Á‰rase una vez una tribu formada por un centenar de personas. 70 adultos, 15 ancianos, y 15 niños de menos de 14 años. Habían llegado al valle tras un largo peregrinaje. Allí se instalaron, y los 70 adultos trabajaron duramente cultivando los campos, criando ganado, construyendo cabañas y fabricando herramientas. El primer año sufrieron grandes penalidades, pero poco a poco fueron recogiendo el fruto de su trabajo y su bienestar aumentó rápidamente.
Al cabo de diez años producían muchos más alimentos de los que necesitaban, así que decidieron dejar de fabricar herramientas y comprarlas a una tribu vecina. Los diez artesanos que habían venido haciendo ese trabajo se dedicaron ahora a construir instrumentos musicales y a amenizar con canciones las veladas de la tribu.
Diez años más tarde, seguían teniendo excedentes, y volvieron a reorganizarse: las diez personas que construían viviendas dejaron de hacerlo, y se ocuparon de enseñar las tradiciones a los niños. Al mismo tiempo se decidió que éstos, en lugar de empezar a trabajar a los 14 años, continuaran aprendiendo hasta los 20. Compraron los materiales de las viviendas y pagaron a gente de otra tribu para que las construyera. Decidieron también nombrar un Consejo de diez personas para que escribiera la historia de la tribu y para que redactara las leyes.
Ahora eran 15 ancianos, 30 niños y jóvenes estudiando, 10 músicos, 10 profesores, 10 miembros del Consejo. y 25 trabajando las tierras y cuidando el ganado. La producción descendió bruscamente, y como todos se habían acostumbrado a comer en abundancia, el Consejo decidió pedir alimentos prestados a las tribus vecinas.
Al cabo de otros cinco años, debían a las otras tribus más de lo que ellos producían en tres años. Los vecinos empezaron a ponerles pegas para prestarles más alimentos, y el Consejo convocó una asamblea tribal para decidir qué hacer. Un anciano medio ciego propuso volver a la organización anterior, y que al menos 60 personas se dedicaran a trabajar los campos. Todos se opusieron tachándole de loco. Todos –excepto el anciano- estaban de acuerdo en que era importante que los jóvenes continuaran estudiando hasta los 20 años, y en que la música formaba parte de sus costumbres. Los miembros del Consejo convencieron a todos de que no podían disolverse, ya que sin ellos la tribu sería un caos. Al final, para reducir gastos, decidieron reducir a la mitad la ración de comida de los ancianos.
La producción siguió cayendo, y era imposible devolver a sus vecinos todo lo que les habían pedido prestado. Una mañana vieron que se acercaba una multitud de más de mil personas, armadas con espadas y lanzas.
Sólo el anciano entendió por qué las tribus vecinas se habían aliado y les habían invadido.