El desarrollo consiste en incrementar la producción para satisfacer las “necesidades” de consumo de la gente, inducidas por el bombardeo mediático.
Los representantes de los países emergentes reclaman un “derecho a desarrollarse”. Los países del Norte condicionan los “recortes” de sus emisiones a que los países en desarrollo claudiquen en su ascenso hacia la “modernidad”.
En la Cumbre de Poznan, los Estados que han ratificado el Protocolo de Kioto han fijado algunos plazos para reducir de manera significativa las emisiones. También han vuelto a dejar importantes decisiones para futuras cumbres. Ganan tiempo e intentan negociar condiciones a su favor.
Para cambiar ese orden de las cosas en materia medioambiental, quizá quepa plantear desde la sociedad civil lo que se entiende por “desarrollo”.
Los países emergentes se refieren al modelo de superproducción a partir de mejoras técnicas que extendió Europa a partir de su expansión hace 500 años. La falta de conclusiones prácticas y de acción en materia medioambiental de estas cumbres refleja el desfase del concepto de desarrollo en un mundo tan interdependiente. Sobre todo, es un modelo que pone en peligro la vida de millones de especies, incluida la humana.
El paradigma social y cultural basado en el consumo que ha cristalizado en todo el planeta depende de la producción cada vez más voluminosa de bienes. Hoy por hoy, la explotación de los recursos naturales sostiene ese modelo, que ha provocado el cambio climático. La tenacidad de la comunidad científica ha contribuido a la sensibilización en materia de cambio climático.
Sin embargo, los efectos de la producción de gases han eclipsado otras formas no menos importantes de degradación medioambiental y social en manos de la población mundial en su fiebre de recursos para ‘desarrollarse’. La puesta en peligro de especies como el atún rojo muestra la falta de voluntad de los Estados para regular su actividad pesquera. La creencia de que la destrucción del medioambiente es un mal necesario para el desarrollo convertirá muchas especies animales y vegetales en objetos de museo para nuestros hijos.
La sociedad desconoce en gran medida que un mineral llamado Coltan hace posible la existencia de mucha de nuestra tecnología punta moderna. El 80% de las reservas de ese mineral están en el Congo, asolado por guerras internas promovidas desde fuera y donde niños mal alimentados arriesgan su vida para extraer el codiciado mineral.
Uno ve que no hay en las calles de la ciudad más espacio para los coches. Luego lee en los periódicos los titulares que alarman no tanto por los despidos de trabajadores del sector automovilístico, sino por el descenso en las ventas de coches. Luces encendidas día y noche en las grandes superficies comerciales, más ahora por la Navidad, gente con iPODS, teléfonos móviles, computadoras portátiles, las agendas electrónicas por todos lados. La costumbre nos ha amortiguado la sensibilidad, como sostenía Kant. Pero a veces dan ganas de preguntar si necesitamos todo eso para vivir o si, más bien, vivimos ya para todo eso y pensamos que no podemos hacerlo de otra manera.
Sin embargo, es difícil resistir los embates externos; más fácil resulta ponerse los audífonos del iPOD para dejar de pensar. De eso tratan el modelo de consumo y los medios de comunicación de masas: bombardear para no dejar tiempo para pensar. Un poco de noticias de crispación política entre uno y otro partido. Luego catástrofes naturales, otro poco de violencia machista, otro tanto de deportes, un poquito de guerra en Oriente Medio y de terrorismo. Para rematar, un espacio considerable dedicado al clima, provincia por provincia, como si nuestro subconsciente delatara nuestra responsabilidad en los gritos de un planeta herido de tanta ceguera humana.
No se trata de ningún planteamiento “antisistema”, sino de pararse a pensar el sentido de las cosas ahora que comienza un nuevo año y se presenta una nueva oportunidad para intentar ser mejores. Ser mejor no es tener más, sino necesitar menos.
Carlos Miguélez Monroy
Periodista