Fueron unos “magníficos profesores los que inocularon el virus de la investigación histórica” a Félix Labrador para trasladarle a una época, la edad Moderna, donde la competencia entre familias reales por conservar o incrementar poder se pugnaba entre fiestas, banquetes y lujo.
Su trabajo se centra en el estudio de La Corte y las Casas Reales en diferentes lugares de Europa durante la Edad Moderna, ¿Puede hablarnos un poco de este tema?
Mi línea de investigación principal analiza la evolución de la corte y la casa real portuguesa durante el periodo denominado “La Unión de Coronas” (1580-1640), que afronta la integración de la corona portuguesa dentro del entramado institucional de la Monarquía Hispana. Para ello, estudio el papel de la corte en Portugal desde el triunfo de la dinastía Avís, los diferentes departamentos palatinos que la componían, los principales personajes que detentaban los principales oficios y los diferentes mecanismos de integración de las elites políticas, sociales y económicas. Dentro de esta metodología se integra una segunda línea, en donde analizo la evolución política-institucional y la organización de las casas reales de las reinas hispanas desde Isabel la Católica hasta Margarita de Austria.
Así, se puede decir que mis trabajos se insertan dentro de la renovación historiográfica de las últimas décadas en torno a la historia política que ha contribuido a delimitar el papel tan importante que desempeñó la corte y la casa real como elemento integrador de las elites de los reinos y el papel que cumplieron sus componentes en el gobierno de la Monarquía, lo que ha llevado a un análisis de sus estructuras, ordenanzas y etiquetas; así como del personal que en ellas trabajaba o de las diferentes fiestas y ceremonias que se realizaban, como rituales de poder, entre otros temas.
¿Cuáles son las principales conclusiones a las que llega sobre el papel de esta institución?
Hasta no hace mucho tiempo, la corte o la casa real solo recibían la atención de los investigadores para tratar del lujo, del oropel, del derroche económico, de las fiestas, etc., sin tener en cuenta su verdadero significado político a lo largo de la edad Moderna. Ahora bien, en estas últimas décadas este hecho ha cambiado, gracias a las nuevas corrientes metodológicas en historia política.
Las estructuras políticas de las Monarquías dinásticas europeas durante el Antiguo Régimen se desarrollaron a partir de lazos personales, como correspondía a una organización política evolucionada del feudalismo. No obstante, estos lazos, precisamente por ser personales -además de resultar muy limitados para controlar una sociedad cada vez más numerosa y diversificada- se extinguían con el tiempo, por lo que las nuevas Monarquías tendieron a ejercer su poder a través de instituciones, que perduran en el tiempo y cuyo desarrollo no se contradice ni resulta incompatible con la existencia de relaciones personales.
Y en este orden, la corte y la casa real se convirtieron en el centro de poder hasta el siglo XIX, siendo el medio tácito del pacto entre la realeza y la nobleza, y el lugar de nexo entre el centro y la periferia. A la sombra de la corte de los monarcas, además, tuvieron lugar un proceso de transformación de los valores y del modo de vida de los grupos dominantes en Europa. Las buenas maneras, la etiqueta y el ceremonial, las estrategias en la conversación, el arte de la observación fueron pautas sociales de comportamiento que se generaron y evolucionaron en un espacio de competencia entre familias y facciones por conservar o incrementar sus cotas de poder
De esta manera, se rompen los planteamientos que nos han venido explicando la formación política de la edad Moderna como una racionalización progresiva del poder estatal. Estos argumentos han provocado que diferentes escuelas historiográficas que han analizado la edad Moderna no pusieran de manifiesto, a pesar de combatir el empirismo institucional decimonónico, la manera en que se articularon políticamente las Monarquías dinásticas europeas, ni el papel que jugaron las relaciones personales en ellas.
Lo que hacía que la visión que se trasladaba a las aulas daba por hecho que la historia solo era una continuación lógica que permitía explicar nuestro actual sistema, sin analizar o percibir las particularidades de cada momento histórico, haciendo pensar a los alumnos que, por ejemplo, la crisis del siglo XIV o del siglo XVII se explicasen por las mismas razones, lo que no es cierto.
Algunas de las características que menciona, ¿se pueden trasladarse al día de hoy?
Existen muchas similitudes. Hoy en día se piensa, por ejemplo, que si una persona es honesta, trabajadora, esforzada, estudiosa, etc., podrá llegar en la vida allá donde quiera porque el sistema actual es así, basado en la igualdad, el mérito y la capacidad; pero, el día a día, te señala que muchas veces ese límite no lo marca una persona sino las relaciones personales que él y su entorno tienen.
En el fondo, en un sistema parecido, puesto que, como hemos visto, en la Edad Moderna las relaciones de poder se basaban en relaciones personales. Si bien, hay que decir, que algo hemos evolucionado y en algunos casos lo primero que hemos dicho se cumple.
Entonces, la historia se repite…
Pues en muchos sentidos sí. Muchas veces se dice que es necesario conocer el pasado para entender el presente. La historia es una ciencia (saber racional) que opera con unos mismos elementos desde que surgió la civilización. El hombre da semejantes respuestas ante situaciones que se repiten.
Parece, por lo que dice, que muchas veces la historia depende de quien la cuente. ¿Cómo se llega a consensos?
La historia tal como se explica, desde que se instauró como materia de estudio en las universidades en el siglo XIX, es desde un punto de vista nacionalista. Ello revela que según tu ideología, la tratas de explicar de una manera u otra. Las corrientes “científicas” que articularon en los últimos tiempos esta manera de hacer historia fueron la corriente de los Annales y el marxismo. Pero al explicarla por coyunturas y estructuras falsean la realidad histórica.
Estas dos escuelas, a pesar de sus distintos planteamientos acerca del motor que movía la sociedad, de los diferentes respaldos políticos que tenían y de las opuestas interpretaciones que mantuvieron acerca de la economía, poseían dos características comunes que hacían confluir a los historiadores de dichas escuelas. Por una parte, la de explicar la evolución histórica a través de estructuras y, por otra, la de resolver la “modernidad” en una serie de contraposiciones y transiciones donde la atención se centraba sobre los éxitos de los procesos indagados antes que sobre las dinámicas y características peculiares de todo el período histórico.
Ahora bien, la caída del Muro de Berlín y de los regímenes comunistas, el florecimiento de múltiples reivindicaciones nacionalistas o las crisis económicas han provocado, entre otras cosas, el fin del predominio del marxismo y de la Escuela de Annales. Permitiendo con ello aproximaciones más complejas a la realidad: sociales, institucionales y también culturales, así como de una recuperación y revitalización de los estudios de historia política, con interés por otros actores históricos.
Fuente: Universidad Rey Juan Carlos
Sofía de Roa/SINC