Qué complicado lo de la competencia hoy en día, cuando hemos creado una sociedad para que continuamente estemos compitiendo unos con otros, creando seres amorales a los que les da igual la manera de conseguir destacar, al precio que sea, por encima de los demás, y mantener el estatus de la manera que sea…
Desde bien niños solo nos enseñan a ganar y nunca a perder ni a desilusionarnos, a tener reveses en la vida. En fin, siempre hay que ser el ganador o el mejor…
Yo fui uno de ellos, pero la experiencia de vida por la que tuve que pasar, lo que me ofreció es la mayor experiencia de humildad que nadie me haya dado. Crecí como hombre, me di cuenta de que la persona y los logros que de verdad te hacen crecer, son las metas que tú vas alcanzando sin herir a nadie, e intentando comprender y no imponer, y la competencia solo conduce a la humillación de uno o de otro.
Hablo de la vida, aunque también se podría trasladar a lo espiritual.
Yo creo que lo primero que hay que saber es aprender a perder y todo lo que conlleva. Los celos o la envidia, como bien sabemos, van cogidos de la mano…
Aprendí a darle la importancia real que tienen y que no es vital ni traumática, sino todo lo contrario: más enriquecedora que el que quiere ganar a toda consta.
Todos los días podemos ganar y perder, pero en nuestras pequeñas metas e ilusiones, intentar mejorar es primordial en la enseñanza de la vida. El tener celos o envidia nunca te dejará avanzar, pues nubla tus pensamientos y oscurece tus objetivos. Deja que los demás se despedacen entre si y tú crece en lo personal, gana en valores, e intenta sonreír a la vida, que ya es difícil de por si , y encima nos la ponen cada día un poco más complicada.
Yo particularmente me aferro a las vivencias pasadas y a la lección que me dio la vida, sacando lo positivo de lo que otros solo ven lo negativo.
Yo estuve 9 meses en un centro donde no había ningún especialista que nos marcase ninguna pauta. Lo llevábamos entre todos. Aquello era el mundo en pequeño, pero todo lo malo reducido en una casa muy grande, donde había que sobrevivir… Yo interioricé muchos pensamientos de mi pasado y del momento que estaba pasando, para moldear un nuevo Fernando, una manera de volver a nacer, no entre en el juego de las envidias, celos y demás; ya lo había vivido fuera ¿por qué tenía que hacerlo dentro de nuevo?
La gente, que no era tonta, no dejaba de pedirme consejos, bueno consejos: buscaban palabras de alivio porque a nadie le gustaba estar recluido y menos seguir una disciplina. Yo, simplemente, lo que había que hacer lo hacía. Me importaba mi cambio interior, no el trabajo exterior. Por ahí empezó el cambio: entendí porqué había que dejar atrás un pasado, donde otros solo luchaban por vivir mejor o no hacer las cosas. Ese era un camino equivocado. Simplemente caminé con el paso cambiado. Espero se me haya entendido: crecí como persona, respetándome a mi mismo y empatizando con los demás. Simplemente cambié.
Sólo un último comentario que me dejé olvidado: por tener tenemos hasta celos de «Dios». Así es de triste. En algunos casos nos tenemos celos por temas religiosos, y por ellos nos matamos.
Y si perdemos a un ser querido y nos ciegan esos celos posesivos y enfermizos, en el maltrato podemos llegar a quitarles la vida. Es una falta total de autoestima y un retroceso mental en el individuo, no llegar a separar el odio, amor, posesión… Pero terminando con la vida del otro ser humano no se acaba, todo al contrario, empieza un calvario psicológico… que no es el sitio ni el momento adecuado para ponernos a explicar por las diferentes etapas por la que pasa el sujeto, hombre o mujer. Los remordimientos por desgracia no se pueden matar.