Porque no sólo de textos vive el hombre: dos apuntes sobre cómo hacer pan anti-capitalista con una truñilex, mientras tratas de salvar el mundo de la catástrofe ecológica.
Ortega y Gasset, con una de sus significativas metáforas biologicistas, dejó dicho que el mito era el fermento de la historia. En efecto, al igual que la estructura:
[agua-harina(s)-levadura(s)/gasificante(s)]x
cuando realiza su proceso de panificación, la historia eleva sus cónclaves gracias al trasfondo efervescente de los mitos que la constituyen. Respecto de un pan, les aviso de antemano que no tengo receta para eludir la levadura (o cualquier tipo de fermento gasificador), pues el horno no está, ni para bollos, ni para panes ácimos –o por lo menos no mi truñilex C3PO-. Para la cocina, pues, suelo combinar algo de masa madre con levadura viva, así intento asegurarme de que las piezas tengan una “estructura sostenible”. Para la conspiración política, creo también en «la levadura», o «los fermentos», como motor dinámico de la estructura histórico-política. Ahora bien, la composición de esos mitos, como la composición del pan, puede variar sensiblemente según se quiera una idea anti- o pro- capitalista. Un pan muy capitalista, y poco sano, es el de la harina refinada, blanca, pura. Un mito muy capitalista, y potencialmente mortal, es la utopía fosilista, negra, oscura.
Fórmula estable para crear pan inusitado
Cuando, mostrando señales del futuro, nuestros cuerpos comienzan a liberar la porción de entropía cósmica que vuelve al balance termodinámico universal, nos planteamos la posibilidad de hacer nuestro propio pan: por salud, vamos. Hemos conseguido, por un parsimonioso proceso, la fórmula, relativamente estable (es decir, permite variaciones), de un pan con menos gluten y más avena y harina de arroz integrales. Os dejamos la receta, nunca se sabe.
- 160 grs de masa madre (agua 1/1 harina de centeno, si no se tiene, reintegrar la cantidad en agua y harina ‘normales’)
270 ml de agua (menos 80 grs de agua aportada por la masa madre)
Aceite, al gusto; azúcar, sal, 1-2 cucharadas (no eludir: son también necesarios para la química del proceso)
Harinas:
120 grs Harina de fuerza trigo blanco (12% proteínas)
100 grs harina integral de arroz (8% prot.)
150 grs harina integral de avena (11% prot.)
+80 grs harina de centeno aportada ya por la masa madre (13% prot.)
15 grs de levadura viva
Programa 4 de la panificadora truñilex (integral, 3.11 h. tiempo de proceso total (amasado y cocción), tiempo cocción aprox. 45-50 minutos).
Receta y (levadura) para una biopolítica de la liberación
Crear un pan, supone un proceso de transformación de materiales, y requiere un flujo de energía, que no poco tienen que ver con el fenómeno termodinámico de la entropía –lógicamente, como cada rincón de este planeta-. Al mezclar los materiales (agua, harina, etc.) incrementamos los niveles de entropía de partida y el resultado, un pan, es aparentemente un recurso energético poco útil para generar ‘trabajo’ –de no ser porque sirve de alimento, de energía, para animar la mano de obra humana (todo sea dicho, la segundafuente de energía renovable disponible y por explotar con eficacia, junto con la solar). El pan, pues, no posee mucha exergía, pero sí suscita un fenómeno paralelo al ser consumido por el ser humano.
Establecíamos una analogía al principio, que cabe recuperar ahora: la historia se eleva sobre las ondulaciones producidas en el interior de su estructura densa, por los gases resultantes de algún tipo de fermentura mitológica. El carácter de esa historia, vendrá pues dado por la calidad de los mitos que la insuflan. Así es que la biopolítica que se desarrolla en nuestros días, en tanto que se nutre de una genealogía de distintos aspectos de la historia (Foucault), alimentada pues con fermentos agrios como está, no se eleva, como debería, hasta la altura de los tiempos a los que se enfrenta. Malos mitos, malos paradigmas científicos, producen exergía biopolítica de muy baja calidad. El mito de la utopía fosilista, creer que se puede sostener la crematística de las últimas décadas, nos aboca a un colapso de las fuentes energéticas, con todo lo que ello conlleva; básicamente, colapso social generalizado. Continuamos por trampolines fáusticos (Ernest García) que son ya catapultas a la fatalidad.
Por otro lado, las cosas ya como son, lo que se busca con una biopolítica no es un tipo ‘pan’, ni siquiera un producto terminado para consumir o dejar florecer. Sí se busca, sin embargo, algo así como una fórmula estable, pero no para un producto terminado, sino para mantener cierta efervescencia en la masa que la historia va formando. Con la estructura generada por los gases efervescentes del fermento-mito, este interminable compuesto biopolítico, es capaz de hacer frente a los embates que la circunstancia le plantea (humedad relativa, evaporación de líquidos, entrada de agentes externos contaminantes, incremento o descenso de las temperaturas, temblor de la tierra, etc.), con mayor o menor éxito.
Respecto de la entropía y la biopolítica, podemos decir que una mala biopolítica de la liberación a nivel global (si es que existe una coordinadora de esas dimensiones), provocará el incremento del desorden y el caos de las luchas, produciendo mayores niveles de energía performativa poco útiles para generar trabajo –en el caso de la performatividad: convencer, motivar y generar re-acción-. Lo que opera en el nivel geopolítico, es la música orquestada por el eco-capitalismo y su despliegue biopolítico correspondiente: las alarmas ecológicas se transforman en mero ruido de fondo, ‘gracias’ a un fenómeno (meta) físico identificado como entropía sígnica. El ejemplo más evidente, podría decirse que es la Red; en ella, a los depósitos de conocimiento acumulados por el ser humano, se les aumenta a tope la entropía. El resultado es un flujo constante de información ‘siempre’ disponible y prácticamente insondable; pero es también, por tanto, un flujo muy confuso y poco válido para generar ‘trabajo’ -en este caso trabajo significa educación, pedagogía, etc.-. Para la ecología política significa, como decíamos, que los signos del verdadero mensaje quedan neutralizados en el ruido blanco que el hipercapitalismo impone.
Una buena receta, o más bien una propuesta, para la biopolítica capaz de elevarse hasta la altura de los tiempos a los que se enfrenta, es, sin lugar a dudas, buscar una fermentura mitológica que se ajuste a los límites biofísicos del planeta: ni prometeica, ni cornucopiana (ni desarrollista, ni ‘sustitucionista’, ni ‘compensativa’, etc.). En vistas a modular su impacto, buscando siempre la maximización del mismo, lo que tampoco debe olvidar cualquier biopolítica ecologista, es la importancia de desmarcarse de la saturación sígnica, de la entropía retórica que sirve a la mutación eco-capitalista; por el contrario, deberá buscar las premisas de una ecología sensata y mucho más realista.
Por concluir ofreciendo, honestamente, una fórmula bastante estable para un proyecto de biopolítica, propongo la ‘receta’ de la prefiguración y la biomímesis ecosocialista (Jorge Riechmann) que, en materia de ecología y justicia social, es seguramente la mejor para las cocinas que Marx imaginaba en el pasado. En esta praxis ético-política, se hornean nuevos órdenes, integrales y sin capitalismo.