El tratado de París firmado hace 114 años entre España y los Estados Unidos el pasado 10 de diciembre, ha sido permanente sujeto de grandes controversias legales desde el mismo día de su ratificación final en el mes de marzo de 1899.
Efectivamente, con su firma España no sólo se deshacía de sus últimos Territorios de Ultramar, sino igualmente de un elevado número de sus ciudadanos, que en virtud del artículo IX se veían privados de sus derechos fundamentales, según lo previsto en la actual Carta de los Derechos Humanos cuando expresa de manera inequívoca que “toda persona tiene derecho a una nacionalidad”, y que “a nadie se privará arbitrariamente de su nacionalidad”.
Muchos independentistas portorriqueños, entre los que se encontraban Hostos y Albizu Campos, prepararon y defendieron ante diferentes jurisdicciones internacionales, una serie de argumentos –aun vigentes- que demostraban su nulidad basándose en el derecho de las personas. De hecho, este tratado nunca fue ratificado en las Cortes españolas, puesto que durante los encendidos debates al efecto, los legisladores se negaron a refrendar un documento que sabían contrario al derecho internacional.
Numerosos problemas de orden jurídico quedaron sin resolver en aquel entonces y las consecuencias de este vacío, abren hoy perspectivas inesperadas y de incalculables consecuencias para muchos pueblos de América Latina y el Caribe. El primero de ellos es Puerto Rico, que en algún momento deberá enfrentarse al debate sobre la descolonización, ya que la solución Estática no parece avanzar mucho en el Congreso de los Estados Unidos, reticente a una absorción definitiva de la isla dentro de la Unión.
El otro es Cuba, donde las actuales circunstancias políticas nacionales, hacen irrealizable sino imposible, un proceso de transición pacífica, organizada y plural; sin olvidar el creciente número de neo españoles que pronto llegará a la significativa cifra de 300 mil personas, es decir, el 5 porciento de la población residente dentro de la isla, lo que constituye una potencial – y singular- fuerza política, capaz de impulsar desde dentro la idea de una reintegración a la Corona española.
El actual debate sobre el Federalismo que agita los rangos del partido socialista español dentro de la Península, permitiría insertar de manera natural el problema cubano desde esta nueva perspectiva. A pesar de que en apariencia existen otros asuntos mucho más acuciantes como la crisis o el desempleo, la existencia misma de los nuevos españoles tendrá tarde o temprano, consecuencias políticas para España. Hacer como si no estuviera pasando nada es como poner en marcha una máquina infernal en la Puerta del Sol en medio de la indiferencia general.
Los Estados Unidos, siguen siendo la pieza principal en este juego de sordos que ya dura más de un siglo. Igualmente, considerar la opinión de los nacionales de los territorios implicados a través de una consulta popular, parece ser la mejor opción hoy, como ya lo fue en su momento hace 115 años. Una posibilidad que parece realizable en la actualidad, dados los avances en los campos del derecho internacional e individual –impulsados por los propios Estados Unidos-. Sólo hacen falta hombres (y mujeres, claro) capaces de apropiarse de la idea para hacerla fructificar como merece.