¿De qué sirven los pactos de la política si careces de instituciones políticas?, se preguntaba el profesor Bobbio, como se preguntan muchos analistas ante la crisis que padecemos.
Si durante la crisis de 2008 se creó el G-20, fue con los compromisos que asumieron como si fueran el embrión de un Gobierno del mundo. Entre ellos, acabar con los paraísos fiscales y los enormes fraudes al fisco, así como establecer políticas fiscales homologadas. Pero en el ojo del huracán económico financiero se constata que nada se ha hecho. Aún la esperanza que teníamos, fomentada por la mayoría de los países, de poner en marcha los eurobonos, se ha venido abajo por la decisión de un solo país, Alemania, que actúa como si preparase el andamiaje de otra forma de Reich, pero sin imposiciones militares ni policíacas. Les basta con su poder económico y con la realidad de que, de cada 100 euros que se gastan en esta crisis, 29 los pone un alemán. Ellos salieron de su crisis trabajando desde 2006 a 2009 para su reforma constitucional que hiciera más eficaz el gobierno federal.
Muchísimas personas, en la angustia del paro y de los desórdenes sociales que pueden avecinarse, parecen asumir la actitud de aquellos alemanes de la República de Weimar que llevaron con sus votos a Hitler al poder. No caigamos en anacronismos políticos ni actuemos como si no conociéramos la situación social y sicológica de las muchedumbres alemanas e italianas que los votantes llevaron a las dictaduras que padecieron millones de europeos. Unos con sus votos, y muchos con sus silencios culpables, entre ellos confesiones religiosas, instituciones humanitarias y centros de poder que reclamaban primero, orden y seguridad, y después, justicia. Los antiguos poderes fácticos: Iglesia, Ejército y Banca han sido sustituidos por individuos sin competencias que hacen y deshacen bajo el totem de los “mercados”.
No fue extraño que el ex presidente del Gobierno español, José María Aznar, no vacilase en proclamar ante sus huestes que “el objeto del Estado es la seguridad”. No la justicia que trae la paz, la seguridad expresada en el bienestar de los ciudadanos, la garantía de las libertades, la de pensamiento, de la defensa de los valores que sostienen los Derechos Humanos Universales. Entre ellos, la búsqueda de la felicidad, que, aunque está en el Prólogo de la Constitución de Estados Unidos, no parece ser el principal objeto de los republicanos del Tea Party que actúan desde un neoliberalismo que ha sido la causa fundamental de la crisis que padecemos.
En la Unión Europea (UE) se alzan voces autorizadas exigiendo un Gobierno de Concentración (de los principales países) para, en dos o tres años, acometer la reforma de las instituciones sin las cuales ésta se diluye en un magma peligroso que no oculta su anhelo de líderes fuertes al frente de formas de gobierno duras pero eficaces. Otra forma de calvinismo adaptado a nuestro tiempo.
Estas nuevas instituciones acometerían la creación de un auténtico Banco Europeo, eurobonos, reformas laborales, homologación real de estudios desde la primaria hasta la culminación de las titulaciones, de políticas fiscales homologadas en todos los países miembros, de la lucha contra el fraude y los paraísos fiscales y de las evasiones de capitales. Sabemos qué hacer ante la enfermedad pero siguen discutiendo la terapia. Se incrementa la cifra de parados y la congelación de salarios, las grandes fortunas siguen al margen de la responsabilidad de la catástrofe económica que pagan los trabajadores, funcionarios, pensionistas, empresarios autónomos y, en una palabra, los pilares del Estado de Bienestar.
Se reconocieron los derechos humanos, se transformaron en sociales y después, constitucionalmente, en derechos políticos y asistimos a su desmoronamiento con total impunidad. Es preciso comenzar desde niveles regionales, autonómicos, de las naciones-estado hasta las mimbres de una estructura sociopolítica acorde con las necesidades de esta comunidad de más de 400 millones de habitantes.
¿Qué es España sino una comunidad autónoma de la Unión europea? Necesitamos más Europa y mejor Europa.
Es preciso afrontar que aquí quien manda todavía es Estados Unidos. Porque el poder de financiación mundial reposa en el mundo anglosajón, la City y Wall Street; controlan los más poderosos medios de comunicación; allí radican las agencias de calificación que tantos desastres ocasionan sin base democrática alguna. En segundo lugar, por su incontestable poder militar. Y por el poder tecnológico, del que carecen Europa y el resto de los países… Tenemos capacidad tecnológica, pero estamos lejos de su poder. Tampoco las grandes economías emergentes, China, India, Rusia, Brasil o el mismo Japón.
Algunos grandes pensadores temen que habrá que esperar a que el caos sea tan grande que haya que inventar nuevas formas de gobierno. No nos vaya a suceder como quienes estaban “Esperando a Godot”, y a Godot lo llevaban dentro.
José Carlos García Fajardo
Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del CCS