Como la mayorÃa de los ex-presidentes estatadounidenses, Grover Cleveland (quien fue el vigésimo cuarto) comenzó el servicio público en posiciones locales. Fue jefe de Alguaciles en el Condado de Erie (Nueva York) por casi tres años, Alcalde de la Ciudades de Buffalo y Nueva York, Gobernador del Estado de Nueva York por dos años y, finalmente presidente de la nación en los periodos de 1885-1889 y de1894-1897, antes de que le sucediera William McKinley, quien fue asesinado de cara a las vÃsperas del siglo XX.
Cleveland fue abogado y profesante de la religión presbiteriana. A la presidencia llegó soltero; presumiendo, con la publicidad de la prensa, que era hombre de imagen pura; hombre franco, capaz de decir o hacer algunas cosas exacerbadas, pero honesto, esto es «with blunt, honest ways». La imagen de pureza se le cayó desde que se supo que fue padre de un hijo bastardo, con mujer (Maria Crofts Halpin) que parecÃa de cascos ligeros, porque no sólo con él se acostaba y Cleveland, a quien le achacaron el «domingo 7», dudaba si el bebé era suyo o de su compañero en el bufete legal, en Buffalo, Oscar Folsom.
Siempre las campañas eleccionarias sucias han existido y una que Cleveland enfrentara le reclamarÃa que pagara su manutención infantil (cosa que él hizo) para evitar ese grito o «slogan» acusador: «Ma, Ma, where’s my Pa?» En aquellos años, en la vida pública, habÃa formas finas de tildar a un fornicario, o respetarle la vida privada a un presbiteriano. Cleveland no corrió a darle su apellido. Oscar Folson se prestó a darle el suyo, aunque Cleveland pagaba los gastos, las manutenciones. ¿No es extraña su actitud?
Cuando uno valora las aportaciones de este presidente, siempre encuentra interesante y misteriosa la frase de uno de sus discursos: «Las mentes no actúan juntas en público; ellas simplemente se pegan ; y cuando sus actividades privadas se reasumen, vuelan aparte otra vez». Tiempo muy difÃciles le tocaron a Cleveland, quien pensaba que «un sentimiento sinceramente americano reconoce la dignidad del trabajo y el hecho de que el honor radica en la faena dura y honesta». El problema es que ese estadounidense virtuoso y sincero al que él elogiara tenÃa otros vicios que sólo son enumerables y disgnosticados cuando se lucha desde el poder por corregirlos. Y él mucho que habló sobre el honor para ser un patán. «I have considered the pension list of the republic a roll of honor. It is a condition which confronts us – not a theory. Honor lies in honest toil». Bla bla blá… Habló el buey y dijo mú.
En la época que administró, en gobernatura y presidencia, casi todos los blancos sureños repudiaban la llamada Era de la Reconstrucción de la nación después de la Guerra Civil. La gente del Sureste norteamericano decÃa igual que Cleveland, pero, por distintas razones, que los programas de la Reconstrucción era un «experiemento fracasado», porque el racismo, admitido y abierto, no permitÃa que se aplicara el poder federal para garantizar el cumplimiento de la Enmienda Constitucional Núm. 15 que le daba los derechos al voto a los ex-esclavos negros.
Como hombre del Este (nacido en New Jersey), él se identificó con ideales de libertad para el esclavo; rehuyó el servicio militar o Ley de Conscripción de 1863 para no mancharse de sangre las manos en la Guerra Civil. Antes que declararse abolicionista, quizás para no dañar su carrera, no hizo pronunciamientos. Sin embargo, fue como abogado, dedicado y defendió gratuitamente a participantes de los llamados «Fenian Raids» (rebeliones de la Hermandad Fenia, con base en los EE.UU, que atacaba a fortines militares ingleses en Canadá. Dio su muestra de apoyo para la independencia irlandesa, una lealtad sentimental pues tenÃa tal ancestro. HabrÃa sido más útil defendiendo a negros; pero polÃticamente no le convino y no lo hizo.
Se hizo del Partido Demócrata y el único de tal partido electo a la presidencia en época en que los republicanos de Lincoln dominaban (1860 a 1912). Su tipo de pensamiento democrático bourboniano, comprometido con los principios del liberalismo clásico, eran firmes. Se opuso en cuanto pudo al imperialismo, al exceso de impuestos, a las polÃticas de clientelismo, subsidios, impactos inflacionarios y quiso ser un reformado, actuando contra la corrupción y los patronazgos. Le faltó talento y quizás un compañero vicepresidencial con más güevos y sustancia. El historiador Allan Nevins coincide con ésto y resume: «Carrera honorable, mas poco notoria ni espectacular; probablemente ningún hombre en el paÃs, el 4 de marzo de 1881, habÃa pensado que este abogado limitado, aunque firme y sencillo, desde Búfalo, llegara a la presidencia». Allan Nevins, en su especular biografÃa «Grover Cleveland: A Study in Courage» (1932), con que ganara un
premio Pulitzer, piensa que su mediocridad, sumada a su sencillez, le dio sus minutos de gloria y avance polÃtico en un ambiente como Buffalo, plagado por la corrupción de las maquinarias polÃticas de demócratas y republicanos.
