Dice la teoría económica fiscal que los impuestos directos son los más progresivos del escalafón tributario, ya que el porcentaje de gravamen se aplica de manera proporcional a las rentas acumuladas por el sujeto tributario, sin embargo, del dicho al hecho hay mucho trecho, y la realidad contradice la teoría de manera continuada y reincidente.
Las rentas más altas de este país acaban pagando menos que las rentas salariales, simplemente porque se pueden permitir asesores fiscales más caros que se inventan triquiñuelas legales para conseguir desgravaciones inverosímiles que terminan por rebajar su tributación de manera importante, en una tendencia que se repite a lo largo y ancho del mundo mundial.
El problema es que en España los impuestos directos son muy superiores a los de la mayoría de países de nuestro entorno, y no lo digo yo, no porque no lo piense, sino porque no tengo los datos, sino que lo dice la consultora Ernst&Young, que ha situado a nuestro país en el quinto puesto de la Unión Europea por gravamen de impuesto directo, casi 8 puntos porcentuales por encima de la media europea.
La distribución tributaria debería de adaptarse a los tiempos actuales y fomentar la tributación indirecta en detrimento de la tributación directa, porque aunque en teoría la segunda es más equitativa que la primera, lo cierto es que la práctica nos dice lo contrario, ya que el Impuesto de la Renta se ha convertido en el más regresivo de los impuestos, mientras que los impuestos indirectos fomentan la igualdad entre las clases al equiparar pagos, que no porcentajes, porque los mecanismos y objetos de consumo varían en proporción con la renta disponible.
Por tanto, espero que cualquiera de los gobiernos resultantes del 20-N reduzcan el Impuesto sobre la Renta y recrudezcan, si así lo necesitan, la tributación indirecta, porque, por mucho que nos duela, no vivimos en la teoría, sino en la realidad, una realidad que me dice que no soy ni rico, ni guapo, a pesar de que en teoría sí debería de serlo.
