Imaginemos que un hombre sale a navegar en su barco, desde Tarifa, provincia de Cádiz, cuyas coordenadas geográficas son 36 grados Norte, 5 grados y 34 minutos Oeste, embarca en su velero, iza las velas, leva anclas y se hace a la mar.
Llegado un determinado momento, cuando el hombre menos lo espera se desata una tormenta de viento, lluvia y remolinos tan furiosa y oscura, tan terrible y feroz, que el velero es virtualmente alzado en el aire y llevado mar adentro. De repente, el hombre se da cuenta de que ha perdido el control sobre su barco y que la nave se está alejando inquietantemente de la costa; como el marino no tiene instrumental, desconoce el lugar adonde se dirige, ni qué demonios va a suceder. Teme por su vida, se sujeta al palo mayor del mástil. Cuando la tormenta empieza a calmarse, a pesar de que el cielo no se despeja, se da cuenta, después de mirar para todos los lados que lo único que ve es agua. La costa ha desaparecido. Reconoce que está perdido porque la tormenta lo ha dejado a la deriva. El barco está sano, no ha sufrido desperfectos, la vela está entera, el motor del barco funciona, pero él no tiene ni idea de adónde lo ha llevado la tormenta.
Entonces, quizá arrebatado por la falsa fe que a veces nos rapta en momentos desesperados, el hombre se hinca de rodillas y empieza a rezar. No reza porque sea religioso, sino por su desesperación. Se acuerda de su fe y entonces reza: «¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Estoy perdido! ¡Dios mío, ayúdame, no sé dónde estoy!». Y de repente, el cielo se abre y un rayo de sol desciende sobre el velero y se oye una voz que dice: «¿Qué sucede?». El hombre está sorprendido, está frente a un milagro que le está pasando precisamente a él; imaginario o no, lo que está viendo es un milagro. Entonces contesta compungido: «Estoy perdido. La tormenta me llevó mar adentro. Ahora no sé dónde estoy». Entonces la voz le dice: «Estás a 37 grados latitud Norte y 6 grados longitud Oeste, respecto del Meridiano de Greenwich». «¡Gracias, Dios mío!», contesta nuestro hombre.
El cielo se cierra. El marino mira para todos lados y exclama de nuevo: «¡Estoy perdido! ¡Estoy perdido! ¡Estoy perdido!». Y se vuelve a abrir el cielo: «¿Qué pasa ahora?». «Me acabo de dar cuenta de que, para evitar estar perdido, no me sirve de nada saber dónde estoy. Lo que yo necesito saber es adónde tengo que ir, adónde dirigirme». Entonces la voz responde: «A Tarifa, provincia de Cádiz». «No, no, no, pero es que yo no sé dónde está el lugar adonde yo voy», responde el hombre. La voz precisa: “las coordenadas geográficas de Tarifa, provincia de Cádiz, son 36 grados Norte, 5 grados y 34 minutos Oeste «. «No, no. Dios mío, estoy perdido, estoy perdido», continúa lamentándose el hombre. La voz celestial, que ya empieza a estar un tanto harta, pregunta de nuevo: «¿Qué pasa?».
«Para dejar de estar perdido, lo que yo necesito saber es el camino que va desde donde estoy, hasta donde voy», responde el náufrago. «¡Uf!», resopla la voz. Entonces sucede un milagro más en este cuento. Cae sobre la embarcación un pergamino enrollado con una cinta color verde-esperanza. El hombre lo extiende y comprueba que contiene en su interior un mapa. Arriba y la izquierda hay una lucecita roja que se enciende y se apaga, y dice: «Usted está aquí». Abajo a la izquierda hay un punto marrón que dice: «Tarifa, Cádiz». Y entre ambos puntos se puede ver un camino marcado de verde fosforescente… El hombre vuelve a dar las gracias, y agradece el milagro, levanta el ancla, extiende la vela, coloca el mapa delante de su timón, enciende el motor para arrancar, mira para todos lados, consulta el mapa y vuelve a exclamar: «¡Estoy perdido! ¡Estoy perdido! ¡Estoy perdido!».
