No cabe duda que las reformas en Cuba están dando los resultados esperados. No podía resultar de otro modo, pues el acercamiento pragmático, es decir económico, a los difíciles acertijos que impone el arte de vivir en sociedad, ha resultado a través de la historia el más adecuado.
Por ejemplo, la Unión Europea comenzó siendo un acuerdo comercial, firmado en la primavera de 1951 titulado Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) y que agrupaba en sus inicios a sólo seis países del continente, separados todos por irreconciliables y mortíferas querellas durante siglos. Hoy el éxito de la Eurozona es una evidencia como prueba el interés por la adhesión al Eurogrupo de países tan improbables como Turquía.
Mientras que dentro y fuera de la Isla los contendientes de siempre, de espaldas a las realidades económicas se siguen dando puñetazos y puñaladas traperas, poco a poco se está levantando un incipiente sector empresarial, que si bien resulta pequeño por el momento, proyecta absorber para 2016 el 40 % del sector productivo y que hoy ya casi emplea a 300 mil personas. Según los criterios marxistas, la base de la sociedad define la superestructura de la misma, en consecuencia, podemos imaginar sin dificultades que si este camino, al parecer irreversible, continúa como hasta ahora, emergerán en breve tiempo hombres afirmados por el trabajo libre, que irán abriendo nuevos espacios políticos necesarios para su propio desarrollo.
No es la primera vez que esto sucede en la Historia. Los españoles de Cuba atravesaron el Atlántico para hacer América y los que decidieron por diversas razones instalarse en la Isla, lo hicieron porque a pesar de las dificultades del momento (todo el mundo se marchaba hacia el dorado del Continente) creyeron en las ilimitadas posibilidades de fortuna personal que brindaban sus características geográficas, climáticas y geológicas.
Hay dos Historias que han convivido ignorándose mutuamente a lo largo del tiempo y, como ya ocurrió antes, a los cubanos los salvará la economía y no la política. Antes de la toma de La Habana por los ingleses, en Cuba se desarrolló la industria naval más importante del imperio español. Hoy ese hecho ignorado y casi olvidado dice mucho de la clase de personas que fabricaron aquel país. Luego cuando le llegó el turno al azúcar no sólo se experimentaron en Cuba, las tecnologías más avanzadas de la época, sino que se logró alzar dicha producción al primer nivel mundial. El secreto: la libertad de comercio y la liberalización de los sectores productivos.
Una vez conseguida la relativa estabilidad política de la península, a la que no poco contribuyeron ingenuamente las fortunas cubanas. El restablecimiento del absolutismo de Fernando VII trajo aparejado un control más estricto de la riqueza generada, con un aumento impositivo exponencial de las exportaciones, sin olvidar la creación de un mercado cautivo para las incipientes producciones textiles catalanas y mineras vascas. Pero fue la creación del Banco Español de la Habana, y la centralización de las relaciones comerciales por parte del Estado a través de un Banco Central, las que terminaron provocando la pérdida de influencia primero y la ruina después, sobre todo en la parte oriental de la Isla, de una gran parte de aquella oligarquía criolla industriosa que se financiaba principalmente con capitales foráneos en Londres y en Nueva York.
Algún día se escribirá una Historia económica de la isla de Cuba y podrán distinguirse claramente estos tres momentos fundamentales, el primero, que se terminó con el fracaso de la Junta de Información en 1867, pues allí se puso claramente en evidencia que ya los criollos no eran los dueños de la finca; el segundo, cuando esos mismos criollos ganaron ayudados por Estados Unidos la Guerra Civil contra España. Para aquel sector de la sociedad cubana, 1902 supuso una momentánea restauración de sus fueros históricos mantenidos durante siglos. El restablecimiento de la plaza como principal productor de azúcar en tan breve plazo la década siguiente, no podría explicarse racionalmente sin las competencias y experiencias acumuladas el siglo anterior.
Fidel Castro representa el último movimiento de esta historia, la revancha en suma de los modestos inmigrantes españoles que vinieron a Cuba buscando fortuna y que perdieron en la Guerra Civil. No hay que hacer un gran esfuerzo de imaginación para imaginar a Angel Castro inculcando a su progenitura el odio a aquella oligarquía criolla tradicional impermeable, responsable no sólo de acaparar ilegalmente las riquezas nacionales, sino haciéndola gestora de la ruina de España. En consecuencia, contra ella valían todos los recursos incluyendo el de la expoliación. Por esa razón, la destrucción definitiva de la riqueza acumulada por la antigua oligarquía antes y sobre todo durante la República Mambisa, era legítima ante los ojos de los españoles recién llegados y cuyos descendientes no lo olvidemos apoyaron masivamente a Castro en 1959. Para ellos fue muy fácil favorecer el discurso de un Mesías que prometía por fin justicia para todos y al mismo tiempo cerrar los ojos contemplando con entusiasmo como se desarticulaban las estructuras productivas, las redes sociales y la industria creada por los ganadores del 98.
Los lazos económicos entre España y Cuba nunca se rompieron definitivamente y hoy sin el engorro de tener que administrarla directamente España le saca todavía bastante provecho. O lo que es lo mismo: España perdió la batalla del 98 pero por causas ajenas a su voluntad ha terminado ganando la guerra. Si los cubanos no pueden ver hoy esta realidad es porque durante más de 100 años, historiadores de aquel grupo oligárquico se fabricaron a la medida una historia que impide por el momento atar los cabos sueltos. Desde esta perspectiva se explican muchas cosas, incluyendo el cambio de la Posición Común.
Cuba nunca fue una colonia como las otras. En lo inmediato la Península no va pasar de repente al primer plano pero su hora llegará. La colonia española en la isla está llamada a crecer exponencialmente (sobre todo si se extiende la ley de abuelos), tampoco sus miembros a pesar del tiempo perdido en experimentos revolucionarios han olvidado que una vez sus antepasados cruzaron el Atlántico para hacer América. Ahora sólo les falta reclamar el poder político que les corresponde.