No deja de ser irónico que si traducimos al español el nombre de una de las principales agencias de calificación dedicadas, entre otras cosas, a calificar la deuda soberana de los países su nombre sea Estándar y Pobres (Standard & Poor’s). Por eso no debería extrañar que Standar & Poor’s se dedicase a “Estandarizar a los pobres” para así tenerlos mejor controlados.
Si consideramos los diversos factores que combinan el poder obtenido como agencia de calificación mundial con la importancia otorgada a la misma, se entiende que sus ratings generen entre los gobiernos actitudes similares a la de los estudiantes ante una baja nota en un examen, mirando la del resto de la clase para así poder justificarlo en casa diciendo aquello de: “pues mi cinco pelado no está tan mal, porque han suspendido a casi toda la clase”. Así resulta que acaba siendo como un circo romano en el que cada país busca con su mirada al Cesar de las calificaciones, rezando para que señale vida con su pulgar hacia arriba en forma de AAA+.
Estos sistemas en los que agencias con intereses manifiestos aprovechan su posición para atizar el fuego de la especulación, me recuerdan a esas situaciones en las que “el amigo entendido” acompaña a su amigo comprador para que el vendedor no se aproveche de él, pero en realidad buscan devaluar el producto para sacarlo a precio de chollo. Usando la lógica sería razonable pensar que agencias americanas como Standard & Poor’s, ante una crisis mundial en la que el Dólar y el Euro se enfrentan en los mercados internacionales, no serán en absoluto imparciales ni objetivas y que frecuentemente para que “sus amigos consigan chollos” hagan anuncios de posibles rebajas de rating allí donde interese que baje.
Lamentablemente y como pasa siempre, las cosas se venden al precio que los compradores están dispuestos a pagar, y por eso lo europeos estamos obligados a bailarles el agua a estas agencias, tal vez por eso su sede corporativa esta en Nueva York en el 55 de Water Street, que volviendo a traducirlo es la calle agua, y lo del cincuenta y cinco ya saben, para poder hacer a quien les plazca la famosa rima del cinco… dos veces.
Según declara esta misma agencia en su web “Una calificación de crédito es la opinión de Standard & Poors sobre la calidad crediticia general de un deudor, o la solvencia de un deudor con respecto a un título de deuda en particular u otra obligación financiera”. Por lo que me parece un despropósito concederles más importancia que la que ellos mismos declaran tener, la de opinadores. Tal vez así se explica cómo estos “expertos” no vieron la crisis, aunque yo más bien soy de la idea de que son los impulsores de la misma, con la ventaja añadida de carecer de responsabilidad legal por ser sólo “opinadores”. El problema realmente es de quienes toman una opinión por una verdad absoluta y consideran que estas agencias son más fiables de lo que realmente son.
Al final, todo esto consiste en ver quién tiene el mango de la sartén en su mano. Es como lo que nos pasó a los ciudadanos de a pie cuando compramos nuestra casa hace no tanto y el banco nos obligó a pagar a un tasador que dictaminase su valor. Esa agencia tasadora era una agencia concreta que nos imponía el banco porque debía estar homologada con la entidad. Así es que la agencia decía y el banco admitía, pero cuando no se han podido pagar las hipotecas y se han ejecutado los embargos, las viviendas ya no cubren la deuda porque ahora vuelve a valer lo que diga el banco, y así ni el banco que homologó a la agencia tasadora ni la agencia misma aceptan su responsabilidad en el error de valoración, porque fue “sólo una opinión”.
Alguien le dio a las agencias de rating el mango de esta sartén y ahora nos están convirtiendo en “pobres estándar” a base de sartenazos y eso es algo que deben solucionar de forma urgente los gobiernos europeos.