Así termina esta historia. Esas últimas palabras del hombre («¡Estoy perdido! ¡Estoy perdido! ¡Estoy perdido!») pretenden decirnos que, aunque uno sepa dónde está y pretenda saber dónde va, aun cuando sepa cuál es el camino que va desde donde está hasta donde tiene que ir, si no conoce la dirección y no sabe el «hacia dónde», seguirá estando perdido de todas maneras.
Saber cuál es tu meta no te libra de que no estés perdido. ¡Hace falta saber el rumbo para no estar perdido! Se necesita una brújula…
El rumbo es una cosa, el camino es otra, y la meta, los objetivos también son cuestiones diferentes.
¿Hacia dónde debo ir?
Solo cuando se está bien orientado, si no se está perdido, cuando uno está en la buena dirección y se posee un rumbo, se puede tener la certeza de estar en el camino correcto. Y otra cuestión ¿Cómo voy a cambiar a mejor, a prosperar, a progresar en el mejor sentido de la palabra, si vivo limitado a lo que conozco, por miedo a perderme, extraviarme?
Pues vayamos a lo primero, para saber dónde estamos necesitamos conocer nuestra propia historia, hacer un buen diagnóstico, racional, coherente (en el sentido aristotélico de la expresión, de que algo no puede ser y no ser al mismo tiempo, ser una cosa y la contraria) sin despegar de la realidad; es la única manera de encarar los problemas, para lo cual es necesario voluntad y determinación, pues los que no desean solucionar problemas buscan pretextos y justificaciones, o crean “observatorios, con muchos “asesores” que elaboran sesudos informes, se suben a la atalaya y nos cuentan que están muy preocupados… y que apuestan por tal o cual cosa (nunca dicen qué dinero es el que apuestan, aunque a estas alturas toda la gente sabe que el único dinero que apuestan no es el suyo sino el de los demás…)
Evidentemente, tras haber hecho un buen diagnóstico de la realidad, llega el momento de buscar soluciones, también lógicas, coherentes, pues por ejemplo, si algo es bueno, no puede ser bueno y malo a la vez, bueno para unos y malo para otros… Por supuesto: no existen soluciones mágicas, y además todas las soluciones cuestan dinero.
Seguir la dinámica que vengo exponiendo implica diseñar un camino a seguir, que tenga sentido, de forma sensata, que no sea un disparate (aunque sean muchos los que desean y se contentan cuando les cuentan disparates) que esté bien orientado, que tenga asideros a los que agarrarse, que estén bien definidas las metas, los objetivos a alcanzar, y finalmente que dispongamos de “rumbo”, de una buena brújula.
Bien, llevemos todo esto a la actual situación por la que atraviesa España
Tengo amigos y conocidos que votaron al PP en las últimas elecciones municipales y autonómicas, y cuando les pregunto por qué lo hicieron, todos o casi todos me responden con la archirrepetida frase de “para que no gane Podemos”… todos ellos me han confesado que lo hicieron tapándose la nariz. Y cuando les pregunto qué van a hacer el próximo 26-J su respuesta es muy semejante.
En el fondo, mis amigos y conocidos están hablando de que votarán al PP por miedo.
Amedrentar al personal en tiempo de elecciones, sea con un peligro real, sea con uno imaginario, siempre ha sido útil; cuando algunos políticos recurren al miedo consiguen que la gente sacrifique su libertad, para conseguir una ilusión de seguridad, apelando al instinto de supervivencia frente a supuestos enemigos.
Desde que tengo uso de “razón política” siempre, he oído de forma reiterativa, hasta el hartazgo, hasta aburrir, un mensaje casi omnipresente, el de que ¡los buenos! son la “izquierda”, los representantes, y defensores, de la gente pobre, los más desfavorecidos, la gente que lleva una vida mísera, indigna, de esclavitud… y que quienes forman parte de la “izquierda” velan por nuestro bien (frente a los perversos y anacrónicos derechistas, reaccionarios, conservadores…, como decía, los malvados…) y pretenden redimirnos de todos los males presentes y construir un mundo mejor.
