Sociopolítica

¿Estados civilizados o una conjura de necios bárbaros?

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Cómodamente instalados en los sillones de un Poder sordo e  inaccesible para el pueblo, los necios del mundo colocan a diario los ingredientes de su bomba de relojería sin saber cuándo va a estallar. Entre tanto, y para tenernos entretenidos utilizan toda clase de demagogias útiles con la pretensión de conformarnos en un doble sentido: tenernos conformes y modelar nuestras mentes.

Grandes palabras salen de todas las cocinas de los necios para ser consumidas por el pueblo necesitado de verdad; palabras como cultura y libertad de expresión son corrientes para hacernos creer que gozamos de sistemas públicos civilizados, democráticos y cultos. Sin embargo, podemos preguntarnos con todo derecho: ¿A qué se reduce la cultura y la libertad de expresión que nos predican?

Es mentira lo que dicen los grupos políticos sobre la cultura y sobre la libertad de expresión. No existe verdadera cultura ni esa  libertad real de expresión, que sería esa capaz de llegar a todos a través de  los medios sociales de comunicación pagados con nuestros  impuestos, y donde se pudieran decir  esas verdades que no se dicen ni  en los medios de comunicación   públicos al servicio de los que gobiernan, ni en los medios privados igualmente sumisos al Sistema, o sea: a los ricos conjurados.

Si tiene usted, amigo lector, algo claro y fuerte que decir contra alguno de los pilares  que conforman lo que venimos llamando “El Sistema”, incluso sin la intención explícita de quererlo derribar (valga la ironía), sino tan sólo de querer informar desde otro punto de vista quedará perplejo cuando vea cómo se le cierran las puertas de los medios de comunicación que no se sean algunos de los digitales como este mismo.

Y es que la verdad viene a ser un asunto de dividendos, y por tanto  propiedad privada de  clubs elitistas. Para ellos el  dinero es el rey y sus lacayos secuestran la verdad y administran la mentira.

Los lacayos nunca comprometen a sus señores. Y si lo hacen, son despedidos, arrinconados, puestos en la lista negra, y hasta asesinados por algún supuesto loco suelto. Esta es la práctica real de la libertad de expresión en las llamadas democracias. La diferencia con las dictaduras oficiales es que allí encarcelan o matan con amparo judicial  a quienes defienden la verdad: aquí simplemente se  les hace la vida imposible por parte de los pastores   en cuanto abandonan eso que se llama “lo políticamente correcto”, o sea, el rebaño y su canto de sumisión.

Si dirigimos nuestra mirada a la enseñanza, tan aparentemente  valorada por los políticos de turno,  tampoco a los alumnos en sus aulas se les permite expresar públicamente sus opiniones sobre la mala calidad de sus aprendizajes, la incompetencia de sus profesores o las deficiencias más que notables de los sistemas educativos que tienen que sufrir, donde una reforma sustituye a otra y la siguiente siempre es peor que la anterior y con menores recursos y menor número de profesores.

Todo esto  es lo que viene sucediendo en nuestras sociedades inmovilistas y antinaturales de la Confrontación, donde la mayor parte  del dinero que se necesitaría para la educación y el bienestar colectivo se invierte en necesidades del propio Sistema para perpetuarse. Especialmente escandalosa es siempre la inversión en armamento. Más escandalosa cuanto más pobre es un Estado.  Más peligrosa para los demás cuanto más rico.

El caso del gobierno español es un paradigma de la desvergÁ¼enza. Mientras arruinan al país nuestros necios de turno, acaban de gastar cincuenta millones en la compra de helicópteros. Gastos militares contra gastos sociales: política de necios. Sin embargo, los que nos han tocado desayunan con agua bendita, así que  podríamos preguntarles: ¿Es ético fabricar, comprar y vender armas como es costumbre en este país, arruinando a los más para enriquecer a minorías  fabricando y comerciando armamento  para matar a los semejantes?… ¿Alguna vez oyó usted esta pregunta en los medios de comunicación? Pero tal vez oyó que España tiene intereses en la fabricación de los famosos drones, lo último en sistemas de matar. Aquí todo se hace a lo grande, pero a hurtadillas, hasta que de pronto se levanta el telón y ya no  pueden ocultar el engendro.

