Las últimas elecciones generales pasarán a la Historia. Pero no será por el número de votantes agradecidos al nuevo gobierno de España por sus buenos resultados económicos, el aumento de los puestos de trabajo y las ayudas sociales, la mejora en las condiciones de vida de los más desfavorecidos, y un largo etc. coronado con la retirada de una guerra inútil y sangrienta en Oriente. No es todo eso lo que sirvió para orientar el voto de esos millones que han dado el poder a los implicados en escándalos urbanísticos, a los que hacen de las obras públicas negocios privados, a los que siembran odio y división entre españoles a través de las ondas, incluidas la de los obispos.
Me pregunto si los ciudadanos que votan a los corruptos y a quienes propagan sus ideas, lo hacen porque ellos querrían ser ricos, poderosos y prestigiosos, aunque rechacen de entrada – y solo de entrada- el ser corruptos. Pero en este país parece que una cosa lleva fácilmente a la otra, y a más alta esfera social, más alta inmoralidad, corrupción y desvergÁ¼enza.
Viejas pesadillas, de las que parecíamos haber despertado tiempo ha, parecen removerse en el inconsciente colectivo español cuando observamos los manejos de los políticos que soliviantan al pueblo con leyes que caen sobre el país como ladrillos en las cabezas de todos y mueven a multitudes a tomar las calles tantas veces y en tanto número como no hemos visto desde los tiempos de la República. Y la reacción del gobierno es imprevisible porque puede sentir la tentación de convertir en un problema de orden público las respuestas de la ciudadanía agobiada que reclama justicia, y protesta a los innumerables abusos de un gobierno de desalmados. Y a esa tentación sucumbe a diario este gobierno porque se ha quedado solo, falto de apoyo social general y enfrentado como está a todos los sectores de una España acosada como nunca, con el único apoyo de sus amigos los ricos y corruptos -que aquí son legión-, y de unas cúpulas sindicales y políticas apoltronadas y calculadoras que juegan a nadar y guardar la ropa. Sin olvidar a los incondicionales de las clases populares incultas que votan a piñón fijo a los intolerantes que luego les arruinan la vida. ¿Masoquismo, incultura, colonización mental, primitivismo? Uno se pregunta qué lleva a millones a elegir en las urnas a los que ya eligieron antes y quedaron desenmascarados como mentirosos y enemigos del pueblo.
A la ignorancia crédula de esos españoles conservadores que votaron a sus semejantes movidos por la aparente bonhomía de la derecha de toda la vida que utiliza el lenguaje de la derecha de toda la vida, -aunque están siendo tan engañados como toda la vida- se añade que nos hallamos en un momento extremadamente delicado por la deriva internacional del neoliberalismo depredador al que sirve este gobierno. ¿Será capaz el movimiento ciudadano de exigir cambios profundos que se lleven a cabo por un nuevo sistema con democracia participativa donde se tomen en consideración las demandas ciudadanas hoy reprimidas o ignoradas con violencia y silencioso desprecio?
De momento, nos hallamos ante un gobierno definitivamente puesto contra las cuerdas por la banca alemana, los banqueros nacionales y el FMI, dando una rotunda sensación de que no sabe estar a la altura de las circunstancias para defender al país que le ha elegido y le mantiene en vez de arruinarlo vergonzosamente con medidas tan draconianas como inútiles, pues ha sido sobrepasado por dos circunstancias al menos: una prima de riesgo que pende como espada de Damocles, de la que son culpables los banqueros y empresarios endeudados que pretenden convertir su deuda privada en deuda nacional, y los millones de ciudadanos situados enfrente y en la calle que no aceptan ser el chivo expiatorio de especuladores sin conciencia. El asunto es especialmente grave cuando no está bastando empobrecer al pueblo hasta niveles desconocidos en más de medio siglo, por más recortes y destrucciones de empleo y bienestar que se decreten.
¿Y el Rey? Sorprende también su prolongado silencio en un momento tan grave como este, agravado aún más por la corrupción en el entorno de la propia familia real, con la gente pidiendo a gritos en todas partes la dimisión del gobierno. La monarquía vive (y muy bien) olvidando que su papel de árbitro y mediador pacífico sería muy importante, pero que tendría que empezar por dar ejemplo para poner las peras a cuarto a los corruptos, defraudadores y banqueros. Por desgracia las declaraciones públicas que se le conocen apoyan (como en el viaje del rey a Rusia) los recortes del Gobierno, sin el más mínimo asomo de colocarse al lado del pueblo al que representa oficialmente.
No es que uno crea que las soluciones sean sencillas, porque lo que sucede es de tal envergadura que sobrepasa las opciones entre monarquía o república, entre derecha o izquierda, todo ese equipaje histórico cada vez más evidentemente obsoleto. Lo que sucede es que nos encontramos ante un frente inmoral organizado para el mismo fin aunque disperso, para apoderarse de los bienes del mundo, arrasar los derechos humanos y divinos y someter las conciencias. A semejante frente solo se le puede oponer una masa crítica de seres humanos libres del hipnotismo del Sistema y dotados de una conciencia ética y espiritual capaz detener esta barbarie neo feudal y sentar las bases de una nueva sociedad cooperativa y no competitiva, participativa en lo político, amante de la justicia y donde cada persona sea partidaria de algo tan sencillo como hacer a otros el bien que se quiere para sí, y no hacer a otro el mal que no se desea a sí misma. Algo tan sencillo, sin embargo, exige una buena preparación. Si las presentes movilizaciones son un punto de partida para ello, benditas sean, pero si pasa como siempre porque no se aprende de la Historia ni de los propios fracasos personales, no llegaremos ya a estar como siempre tras una crisis, sino mucho peor, y con el agravante de que el tiempo juega en contra nuestra.