En ese tiempo abundaban los «jefes», barones de los ferrocarriles, pontentadps de minas y bancos, especuladores de tierras. Quizás lo peor, en medio de ese clima, fue el racismo y el rencor extendido creado por la «Causa Perdida» de los confederados (que perdieron la guerra civil, mas todavÃa no el poder económico que tenÃan en el sur, a excepción de verse ya sin esclavos).
El racismo era evidente con los «linchamientos» («lynchings») y la cuestión triste cuando uno juzga a este presidente es que él se jactaba de la pena y la vergüenza que provocan tantos episodios de ejecuciones sumarias de negros, palizas y atropellos, pasada ya la guerra civil y los momentos más activos de los Ku klux Klanes, y él no hizo uso del poder federal para evitar esas matanzas y oprobios. De hecho para afianzar el reconocimiento del negro y su derecho al voto, según dispuso la Enmienda 15, cuando llegó a la presidente ni siquiera ofreció posiciones ni promociones a los afroamericanos. Simplemente, toleró que Frederick Douglass, afroamericano valiente, dijera con sus discursos y su expedientes narrativo sobre el dolor y la injusticia, aún sufrida por un pueblo liberto de la esclavitud, mas todavÃa abrumado por la miseria, el racismo y la falta de representación polÃtica.
Y los racistas blancos, a sus anchas. Cleveland fue enormemente miope o mediocre al plantearse asuntos de Derechos Humanos. Pensaba que no conviene que el chino siga viniendo a los EE.UU., por más esclavitud que hubiese en China y adujo que los inmigrantes chinos no quieren asimilarse a la sociedad blanca (por lo menos, no de la noche a la mañana). El Secretario de Estado de Cleveland, cuando negociaba el Acta de Exclusión de la Inmgración China, recibió instrucciones suyas para que el Congreso aprobara el Acta Scott, escrita por el congresista William Lawrence Scott. Esta legislación disponÃa que se inhabilitara el regreso de los chinos que dejaran los EE.UU. y el Acta se hizo ley en octubre fe 1888, aprobándose fácilmente por ambas cámaras del Congreso, dos nidos de puros anglosajones racistas.
Con la misma ineptitud, Cleveland se planteaba la condición económico-social y el avance de los derechos de los indÃgenas nativoamericanos. Los percibÃa con el mismo prejuicio que a los chinos, alegando que son reacios a la asimilación cultural. Si bien apoyaba la aprobación de que se les distribuyera tierras a miembros de ciertas tribus, de un modo individual, el Gobierno Federal mantenÃa los fideicomisos de las tierras tribales y se las regateaba para no darlas. Las ideas clevelandianas en torno el Acta Dawes y la situación del indÃgenas era repudiada por los indÃgenas que sabÃan que tras el llamado a la asimilación a la sociedad blanca (como medios de sacarlos de la pobreza) se escondÃa una pretensión distinta: debilitar sus gobiernos tribales, animarles a vender sus tierras a especuladores blancos y dejarles sin soga y sin cabras.
De las mujeres decÃa, casi lo mismo. No se les debe dar el voto: «Sensible and responsible women do not want to vote. The relative positions to be assumed by man and woman in the working out of our civilization were assigned long ago by a higher intelligence than ours». Dios serÃa quien, con su Alta Inteligencia, le dio su lugar, a la cocina y a coser, a criar muchachos y él tuvo cinco con Frances Folson, además del que tuvo fuera del matrimonio.
Como creyente en la teorÃa del gobierno limitado, sin mucha burocracia, él no investigó adecuadamente a quien servÃa y creÃa que mejor que contratar administradores eficientes, es utilizar el poder de veto que utilixó con más frecuencia que ningún otro presidente hasta esa fecha. Por las comisuras de la boca decÃa: «Officeholders are the agents of the people, not their masters». Que el funcionario de una oficina pública debÃan ser servidores de la gente, no jefes o dueños de sus voluntades. Mas en la práctica se inclinaba a los intereses de aque los que creen que el gobierno debe proteger a los ricos, en vez de cuidar a los trabajadores pobres.
