Thomas Henry Huxley, en mil ochocientos setenta, demostró que la abiogénesis (generación espontánea) era un supuesto falso. Del mismo modo, concluir que no acontecen episodios tutelados por la mano del hombre, es una quimera digna de cerriles o crédulos inconscientes. La diferencia entre Aristóteles – autor del yerro biológico- y los gobernantes actuales, defensores a ultranza del acaecer azaroso, es más que notable. Aquel observó la aparición de seres vivos en bases inorgánicas. Los escasos medios del momento le impidieron, a través de experimentos, cotejar su hipótesis. Por ello infirió la generación espontánea. El hombre público, adicto a una impunidad plena, suele esconderse en casualismos para ofrecer razones que de otro modo serían onerosas. Uno aplica la lógica de los hechos. Otros adulteran el acontecer aunque para conseguirlo usen métodos rayanos en lo reprensible. Visten, al menos, ropajes antidemocráticos.
Proclamaba Jacinto Benavente, nuestro Nobel dramaturgo, que “la casualidad es un desenlace, pero no una explicación”. Prebostes de la casta política que sufre España se encargan de rectificarlo. Pocos aúnan realidad y fundamento. Asientan indigencia, cuando no desvergÁ¼enza y maldad, sobre pilares cuyos rudimentos constitutivos rebosan soberbia, ambición y fraude. Se han hecho acreedores de un descrédito excepcional. Su trayectoria erosiona al partido e impiden que sangre nueva, jóvenes incorruptos cargados de entusiasmo y estética, pueda tomar un testigo bastante ajado. Resulta cómplice necesaria, claro, esa misma juventud temerosa -asimismo sometida- a una disciplina canallesca y cobarde. Siempre pensé que todo statu quo termina por inmolarse debido a excesos arbitrarios de los líderes y a la incapacidad que tiene el clan sucesor de asumir respuestas contundentes.
El PP, ahora mismo, se halla inmerso en un momento angustioso. Les viene encima, suman, tal cantidad de contratiempos que desbordan y desestabilizan al partido más compacto u homogéneo. Encima, este marco concreto no le caracteriza. A Bárcenas, a sus sobres opacos y extras, hay que añadir una ley educativa -siempre en ciernes- cuya contestación llena meses y titulares. Un PSOE montaraz, dividido (por ello temerario), casi huérfano, junto al nacionalismo hosco, despeñado, se emplea a fondo sembrando una calle dispuesta a recibir cualquier semilla que haga crecer su hastío. Si no fuera suficiente, viene Estrasburgo para, en un fallo encarrilado, crear enorme rechazo social. La concentración de apoyo a las víctimas constata el malestar ciudadano hacia el gobierno. Así fue a pesar de las reiteradas demandas de respeto, se dijo, a las víctimas. En el fondo pretendían salvar la cara a Rajoy.
Un refrán válido para católicos y ateos expresa que “Dios aprieta, pero no ahoga”. El turbio espionaje americano vino a cuajar la oportunidad del adagio. Con él, y la resonancia mediática incrementando su trascendencia, se acallaron los molestos ecos de un veredicto ignominioso. La sociedad -veleta, hambrienta de novedades, acuciada por la indiferencia informativa- cambia pronto de aliciente. Estrasburgo queda arrinconado para hincar el colmillo al cinismo americano que espía a sus propios aliados. Esos acuerdos Eta-Ejecutivo (tácitos a nivel popular y cuya consecuencia evidente es la excarcelación de presos) pasan a segundo plano. Las víctimas, el rebato general, quedan superados por un espionaje de tebeo que agiganta la coyuntura. Al final, el CNI reconoce haber protagonizado un aderezo oportuno. Añado, y rentable.
Las tretas atesoran corto recorrido. Por este motivo, se hace necesario el recambio inteligente, eficaz. No hay mejor estrategia que dosificar el humo. Vale cualquier estridencia si se envuelve adecuadamente. Unos, de forma consciente, y otros, vendidos a la audiencia, airean, amplían hasta la nausea, informaciones que aspiran conseguir parecidos efectos al perfilado por el palo y la zanahoria. Una probable imputación de la infanta; un PP madrileño embarcado en desafiar cualquier normativa fiscal; el sobreseimiento del borrado de dos discos duros donde, supuestamente, Bárcenas acumulaba pruebas contra miembros destacados, se convierten en elementos clave para prolongar esa impunidad tópica. Por suerte para el político, la memoria ciudadana es tan corta como su nervio crítico.
Estimo quimérico que alguna potencia adscrita a la Unión Europea sufra una casta política parecida a la vernácula. Esta seca piel de toro convive, desde hace siglos, con la intransigencia, el enfrentamiento y el latrocinio. Talante democrático y políticos, en España, son conceptos antagónicos. Solemos justificar nuestra indolencia echando la culpa a los gobiernos. Estos ocultan su ineptitud argumentando que su hechura procede del mismo material que conforma al pueblo. El cenagal, insisten, proviene del mismo polvo. Puede, pero ellos -además- cuentan con espías, jueces y una amplia caja de resonancia.