Se dice que todos los miedos se resumen en uno solo: el miedo a morir. Pero se puede morir hasta por el miedo a morir…
…y eso lo vemos a diario en los naufragios de quienes huyen de sus países en guerra hasta el punto de jugarse la vida en ese trance, pues un miedo puede superar a otro miedo y producir tragedias, como estamos viendo en el Egeo y en Idomeni. Pero estas tragedias no las producen los ciudadanos, sino los villanos. En este caso, los de los altos sillones de Europa.
Los villanos de Europa
En su deriva progresiva hacia estados policiales, los gobiernos europeos no ceden a las presiones de la ciudadanía más solidaria, a los voluntarios y a los organismos defensores de los derechos humanos poniendo en marcha deportaciones masivas contra los que acuden a sus fronteras angustiados en busca de asilo y seguridad a causa de unas guerras de las que la propia Europa no es inocente, sino cómplice, lo cual le hace doblemente culpable.
Pero aquí se vive también otra tragedia: la de la clase obrera y las clases medias que ven cómo se pierden todos los derechos y el bienestar conseguidos en decenios con muchos sacrificios y hasta con muertos, lo que está suponiendo un golpe de estado permanente perpetrado por los ricos y sus banqueros contra el porvenir de jóvenes y ancianos. Y si esto se hace con las gentes de casa, ¿extraña que se hagan cosas aún peores con los foráneos?
Europa y sus ciudadanos cavernícolas
Por desgracia para todos, a este poder político degenerado le acompañan muchos ciudadanos igualmente cavernícolas que tienen miedo a ser invadidos por desconocidos, a quedarse sin trabajo, o a otras amenazas igualmente subjetivas.
Entre tanto continúa el goteo de muertos en el mar y la dramática desesperación de decenas de miles de mujeres, niños y ancianos que huyen de un infierno para caer en otro organizado por apoltronados políticos, muchos de ellos “pillados” en los infames papeles de Panamá.
Todo un ejemplo para que muchos despierten al ver en manos de qué gente estamos, y no solo en Europa.
Son urgentes leyes protectoras y efectivas y ayudas urgentes para los refugiados, dejarles pasar a este continente poblado cada vez más por viejos al que le vendría muy bien nueva savia, y en primer lugar poner fin a estas guerras criminales, porque estas muertes y sus consecuencias sociales y humanitarias son inadmisibles y crueles y revelan el más alto grado de miseria moral que hemos conocido en siglos.
La vieja Europa ha perdido hasta el barniz de sus teóricos y tibios principios
¿Pues dónde está esa pretensión de civilización supuestamente cristiana que este continente ha estado vendiendo al mundo durante siglos mientras amparada en su doble moral invadía países y establecía imperios garrapata? Pero ya ni el barniz queda, y no hay más principios religiosos que el culto al Becerro de oro, que es la religión oficial real de Iglesias y gobiernos aquí y en todo el mundo, tan enfermos todos de un materialismo grosero ya en estado terminal.