venden una serie de eventos, trabajándose al personal psicológicamente al sentimiento, a la vez que se pide barra libre para no dar cuentas de nada a nadie, pero eso sí, todo siempre con el dinero de nuestros impuestos.
Como si abriendo zanjas por las mañanas y cubriéndolas por la noche fuera suficiente para resolver los graves problemas de nuestra economía. Si fuera así, la situación económica ya se habría resuelto hace muchísimo tiempo. Aún tengo la esperanza de que con todo lo que hemos vivido tras la obsoleta aplicación de las políticas keynesianas, al menos haya quedado bastante claro, a una buena mayoría, lo poco que funcionan algunas medidas interventoras socialistas, al menos como para no volver a tropezar en la misma piedra. Aunque ya se sabe, hay quienes se empecinan en justificar la economía socialista, aunque siempre acabe en el «despilfarro y la ineficacia». Los hay además a quienes a sabiendas les viene de perlas este tipo de argumentos del keynesianismo, pues así continúa la fiesta, «se funden todo y se enriquecen», mientras «otros lo pasan mal y se empobrecen».
En otros casos, la desfachatez de algunos políticos no tiene límites, como en el caso de la alcaldesa de La Muela en Zaragoza, que incluso estando imputada por presunta comisión de once delitos económicos tiene la cara dura de presentarse para seguir rigiendo la alcaldía, como si aquí no hubiera pasado nada. Mientras el Gobierno de Aragón (PSOE-PAR) consiente y esconde la cabeza, inhibiéndose de solicitar la disolución de la corporación municipal al Consejo de Ministros. Un Gobierno de Aragón que intuimos tiene mucho que decir a este respecto y en muchos otras cosas también. Un Gobierno autonómico que no actúa con transparencia, que no da cuentas de la situación de sus empresas públicas que ha creado a mansalva. Lo extraño de todo esto, que se repite en muchas Comunidades Autónomas, es que durante todos estos años nadie haya hecho nada para evitarlo. ¿Cómo es posible que campe la impunidad?
De momento hay quien no se quiere dar por enterado, aún no le es suficiente, no es suficiente con el sufrimiento de las familias, e insisten y reclaman más derroche nacional y autonómico. Las consecuencias de tanto despilfarro es más que evidente: «más desempleo y más crisis». El punto de no retorno para nuestra economía ya tiene nombre: «la burbuja de la deuda». O lo que es lo mismo, la burbuja del despilfarro y la ineficiencia públicas, que ha conseguido convertir la «crisis financiera» en una «crisis fiscal» en la que estamos inmersos con el crecimiento del gasto público, y de la que será muy difícil salir si seguimos empecinándonos en el mal camino de la política económica emprendida por nuestros Gobiernos nacional y autonómicos. De continuar negando la evidencia, cada vez será mayor el sacrificio y mayor el empobrecimiento de las familias españolas. Lo peor de todo este asunto es que nuestros gobiernos son así porque se lo permitimos, y porque buena parte de los españoles se toman las cosas con bastante indiferencia, quizás con aquella indiferencia del que se sabe protegido.
El problema de fondo de nuestra economía también está en nuestro propio modo de pensar y actuar, pasando de todo, y eso es aún más difícil de cambiar. Mientras nadie asuma su responsabilidad, mientras queden cargos públicos corruptos y con tan poca vergÁ¼enza que no estén dispuestos a asumir sus propias responsabilidades, mientras queden partidos políticos que no sean capaces de limpiar y desinfectar sus propias cloacas, mientras existan ciudadanos que exculpen a sus representantes para culpar a los contrarios, mientras ya no quede gente con principios, y con valores éticos sólidos, mientras no queden intelectuales capaces de salir a la palestra, de personas dispuestas a defender el futuro de sus hijos, nada podremos hacer para poner freno a esta barbarie de corrupción, ni al despilfarro público, ni a la ineficiencia de nuestras administraciones, ni a la incompetencia de nuestros políticos. Para atribuir responsabilidades previamente hay que reconocer lo poco que hacemos por cambiar la realidad, hay que hacer análisis crítico, y hay que tener un criterio propio. Luego, todos tenemos una pequeña parcela de influencia en las urnas que deberíamos utilizar, pues aunque mínima, si la consideramos para el conjunto de ciudadanos ésta es verdaderamente muy poderosa, capaz de darle un vuelco a la situación actual. Si no lo hacemos por nosotros mismos, al menos intentémoslo por nuestros hijos.
Gunther Zevallos
Secretario Gral pCUA
Imprimir