Dicen algunos que las gentes formulamos juicios morales por intuición, que no tenemos razones y argumentos para defenderlos, sino que tomamos posiciones en un sentido u otro, movidos por nuestras emociones: las gentes asumimos unas posiciones morales u otras sin saber por qué lo hacemos, nos faltan razones para apoyarlas. Cuando lo cierto es que en nuestras tradiciones éticas podemos espigar razones más que suficientes para optar por unas u otras, aunque se trate de cuestiones nuevas. Conocer esas tradiciones y aprender a discernir entre ellas es de primera necesidad para asumir actitudes morales responsablemente, para poder dialogar con otros sobre problemas éticos y para innovar.
Esto no se consigue en un día, sino que requiere estudio, reflexión, diálogo abierto. Ese era el propósito de una asignatura, presente en el currículum de 4º de la Enseñanza Secundaria Obligatoria desde hace un par de décadas. Se llamó primero Á‰tica. La vida moral y la reflexión ética, ahora lleva el nombre de Educación ético-cívica, y hay que decir que ha permanecido a través de los cambios políticos. Sólo antes de que naciera se planteó el problema de si la ética era una alternativa a la religión, o si más bien era común a todos los alumnos, mientras que la religión quedaba como optativa. Afortunadamente, esta segunda fue la solución, y desde entonces ningún grupo social y ningún partido político han puesto en cuestión su presencia en la escuela.
Es lamentable que desaparezca en el Anteproyecto de ley orgánica para la mejora de la calidad educativa, cuando la calidad debería consistir en formar personas y ciudadanos capaces de asumir personalmente sus vidas desde los valores morales que tengan razones para preferir, no sólo en que los alumnos adquieran competencias y conocimientos para posicionarse en el mundo económico. Si se trata de “lograr resultados”, ayudar a formar una ciudadanía responsable es un resultado óptimo y además es el único modo de contar con buenos profesionales.
Un buen profesional no es el que domina técnicas sin cuento, sino el que, dominándolas, sabe ponerlas al servicio de las metas y los valores de su profesión, un asunto que hay que tratar desde la reflexión y el compromiso éticos. Justamente la crisis ha sacado a la luz la falta de profesionalidad en una ingente cantidad de decisiones, el exceso de profesionales que utilizaron técnicas como las financieras en contra de las metas de la profesión, en contra de los clientes que habían confiado en ellos.
En un sentido semejante se pronuncia el economista Jeffrey Sachs al afirmar al comienzo de su último libro, El precio de la civilización, que “bajo la crisis económica americana subyace una crisis moral: la élite económica cada vez tiene menos espíritu cívico”. Y lleva razón, nos está fallando la ética, esa dimensión humana que no sólo es indispensable por su valor interno, sino también porque ayuda a que funcionen mejor la economía, la política y el conjunto de la vida social. Hace falta en la educación una asignatura que se ocupe específicamente de reflexionar sobre los problemas morales, conocer las propuestas que nuestras tradiciones éticas han aventurado, y razonar sobre ellas para acostumbrarse a adoptar puntos de vista responsablemente.
Claro que una modesta asignatura no basta para resolver todos los problemas, pero una sociedad demuestra que una materia le parece indispensable para formar buenos ciudadanos y buenos profesionales cuando le asigna un puesto claro en el currículum educativo, no cuando la diluye en una supuesta “transversalidad”, que es sinónimo de desaparición. Y más si ese puesto es el que ahora tiene, 4º de la ESO, un momento crucial en el proceso educativo.
Una sociedad no puede renunciar a transmitir en la escuela su legado ético con toda claridad para que cada quien elija razonablemente su perspectiva, porque es desde ella desde la que podemos juzgar con razones sobre la legitimidad de los desahucios en determinadas ocasiones, sobre la obligación perentoria de cumplir los objetivos de desarrollo del milenio, sobre la injusticia de que las consecuencias de las crisis las paguen los que no tuvieron parte en que se produjeran, sobre la urgencia de generar acuerdos en nuestro país para evitar una catástrofe, sobre la indecencia de dejar en la cuneta a los dependientes y vulnerables. Es desde esa dimensión de todo ser humano llamada vida moral desde la que se decide todo lo demás, una dimensión que es personal e intransferible, pero tiene que ser también razonable.
Adela Cortina
Catedrática de Á‰tica y Filosofía Política de la Universidad de Valencia