Como “Apocalipsis” es una palabra que evoca tremendismos, es preciso aclarar que no significa el fin de nuestro Planeta (que de todos modos habrá de llegar algún día cuando se apague este Sol) ni tampoco nuestro exterminio (pues somos almas inmortales, y siempre dejamos los cuerpos alguna vez cuanto “toca”) sino del fin de este mundo materialista, de esta civilización antinatural construida por egocéntricos violentos, avariciosos, sedientos de poder y honores y seguidos por todos los que les sirven como a dioses a los que imitar y obedecer, siendo como ellos egocéntricos, avariciosos, deseosos de ser servidos, etc.
En febrero de 2001 un mensaje de Dios Padre a través de la profetisa Gabriele de WÁ¼rzburg nos exhortó a dar la vuelta, a dejar de matar y comer animales, y otras indicaciones y anunció textualmente:
«EL APOCALIPSIS MUNDIAL HA COMENZADO»
A muchos les puede sorprender que Dios mismo se manifieste en nuestro tiempo, pero ¿no hubo siempre profetas? Y por otro lado, si admitimos la existencia de Dios, ¿no veremos normal que nos advierta y no abandone a Sus hijos en momentos tan difíciles como estos?
Algunos culpan a Dios de no intervenir en este cambio de Era que para muchos resulta dramático, lo mismo que para los animales y la Naturaleza toda; pero la injusticia global, los horrores infinitos, el cambio climático, el exterminio de especies, y tantas cosas más ¿no son obra humana? ¿Tendría que venir Dios y tomar por asalto nuestro libre albedrío, como hacen los gobiernos, enemigos todos ellos de Dios? Y si tal hiciera, nos rebelaríamos y diríamos que no somos marionetas de Dios, que queremos nuestra libertad. Pero la sagrada libertad que Dios nos respeta porque forma parte de Su Ley, supone que somos responsables de nuestros actos.
Existe la Ley de Causa y efecto, que actúa en todos los planos: tanto en el mundo físico como en el mundo del espíritu. Creamos o no en Dios y en los profetas, esta ley de siembra y cosecha se cumple y vemos hoy las consecuencias de los actos de la humanidad durante milenios. La medida se ha colmado, y ahora toca cosechar, sufrir los efectos de arrojar piedras a nuestro tejado.
Andamos sumidos en un proceso que pone en evidencia que hemos tocado fondo, que la energía positiva prestada a la humanidad para su evolución por nuestro Creador la hemos transformado en energía negativa en su mayor parte, y que con esta cantidad de energía negativa no se puede construir nada positivo, sino que entramos en un proceso de autodestrucción como no seamos capaces de dar la vuelta y cambiar el modo de pensar egocéntrico que nos ha llevado, miremos donde miremos, a la destrucción de de personas, recursos naturales, empleos, bienestar, salud, derechos, medio ambiente y un largo etc. ¿Quién no reconoce en todo esto la presencia de los famosos “Cuatro Jinetes” del Apocalipsis: Hambre, Peste, Guerra y Muerte? Y nosotros- y no Dios- les hemos dado suelta por el mundo porque son creación nuestra.
Para cada uno de nosotros, el Apocalipsis puede ser un golpe del destino o alguna clase de situación negativa que viene a ser la consecuencia final de todo lo que hacemos, sentimos y pensamos a diario, pues todo eso es energía y ninguna energía se pierde, como ya sabemos, y vuelve a su emisor. Por eso cada uno es responsable de sus propias emisiones y cada cosa que nos sucede y nos hace sentirnos felices o sufrir es cosecha que recogemos de actos anteriores. Como no podemos dejar de pensar, sentir y hacer, a cada instante sembramos para cosecha posterior. Y de tales siembras, tales cosechas. Como se dice: de aquellos polvos, estos lodos.
¿Casualidad o causalidad?
La inexorable ley de Causa y Efecto invalida la idea de que existe la casualidad, en vez de la causalidad. Si la energía que mueve el Universo fuese casual, todo sería aleatorio, incierto, una vez de un modo, la vez siguiente de otro, tal vez. ¿Cómo podría existir sin orden causal el universo, e incluso el funcionamiento de nuestro propio organismo físico de cuyas funciones no tenemos que ocuparnos, pues ya se ocupa la energía divina ordenadora?
Hay quien vive en lugares del Planeta donde está a salvo físicamente mientras a otros el mundo se les viene encima de pronto. Hay personas que viven razonablemente contentas y felices en el mismo instante en que otras sufren tremendos dramas personales, pues si de algo no estamos a salvo es de nosotros mismos, de nuestra alma y de su cosecha. Si es buena, solo podemos estar agradecidos, y si no lo es, sin duda que necesitamos corregir nuestra forma de pensar, sentir y actuar, dar la vuelta de nuestro egocentrismo como nos pide Dios mismo.
Lejos del pesimismo, de algún género de sectarismo o del nihilismo antisistema y anti cultural convencionales que las mentes superficiales pueden ver, al hablar de Apocalipsis se pretende ser objetivos y huir de la exageración. Se trata de mostrar otros modos de mirar la realidad, que en estas páginas se hace desde la fuente del Cristo del Sermón de la Montaña, tan diferente de los usurpadores eclesiásticos; fuente de la que estos últimos reniegan pero que es la única puede conducir a una sociedad de la paz, la justicia, la igualdad y la fraternidad universal que tanto tiempo, tantas vidas – y tanto dolor,paradójica mente- precisa hasta hoy para construirse debido a los muchos obstáculos tanto personales como institucionales.
Los seres humanos, igual que tenemos en nuestra mano el hacha que corta el árbol, disponemos en nuestros corazones de las semillas que lo hacen brotar. Podemos elegir. Y esa elección determinará nuestra vida. El árbol de la vida, producto de la semilla del amor divino, es una especie delicada a la que conviene tratar igualmente con amor, verdad y decisión sin miedo a ser criticado por embusteros, usurpadores, sembradores de cizaña, y otras especies dañinas de enemigos de la existencia y, por supuesto, de Dios…Y con la palabra Dios no me refiero al dios pagano de la Iglesia católica y sus hijas históricas, que es el dios de los ricos, el dios de la venganza, el dios partidista y castigador de sus contradictorias y manipuladas Biblias, sino al Dios que crea, al Dios- energía, al Dios Amor que mantiene el orden del Universo, al Dios del que todos formamos parte como energías espirituales del mismo modo que nuestras células forman parte de nuestros cuerpos. Este es el Dios que advierte sobre el Apocalipsis y enseña el camino de regreso a nuestro verdadero origen, que no es un vientre materno, sino el hogar espiritual del que procedemos en el Reino de los Cielos. Este es el Dios que respeta nuestro libre albedrío aunque vayamos contra Á‰l; el Dios que ama y no el Dios que castiga, pues no existe el Infierno en el Más Allá. Sin embargo, aquí, en el más acá, existen todos los infiernos que hemos creado con nuestro alejamiento de las leyes divinas y de las leyes de la Naturaleza y que nos han conducido al Apocalipsis mundial al que ahora tenemos que enfrentarnos con el libro de nuestra vida y su saldo del debe y el haber según la ley de Causa y efecto, creamos en ello o no.
En nuestra mano está cambiar nuestro destino. No en la mano de Dios ni en la de nadie.