Un Maestro, muy venerado por su sabiduría e ingenio, estaba en su lecho de muerte y descansaba en paz rodeado por sus discípulos. A su alrededor se juntaron también las personas que le habían seguido y admirado. Uno de ellos le dijo:
– Maestro, con arreglo a la tradición, dinos unas palabras para poner en tu epitafio.
El Maestro sin abrir los ojos esbozó una amplia sonrisa y contestó, como asombrado:
– ¡Me he pasado la vida vendiendo agua a la orilla de un río!
Y se durmió riendo. Mucha gente va en peregrinación, hace colas, paga grandes sumas y se somete a privaciones para que le den embotellada el agua de la sabiduría que corre, abundante y libre, gratis y generosa, por los cauces de todos los ríos, lluvias, playas y mares.
Como en aquel poema de José Hierro que concluye así:
“Sin palabras, amigo; tenía que ser sin palabras como tú me entendieses”.