También he oído lo contrario de todo esto, vamos que “los malos son los ricos”, los empresarios, los capitalistas, son gente sospechosa (como poco) de haber hecho fortuna de manera poco ética… y que eso que llaman la “derecha” (que se supone que la integra la gente que apoya a los ricos y al sistema capitalista, que genera desigualdad, opresión, esclavitud… injusticia,…) es un grupo de personas absolutamente perverso, que la “derecha” es egoísta, malvada… el summun, lo máximo de todos los males, pretéritos, presentes y por venir…
Ni que decir tiene que, como la mayoría de los humanos somos gente de buena voluntad, y a poco que miremos a nuestro alrededor acabamos percatándonos de que hay personas que lo pasa mal, acabamos observando que hay pobreza, desigualdad, injusticia…e inevitablemente, pocos somos los que no nos dejamos tentar por “utopías bienintencionadas”, fórmulas mágicas que pretenden un cambio social profundo… que desean implantar el paraíso ahora… Es que quien tenga un poco de sensibilidad es casi imposible que no se conmueva cuando ve gente sufriendo, es difícil no sentirse concernido por el dolor y la miserias ajenos.
En España hemos llegado a tal extremo que, poca gente se atreve a decir abiertamente que no es una persona “de izquierdas”… Poca gente se atreve a decir “Sí, yo soy de derechas”. Raro es el grupo político que no se hace llamar “progresista” y que no utiliza un lenguaje “progre”, llevado por el miedo –pánico- de ser tildado de reaccionario, facha,… inmoral al fin y al cabo.
No olvidemos que en España, quienes ganan elecciones suelen ser los que menos antipatías despiertan en el electorado.
Nos acercamos a unas nuevas elecciones en las que toca elegir a una agrupación política que posea ideas, que proponga un camino claro a seguir, que tenga unos objetivos claramente definidos y sobre todo que posea un rumbo también claro y concreto, que posea una brújula, frente a la mayoría de opciones “desnortadas”.
Y llegado el momento de elegir no podemos hacer un acto de desmemoria, hay que tener presente que nunca ha habido ningún régimen populista/socialista –o de la derecha boba- que haya conseguido -o que de veras lo pretendiera- poner remedio a la injusticia, mejorar la vida de los más favorecidos, acabar con la pobreza (miseria tanto económica como cultural) Ningún gobierno político “populista-progresista” (e insisto, el Partido Popular también es “populista-progresista”) ninguno ha promovido una verdadera educación, orientada a fomentar el pensamiento crítico, a erradicar las formas de pensar acientíficas, supersticiosas, las diversas formas de fanatismo.
Los programas políticos de gobiernos “socialdemócratas” –incluyendo los gobiernos del Partido Popular- como los que hemos tenido en España desde la muerte del General Franco, nunca han tenido como objetivo lograr un desarrollo sólido y perdurable (“sostenible” lo llaman ahora).
Realmente lo que menos les interesa son los derechos de las personas, les despreocupan los intereses de la gente corriente, y por supuesto les importa un bledo la salud de las instituciones “democráticas”, la participación ciudadana, y toda la retahíla con la que adornan sus discursos vacíos.
Muy al contrario, procuran crear más y más situaciones de dependencia asistencial, fomentando el clientelismo-servilismo, “estómagos agradecidos”, servidumbres más o menos voluntarias, todas las formas posibles de subsidios, y adoctrinan a la población inculcándoles “valores” cargados de resentimiento, de revanchismo, o como poco de perplejidad y confusión…
Se trata de conseguir lealtades a ultranza, asegurarse la adhesión inquebrantable de la mayoría de la población, eso sí, mayorías “secularmente oprimidas, maltratadas y con enormes carencias”.
Todas las formas de populismo, incluido el Partido Popular, siguen el mismo esquema: se inventan un enemigo, ya sea interno o exterior (por eso el Partido Popular ha alentado la creación del grupo político neocomunista “podemos”) y también un enemigo en el pasado reciente (en el caso del PP toda la culpa la tiene la herencia recibida del gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero).
Por supuesto, para “echar balones fuera” la responsabilidad siempre es de otros, de la etapa política anterior. De ese modo podrán seguir medrando, expoliando y malversando por mucho tiempo y con total impunidad.
De la actual situación que padece España, el partido gobernante, hoy en funciones –según parece- no tiene ninguna culpa. La versión del Gobierno de Mariano Rajoy es tan chocante, tan zafia, tan esperpéntica que ni a Valle Inclán se le hubiera ocurrido.
