Menos de doscientos mil españoles – una clamorosa minoría- prestaron atención a las televisiones donde sus señorías en el Parlamento jugaban a pelear votos, bien repletos los bolsillos y asegurados derechos y jubilaciones sin comparación con el resto de sus supuestos representados. Entre tanto, los ciudadanos de todas las edades y grupos sociales reclaman en la calle la justicia y el bienestar que aquellos les arrebatan o no les proporcionan porque no saben, no pueden o no quieren, que de todo hay en su circo. En mareas de todos los colores reivindican una y otra vez – como verdadero Parlamento del pueblo que son- los derechos y libertades perdidas o en riesgo. Claman contra un gobierno en manos de sordos sin conciencia, ya deslegitimado por sus acciones; un gobierno enfrentado a todos los sectores sociales menos al dominante. O sea: obispos, y lobbies financieros y multinacionales varias- son legión- controlan el Estado apoyados por los más retrógrados o asumidos como algo irremediable por unas cúpulas sindicales y políticas apoltronadas y calculadoras que juegan hábilmente a nadar y guardar la ropa, al igual que tantos jueces.
Viejas pesadillas de la España en blanco y negro de las que parecíamos haber despertado parecen removerse en el inconsciente colectivo español cuando observamos leyes que caen sobre el país una tras otra como ladrillos en las cabezas de todos moviendo a multitudes a tomar las calles tantas veces y en tanto número como no hemos visto desde los tiempos de la República. Y la respuesta del gobierno- que no olvidemos, es nieto ideológico del franquismo- es convertir en un problema de orden público las respuestas de una ciudadanía harta de tanto desempleo, tanta corrupción, tan bajos salarios, tantas privatizaciones y tantas leyes antisociales que nos niegan derechos básicos conseguidos con grandes sacrificios. Se ha destruido en un par de años casi todo lo conseguido en los últimos 30 en educación, sanidad, derechos sociales y laborales.
Sin embargo, las exigencias de la mayoría de los ciudadanos, a pesar de todas las “mareas” de colores están por debajo de lo arrebatado, y son conservadoras. Pocos son los movimientos sociales que – para empezar- demandan la dimisión del Gobierno y un periodo constituyente. Pocos piden dejar de pagar esta deuda de la que no somos responsables y salirnos del euro como gato de una piscina. Muchos, en cambio, son los que se conforman hasta con perder casi todo, incluida su autoestima. Algo de eso debe poder explicar que el número de suicidios supere al de accidentes de tráfico. Algo de eso debe poder explicar que formemos parte del suburbio de Europa sin que eso nos avergÁ¼ence.
España es un país raro. Si hacemos caso a las encuestas de intención de voto, todavía son mayoría los que apoyan a estos mismos que les amargan la vida, porque aunque existen diferentes opciones políticas, ninguna próxima a los intereses del pueblo tiene suficiente fuerza para imponerse hasta el punto de hacer salir a los españoles de esta especie de bicefalia política entre los extremistas de la derecha y los moderados de una llamada izquierda. ¿Por qué este eterno día de la marmota en este país? ¿Masoquismo, incultura, colonización mental, primitivismo, miedo, prejuicios? Uno se pregunta.
Uno se pregunta qué lleva a millones a elegir en las urnas a los que ya eligieron años antes y quedaron desenmascarados como mentirosos y enemigos de su bienestar, de su futuro y del futuro de sus hijos. Y uno se pregunta finalmente si quienes votan gobiernos de corruptos y escuchan a quienes propagan sus ideas, lo hacen porque ellos querrían ser ricos como ellos y disfrutar de su aparente gloria y privilegios. Y es que aquí es ya crónico que a más alta esfera social, más alta inmoralidad y más corrupción y desvergÁ¼enza, se presenten con las siglas que quieran. A la ignorancia crédula de los españoles conservadores votantes de cualquier bando, se añade que nos hallamos en un momento extremadamente delicado por la deriva internacional del neoliberalismo depredador al que sirve a ojos cerrados este gobierno igualmente incalificable en cualquier terreno que observemos, incluido el intelectual. Así las cosas, ¿será capaz el movimiento ciudadano de imponer pacíficamente cambios profundos y un nuevo sistema de democracia participativa donde se tomen en consideración las demandas ciudadanas hoy reprimidas o ignoradas con violencia o con silencioso desprecio? ¿Cuánto tiempo ha de tardar aún el pueblo para ser escuchado y disponer de la fuerza suficiente para quitar a quienes eligen y luego actúan contra sus intereses? Tiempo al tiempo, pero el tiempo corre cada vez más deprisa y sería bueno estar despiertos para que lo que está viniendo no nos coja desprevenidos, en la seguridad de que nadie nos va a sacar las castañas del fuego por más discursitos con que quieran entretenernos sus señorías en ese teatro decadente llamado Parlamento.
Las cartas están sobre la mesa, pero los que dirigen el juego siempre ganan, y la banca siempre somos nosotros.