Encontrar el verdadero ‘yo’
Cuando andamos perdidos de nosotros, a menudo nos encontramos en los espejos de otros reflejos nuestros que nos devuelvan nuestra imagen y también, muy a menudo, sólo encontramos que esos espejos ofrecen la imagen distorsionada que no se corresponde con quienes somos, pero que es la que pretendemos aparentar.
A través de un proceso de búsqueda abrimos los ojos y nos damos cuenta de las máscaras que utilizamos para conseguir aprecio; que al estar tan pendientes de los demás, al vivir escapándonos en tanto hacer, hacer y hacer, nos instalamos en la rutina y nos perdimos de nosotros creyéndonos nuestras propias mentiras.
Encontrarnos con nuestro verdadero yo es un proceso de trabajo personal, de un despertar del letargo y de costumbres establecidas. Para situarte en tu “aquí” y tu “ahora” puede ayudarte realizar una revisión de la línea de tu vida. Sea como haya sido tu vida, sean cuales sean las dificultades que hayas tenido, piensa que si no hubieras sido valiente para enfrentarlas, si no hubieras tenido esas vivencias, no serías quien eres hoy.
Seguramente hace mucho que no te preguntas qué es lo que deseas, lo que te entusiasma o te desagrada. ¿Puedes pensar en qué es lo que te conviene o es adecuado para ti, en lugar de pensar en lo que los demás te dicen que te conviene? ¿Realmente haces lo que quieres hacer, en la familia, el trabajo o en las relaciones con la pareja o los amigos?
Conforme te acercas a tu yo auténtico y lo abrazas, aprendes que lo que verdaderamente cuenta no está fuera, sino dentro de ti; no está en los logros que alcanzaste, aunque te proporcionaran satisfacciones; ni está en las personas que te quisieron, aunque su cariño fuera agradable; sino en lo que tú fuiste capaz de sentir y de dar.
Amar y necesitar no son la misma cosa. Amar es darte al otro sin reservas. Necesitar es dejar que el otro cargue con lo tuyo sin darte cuenta que eres valioso y capaz de regir tu propia vida sin que otros tiren de tu carro.
Aprendes a estar conectado con tus sentimientos. Entonces estás preparado para acogerlos y aprendes a llorar sin sentir que eres débil, que no te resta ni un ápice de fortaleza ni te hace más vulnerable; al contrario, te das cuenta de que, cuando aceptas tu debilidad, te haces más fuerte, más sólido, más rico; y esa consistencia alimenta los cimientos de ti mismo.
Resuelve asuntos pendientes, ordénalos por el orden que prefieras, ponles fin y acepta que habrá otros que no dependan de ti o sencillamente que no se puedan solucionar. Es momento de allanar el camino hacia tu tiempo personal.
Para conectar con tu YO, es necesario que te regales un tiempo al día para ti. Este espacio a solas te ayudará a conectar con el ritmo de tu respiración, el pulso de tu vida y permite que resurja toda tu creatividad. Cuando creces, aprendes a calmar las prisas, a dejar venir los minutos para degustar cada uno de ellos en sí mismos. No hay ni más ni menos que los minutos que hay. Aprendes que “el aquí y el ahora” es lo único que tienes, porque el pasado ya pasó y el futuro aún no lo has hecho. Ya que el tiempo no existe sino que lo vamos haciendo.
Cuando creces, aprendes a llamar a las cosas por su nombre, ya no necesitas esconderte tras las fachadas mentirosas que habías creado para camuflar lo que no aceptabas o no te gustaba de ti. Aprendes a aceptarte tal como eres, a ser amable con tus defectos y tus limitaciones como partes también amadas. Tú eres dueño de tu vida, el artífice de tus actos y el creador de ti mismo.
Vivimos como si dispusiéramos de todo el tiempo del mundo, como si nuestra vida no se fuera a terminar nunca. Darnos cuenta de que no somos infinitos, que la vida tiene un principio y tiene un final es un signo de madurez personal, que nos ayuda a valorar las cosas como son. Aprendemos así a aceptar a los otros sin intentar cambiarlos, a darle a las cosas la importancia que tienen, sin hacer montañas de granos de arena, y te liberas para vivir cada momento como único.