El voto popular tendÃa a favorecerlo para la presidencia en tres ocasiones —en 1884, 1888 y 1892; pero, entiéndase que ni votaba la mujer ni los jóvenes, en las edades de hoy, y prácticamente ningún negro. Cuando utilizó los vetos presidenciales el primero fue contra el pobre. Vetó una legislación que pretendÃa que se redujeran las tarifas de los trenes elevados de la Ciudad de Nueva York. El dueño del sistema de trenes era Jay Gold, un millonario inescrupuloso, que cada vez que antojaba subÃa las tarifas, enriqueciéndose a expensas de trabajadores y usuarios pobres. Mas en tiempos de mala economÃa, en las cercanÃas de un Pánico financiero, a ese señor Grover Cleveland se iluminó el foco, alegando que Gould se hizo cargo de los ferrocarriles, que iban camino a la queibra, y los hizo un sistema solvente nuevamente. Durante su segundo periodo presidencial, 1893 –1897, sus actitudes ante el uso de la plata en el sistema monetario y las
polÃticas tarifarias, originan el Pánico financiero y mucha zozobra laboral.
A raÃz de una huelga ferrocarrilera en 1894, unos 125,000 obreros de ese sector paralizaron el comercio de los EE.UU. y, entonces, el correo federal dependÃa de esas lÃneas; Cleveland interviene, no sólo con un injunction, sino que envió tropas federales y, desde entonces, no habrÃa paz con el liderazgo del obrerismo organizado.
El Pánico de 1893 hizo vulnerable en los EE.UU. la situación de los obreros. El no oyó el clamor de las marchas pacÃficas lideradas por Jacob S. Coxey, no oyó sus puntos en reclamos de crear empleos en carreteras ni a los agricultores, yéndose a la bancarrota y dejando sin trabajo a los campesinos. Los historiadores dicen que las Marchas de Pobres (el Coxey’s Army) nunca fue una amenaza para el gobierno, mas sà indicio de insatisfacción con las polÃticas monetarias de Cleveland: «It showed a growing dissatisfaction in the West with Eastern monetary policies». La huelga de Pullman también fue un llamado a considerar los bajos salarios de la gente pobre y la necesidad de reducir las horas de trabajo, en esos años una jornada laboral de 12 horas y ningún beneficio, excepto el bajo sueldo.
Esto fue lo que hizo mediocre, sin notoriedad, a un presidente electo tres veces con el voto popular: Ser un sordo y no aportar nada, ni en Derechos Civiles de negros, indÃgenas, mujeres, ni en reinvindicaciones obreras, ni en materia de educar a la ciudadanÃa para la paz. El preparó el camino de intolerancia que condujo al asesinato de Lincoln, a involucrar la Armada estadounidense en la Primera Guerra Mundial e intensificar fricciones intervencionistas, lo mismo en China que en Nicaragua, Hawaii y Venezuela.
El juzgó según dijo la situación de la democracia: «The ship of Democracy, which has weathered all storms, may sink through the mutiny of those aboard». En realidad, más que del naufragio potencial de la democracia, le interesaba el naufragio del capitalismo. Apoyaba el libre comercio con Hawaii; pero, cuando habÃa inestabilidad en ese paÃs, ocasionado por intereses anexionistas, que interesaban minas de carbón o plantaciones cañeras, ni quiso apoyar la restauración de la monarquÃa hawaiiana ni apoyar la anexión. Los intereses navales de los EE.UU. se interesaban en la posición estratégica de una base allÃ, en Pearl Harbor y él termina traicionando sus conceptos de no intervencionismo y no expansionismo. Su amplia interpretación de la Doctrina Monroe termina eclipsada.
Cleveland no quiso nuevas colonias europeas en el hemisferio; pero, Gran Bretaña abrió paso una disputa en Venezuela por fronteras con la Guyana inglesa y, de paso, se comprometió a los EE.UU. y… el futuro, tras la muerte de Mckinley, es simple. Comienza la época de oro del imperialismo y expansionismo estadounidense hacia el exterior. Para formar maestros en estas malas artes, sólo basta un mediocre, un abogadillo presbiteriano de Buffalo, dispuesto siempre a recular en todo.
Hay una biografÃa de Henry F. Graff, «Grover Cleveland» (Arthur M. Schlesinger Jr., Editor, 2002), qur habla sobre éste como uno que peleara por restaurar la estatura o dimensión de su oficina presidencial despertándola de la soñarrera de varias administraciones débiles y sobre su irrupción al poder como milagro, «a rags-to-riches story» en un mundo polÃtico que creó a los dirigentes estadounidenses antes del advenimiento de los medios electrónicos de hoy. Distingue en su quehacer, al decir: «He established the themes of sound administration, resistance to pork-barrel politics, and general fairness that distinguished him later as president». ¿De veras?
Coincido en que los polÃticos son imágenes publicitarias, casi de la misma trivialidad pragmática que tendrÃa un aviso comercial. Dice Graff que fue una «personalidad gris», maldita por su apariencia: cuerpo pesado de bodoque, discursos memorizados sin ninguna espectacularidad que lo habrÃan descalificado para la presidencia en la edad de la televisión. En eso tiene razón; pero, marcarle diferencias positivas con su sucesor imperialista, Teddy Roosevelt, es adularlo demasiado.