Imagínese, amigo lector, que un vecino suyo fabrica en su propio edificio instrumentos para matar. ¿Estaría usted tranquilo en casa? ¿Aumentaría aún más  su intranquilidad si se enterase de que ha habido una matanza en su barrio usando las armas de ese vecino? Más aún: ¿Tendría usted la valentía de elegirle como jefe de escalera sabiendo que el armamento de que dispone puede hacer volar el edificio entero si los vecinos tienen algún enfrentamiento con él? O ¿tal vez estaría dispuesto a secundarle si le propusiera apoderarse de otro edificio para su particular provecho? Y finalmente ¿estaría dispuesto  a contribuir con el dinero de su trabajo para que su vecino belicoso adquiriese armas más  eficaces? Todo esto es lo que hacemos cuando votamos cada cuatro años.

Si quiere, reflexione sobre esto,  y transfiéralo a su propia realidad como ciudadano de un Estado que forme parte de la conjura mundial  de los necios armados-hasta-los-dientes.

Los que dirigen o apoyan las llamadas guerras preventivas, los máximos representantes del mal llamado sistema democrático, que hablan tanto de derechos humanos, terrorismo, y fanatismo religioso de otras religiones (¡naturalmente!),  asolan los países, exterminan a sus gentes y roban sus riquezas, no cesan de producir y elaborar estrategias políticas para vender armamento más anticuado que el propio.

Evitando competencias indebidas, venden armas para que otros se maten en terceros países, etc. y a la vez  se afanan en provocar, a través de sus servicios de inteligencia, sus espías, diplomáticos y gentes por el estilo, conflictos internos y enfrentamientos bélicos entre clanes de esos mismos países, en el propio interés de su industria criminal del armamento y afines; países a los que finalmente tutelan, controlan, endeudan y los convierten en satélites después de masacrar a cientos de miles de personas civiles y destruir familias hogares y modos de vida.

¿Estamos hablando de Estados civilizados o de una conjura de necios bárbaros?  Estos que  se autodenominan “civilizados”, son los mayores fabricantes de armas de destrucción masiva y lo que es mucho peor: las utilizan. Para mayor sarcasmo, cuanto más “civilizados” se consideran los países a sí mismos, más y más mortíferas resultan sus armas, y más a menudo comprueban que funcionan sobre las cabezas de sus víctimas.

Pero los gobiernos  insisten en celebrar cada 30 de enero el Día de la paz  en todo Occidente, y los niños, incluidos los hijos de los pilotos que lanzan las bombas sobre lejanas ciudades dormidas y los hijos de los trabajadores de la industria de armamento que fabrica las bombas, se concentran junto a sus profesores en los patios de todos los colegios del mundo para escuchar bellos poemas sobre la paz, entonar canciones de paz y soltar globos con bellos deseos de amor universal.

La idea sería maravillosa si hubiera partido de ellos mismos. Pero no: se trata de actos promovidos por los Estados para ofrecer al mundo la imagen de que se educa en la paz a sus escolares, y, de paso, convencer a las familias de los mismos de que su gobierno defiende la paz. Por tanto, si la nación alguna vez hace la guerra debe estar fuera de duda que lo hace contra la voluntad de su jefe de Estado y de todos sus ministros y delegados, que son personas a amantes  civilizadas y amantes de la paz de paz . Hasta  se dan premios Nobel de la Paz a dirigentes belicistas de primera filas en  las guerras internacionales.  Y como eso no es más que un mal y cínico teatro, el mundo no cambia nada a pesar de tantas celebraciones y premios por la paz.

Los civilizados

La mayoría de la gente que ha despertado mínimamente sabe que  algunas de las condiciones precisas para ser civilizados serían el poseer una buena estructura educativa, unos buenos planes de estudio con unos buenos contenidos académicos y éticos, una libertad cultural y de expresión que garantice el derecho a ser y pensar diferente en cualquier aspecto, una buena convivencia entre los miembros de la comunidad (incluida la educativa) basada en el respeto entre las personas independientemente de sus títulos profesionales, estatus social o académico, edad, género, raza, religión, etc. Reglas del juego social  basadas  en  cooperación, justicia social, acceso igualitario a la gestión pública, derecho a revocar a los mandatarios corruptos, al trabajo, a la vivienda y a la vejez atendida.

Y aunque algunos de estos  derechos sean reconocidos por los Estados, y aún alardeen de que se cumplan, sólo hay rastros de todos ellos, esperando que la democracia civilizada sea más profunda y los garantice en su totalidad.

Mientras tanto, y en espera del milagro, podemos preguntarnos: ¿hasta cuándo podremos soportar la conjura de los necios?

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.