Así lo enunciaba Albert Einstein: “Entre las dificultades se esconde la oportunidad”, y el escritor norteamericano Orison Swett Marden, añadía: “No se sale adelante celebrando éxitos, sino superando fracasos”.
Ahora bien, en nuestra sociedad, “la dificultad” o los momentos problemáticos y no exitosos socialmente hablando, son contemplados de cualquier modo, menos como una oportunidad para la persistencia y el aprendizaje. Este es el precio de vivir en una sociedad que concibe el éxito “sin dolor” como el único modo de vida, y la competitividad como su principal instrumento; consiguientemente tachar a alguien de “fracasado” o “perdedor” es de las peores cosas que se le puede decir, sea cual sea el ámbito de la vida al que se haga referencia: laboral, afectivo o académico.
Los modelos que nos ofrecen el cine, la televisión y la sociedad en general, están emperrados en no querer reconocer la derrota, en esconderse del error cometido, en exhibir todo aquello que se valora socialmente como exitoso, y nunca asumir la responsabilidad de los propios errores. El fuerte rechazo que interiorizamos, desde bien niños, hacia el “fracaso” va haciendo que nuestra capacidad para enfrentar problemas y derrotas, se vea considerablemente mermada.
Es curioso que, sin embargo, parezca que existe consenso en la comunidad científica acerca de que todo proceso de aprendizaje comienza por la aceptación del error, y sólo así se pueden llegar a capitalizar las vivencias dolorosas, y convertirlas en experiencias positivas.
No obstante, la sensación de fracaso tiene que ver con expectativas incumplidas, con la distancia entre el “lo que soy” y lo que “creo que soy” o “me gustaría ser”. En definitiva depende del primer escalón que debe subir cualquier persona que pretenda alcanzar un mínimo bienestar emocional: el conocimiento y aceptación de uno mismo. Bajo los efectos de la hipnosis de una sociedad que niega cualquier aspecto que no suene a triunfo, uno corre el riesgo de establecer metas para su vida que se encuentren, por su poca coherencia, fuera de su alcance.
Conseguir las metas que uno se propone, siempre que sean coherentes, es cuestión de persistencia en las acciones, y consistencia en el carácter y los valores personales; éstos serán los mejores antídotos contra la sensación de fracaso. Buen ejemplo de ello fue Abraham Lincoln, quien en 1831, suspendió sus estudios de Ciencias Empresariales, en 1832 perdió las elecciones Legislativas; en 1834, volvió a suspender Ciencias Empresariales, en 1835 murió su novia; en 1836 sufrió una fuerte crisis nerviosa; en 1838 perdió de nuevo las elecciones; en 1843, 1846 y 1848, salió derrotado en las elecciones para el Congreso, en 1855 para el Senado; en 1856, derrotado para Vicepresidente; en 1858 derrotado de nuevo para el Senado, y hubo de esperar a 1860 para ser elegido el decimosexto presidente de los E.U.A. Á‰l fue quien nos dejó escrito: “Recuerda siempre que tu propia resolución de triunfar es más importante que cualquier otra cosa”.
Cuando uno vive –durmiendo- durante mucho tiempo pensando que es alguien muy distinto al que realmente es, quizá se despierte traumáticamente y con amargura, comprobando de golpe que no es tan guapo como había imaginado, o tan inteligente, o tan socialmente integrado, o tan familiarmente querido. Y según sea la distancia entre sus expectativas o deseos, y lo que la realidad le devuelve, así será de inaguantable la sensación de fracaso. Sentir que uno es un perdedor, es en muchas ocasiones, sinónimo de una falta de aceptación personal, y en definitiva la consecuencia de haber perdido nuestra batalla contra el orgullo. Especialmente sensibles al fracaso son, los que gozan de una pobre autoestima, los perfeccionistas, y los que no persisten ad infinitum en la consecución de sus objetivos.
El poeta argentino, y miembro de la Academia Argentina de Letras, Francisco Luís Bernárdez, entonaba mística y líricamente el revelador poema: “Si para recobrar lo recobrado / debí perder primero lo perdido, / si para conseguir lo conseguido / tuve que soportar lo soportado, / si para estar ahora enamorado / fue menester haber estado herido, / tengo por bien sufrido lo sufrido, / tengo por bien llorado lo llorado. / Porque después de todo he comprobado / que no se goza bien de lo gozado / sino después de haberlo padecido. / Porque después de todo he comprendido
por lo que el árbol tiene de florido / vive de lo que tiene sepultado.”