La disputa entre Madrid y Barcelona por la obtención de los favores del magnate de Las Vegas que quiere abrir una especie de ciudad del ocio en pequeñito, con potencialidad de convertirse en algo similar a la ciudad estadounidense, ha puesto de manifiesto que cuando el dinero llama a la puerta, nadie se anda con zarandajas legales y los políticos rinden pleitesía al inversor.
Y es que Sheldon Aldeson, que así se llama el tipo, exige una serie de condiciones, centradas casi todas en la flexibilidad fiscal y en la libertad urbanística casi absoluta, que chocan frontalmente con la legislación vigente en nuestro país, la cuál, será adaptada, sin duda para satisfacer las demandas de Aldeson en beneficio, supuestamente, del conjunto de la sociedad.
Lo que llama la atención es que si estas rigideces que se van a romper en favor del dinero que viene de fuera no son esenciales para el funcionamiento de la economía, ¿por qué existen realmente? Porque puestos a reflexionar sobre el asunto, un empresario español sin la capacidad de negociación de Aldeson, es decir, sin su dinero, que quiera iniciar un proyecto de inversión se tendría que enfrentar con las trabas burocráticas que ahora desaparecen ante el proyecto de Eurovegas, lo cuál no deja de ser un ejercicio clara competencia desleal.
Es bueno que abramos nuestra legislación para permitir que la inversión extranjera se instale en nuestro país, pero es igualmente necesario que esa legislación sea igualmente permeable a los deseos e intenciones de inversión de empresarios nacionales de menor tamaño que se ven en la obligación de cejar en su empeño por culpa de rigideces absurdas o restricciones innecesarias.
Pongamos la alfombra roja al dinero que viene de fuera, sin duda, pero extendámosla también al dinero que se genera dentro de nuestras fronteras, el cuál necesita de la misma disponibilidad de las autoridades para conseguir generar empleo y crecimiento económico.