Los controles son silenciados o ninguneados. La forma de gobierno socialdemócrata-populista identifica fondos del Estado con fondos del Gobierno o -peor aún- fondos de quien tiene la vara de mando. Los usa a discreción para someter a opositores, comprar voluntades y hacerse auto bombo, ni en tiempos de crisis, ¿Qué crisis?
En un régimen populista-progresista no pueden faltar las alianzas con la “burguesía amiga” o los “empresarios patrióticos”, es decir, aquellos que prefieren sobornar a funcionarios, pagar “el impuesto revolucionario” para obtener privilegios, a producir de forma realmente competitiva.
También es característico de este tipo de régimen político su absoluto desprecio hacia el orden legal. Igual que en las monarquías absolutistas y a la manera de los caudillos “dueños de vidas y haciendas de sus súbditos”, la ley es apenas un traje que se ajusta a gusto y medida.
Todo lo anterior está aderezado con una buena dosis de buenismo, de pensamiento Alicia. La constante propaganda de que se está avanzando hacia un futuro maravilloso, de dicha, de felicidad, de equidad nunca vistos. Lo mismo que un ilusionista, que crea un escenario impresionante, que sólo es perceptible desde un determinado ángulo, y siempre y cuando todos los intentos de un estudio crítico sean abortados.
Es un espejismo que se publicita de manera machacona, hasta la saciedad (con mucha eficacia, todo hay que decirlo) lo mismo se divulga el echarles la culpa a los otros y a la herencia del gobierno anterior y a sus cachorros, para tapar y camuflar la ineficacia de su gestión, sus fracasos, su actuar chapucero, y ocultar los síntomas de deterioro.
Repetir que se han logrado resultados notables desde que ellos gobiernan, y que nos espera un futuro aún mejor, no deja de confundir, “convencer” y tener realmente un efecto anestésico en los ciudadanos; o como poco siembra la resignación, la aceptación de la mediocridad imperante como algo soportable.
Los regímenes democráticos (no populistas) propiamente dichos no participan de la ristra de corrupciones mencionadas a lo largo de este escrito. No practican el personalismo narcotizante, anestésico, no manipulan los medios de comunicación, no usan de forma arbitraria el presupuesto, no alientan el odio, no desprecian la legalidad vigente, no boicotean la seguridad jurídica, no temen la alternancia, no descalifican de forma ruin y zafia a la oposición; no espantan las inversiones sino que las reciben con los brazos abiertos, se abren al comercio exterior y no distorsionan las estadísticas para engañar a la ciudadanía y hasta cuidan las formas, pero no con el “buen talante” cargado de un profundo cinismo.
Los regímenes democráticos -no populistas-poseen un mayor nivel de bienestar y de crecimiento, son previsibles e infunden más confianza.
Por eso nos vamos quedando en el vagón de cola, en el “trasero del mundo”, pese a las enormes potencialidades que seguimos manteniendo inactivas por responsabilidad del modelo populista-progresista que hipnotiza, esclaviza y embrutece.
¿Y por dónde empezar?
Pues muy sencillo: recuperando el estado unitario, desmantelando el estado de “las autonomías”, recuperando la unidad de mercado, la seguridad jurídica, eliminando todos los tribunales superiores de justicia de las diversas taifas, haciendo desaparecer el Tribunal Constitucional e integrándolo en el Tribunal Supremo como una “sala” más, implantando una estricta separación de poderes, suprimiendo el Senado, suprimiendo burocracia y por tanto recortando gastos, y evitando el despilfarro; aplicando una política de mínima intervención e injerencia del Gobierno, y por supuesto, no olvidando que los gobiernos no crean empleo, crean burocracia, burocracia que acaba pagando la clase media, una clase media cada vez más empobrecida; teniendo en cuenta que el empleo, el crecimiento, el ahorro lo crean la iniciativa privada… promoviendo la igualdad de todos los españoles ante la ley, la igualdad de todos los españoles en derechos y obligaciones, sin privilegios de clase alguna, sean por cuestión de sexo, de nacimiento, de vecindad, y un largo etc.
Pues bien, el único partido político que hace un análisis acertado, lógico, coherente de la situación que actualmente sufren España y los Españoles se llama VOX; solo VOX propone emprender un camino bien orientado, coherente, con metas definidas; solamente VOX posee un buen rumbo, una buena brújula, y sobre todo, solamente VOX posee firmeza, decisión y determinación.