¿Qué sería de mayor el pequeñito?
– Su padre que teniente
– Su madre Obispo
– El abuelo ingeniero
– La abuelita abogado
– y el niño malo dijo:
«quiero ser vago»
Ea la nana, ea…
(Nana del niño malo, Pablo Guerrero)
Hace ya unas cuantas décadas que el trovador extremeño Pablo Guerrero escribió y puso música a un poema, que llevaba por título “Nana del niño malo”, que finalizaba de esa manera; en ella hacía exaltación, apología de la transgresión, y también de la vagancia: aquello que ahora se llama gente “ni-ni” y que durante mucho tiempo se llamaban “niños de papá”, y que durante siglos se nombraban como “hidalgos”… La canción pertenece a un disco que llevaba por título “a tapar la calle” que fue editado a finales de la década de los 70, del siglo pasado. Eran muchos los que vibraban con canciones “protesta” como ésta, en la que se invitaba a la transgresión, a la desobediencia, a la contestación, en la que se invitaba a vivir otra forma de vida… Pero ¿de veras era –es- tan nueva?
Cuando uno se adentra, se sumerge en la Historia de España, acaba descubriendo que esos “anhelos de libertad” no son tan nuevos, y que están muy arraigados en nuestra cultura, y que se remontan muchos siglos atrás. Desde casi siempre en España hubo “hidalgos”: los hijos de “alguien”, gente de rancio abolengo, vamos, “con pedigrí”, con escasos o nulos recursos, y rentas, pero exentos del pago de determinadas obligaciones tributarias, debido a la prestación militar, que les confería el derecho de portar armas; exentos de las cargas y tributos que por supuesto sí estaban obligados a pagar en cambio los plebeyos. Los hidalgos participaban de la idea de que eso de “trabajar” no iba con ellos, que tal cosa era indignante, y que aquello era obligación de gente de baja estofa, y que ellos por estar hechos de otra pasta, y ser gente de alta cuna, estaban exentos de emprender actividades que les obligaran a “trabajar con sus manos”, ni aunque fueran pobres, para conseguir alguna renta que les permitiera llevar una vida digna… Hasta tal punto era “así” que tales individuos (que en muchos momentos llegaron a ser más del diez por ciento de la población española) se convertían en “pobres de solemnidad” y caían en la pobreza más extrema, con tal de no perder su “hidalguía”.
Ni que decir tiene que, tal corriente de opinión –que no era precisamente minoritaria- llevaba implícita la idea de que era la sociedad, “papá-estado” quien debía mantenerlos, conseguirles casa, ropa, comida, atención médica y hospitalaria, y, ¡cómo no! también organizarles eventos festivos, lúdicos y de toda clase; pues su “felicidad” debía serle facilitada por el estado-providencia; aquello que ahora llaman “estado del bienestar”… Quien piense que esto que cuento es un pelín exagerado, es seguro que ignora que incluso llegaron a organizarse hermandades de beneficencia, redes de solidaridad, para que a los hidalgos no les faltara de nada, por supuesto, mantenidos con fondos privados y públicos, o semipúblicos.
Luego, como bien es sabido por quienes tienen conocimiento de la Historia de España, también estaban quienes alternaban la mendicidad con el bandolerismo, y en algunos periodos de tiempo se empleaban como jornaleros. Este esquema ha perdurado a lo largo de los siglos, y más desde que se expulsó o invitó a exiliarse a la población más productiva, a los artesanos, burgueses, campesinos que pertenecían a minorías religiosas, a las que hasta entonces se les permitían ocupar determinadas profesiones y ejercer determinadas actividades que eran consideradas indignas de los “cristianos viejos”…
Tras este repaso histórico, me viene a la memoria casi inevitablemente, lo que mi admirada Ayn Rand nos dice respecto de los “derechos individuales y colectivos”, de los “derechos humanos”, etc. Ayn Rand nos recuerda que hasta la revolución que dio como resultado los actuales Estados Unidos de Norteamérica, en ningún lugar del Mundo, que se sepa, se había considerado al hombre como un fin en sí mismo, y a la sociedad, como un medio para una coexistencia pacífica, ordenada y voluntaria de los individuos. Todos los sistemas previos habían sostenido que la vida del hombre pertenece a la sociedad, que ésta puede disponer de él como le plazca, y que toda libertad de la que goce sólo le ha sido concedida por gracia, por el permiso de la sociedad, que puede ser revocado en cualquier momento.
Los Estados Unidos manifestaron que la vida del hombre es suya por derecho (lo que significa: por principio moral y por su naturaleza), que la vida es propiedad exclusiva de cada individuo, y que la sociedad como tal no tiene derechos y que el único propósito moral del gobierno tiene que ser la protección de los derechos del individuo.
Ayn Rand también afirma que un «derecho» es un principio moral que define y confirma la libertad de acción de un hombre en un contexto social, y que de ello se deriva que “sólo existe un derecho fundamental (todos los demás son su consecuencia o sus corolarios): el derecho de toda persona a su propia vida”.
E insiste más aún:
“La vida es un proceso de acción autogenerada destinada a la propia sustentación; el derecho a la vida implica el derecho a entregarse a esa acción, lo que significa la libertad de llevar a cabo todas aquellas acciones que requiere la naturaleza de un ser racional para sustentar, mantener, realizar en plenitud y gozar su propia vida. (Tal es el significado del derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad.)
El concepto de «derecho» se refiere a la acción, específicamente, a la libertad de acción. Significa que un hombre debe de estar libre de toda compulsión física, coerción o interferencia por parte de otros.
En cuanto a sus conciudadanos, los derechos de un individuo no les imponen obligación alguna, salvo de índole negativa: abstenerse de violar sus derechos.
El derecho a la vida es la fuente de todos los derechos, y el derecho a la propiedad es la única forma de implementarlo. Sin el derecho a la propiedad, no es posible ningún otro derecho. Dado que un hombre debe sustentar su vida por su propio esfuerzo, el que no tiene derecho al producto de su esfuerzo no posee los medios para mantener su vida. El hombre que produce mientras otros disponen del producto de su esfuerzo es un esclavo…”
En la dirección ya apuntada, Ayn Rand en su libro “La virtud del egoísmo” nos indica que la Declaración de Independencia –de los EEUU- fijó el principio de que los gobiernos se instituyen entre los hombres para asegurar los derechos antes mencionados; y como lógica consecuencia el gobierno debe poseer como único propósito resguardar los derechos del hombre al protegerlo de la violencia física. En consecuencia, con la Declaración de Independencia se cambió la función del gobierno de su hasta entonces, rol de mandatario al de servidor. A partir de entonces, el gobierno fue concebido solo para proteger a los hombres de los criminales, y la Constitución fue redactada para proteger a los hombres del gobierno. La Declaración de Derechos no fue dirigida contra los ciudadanos, sino contra el gobierno, como una explícita declaración de que los derechos individuales sustituyen todo poder público o social.
El resultado fue la creación de una sociedad civilizada, entendiendo por tal, aquella en la cual la fuerza física está proscripta en las relaciones humanas, una sociedad en la cual el gobierno, actuando como policía, puede usar la fuerza sólo como represalia, y únicamente contra quienes iniciaron su uso.
Frente a este esquema de pensamiento y de acción, existe el modelo “colectivista”, intervencionista, que amparándose en un supuesto objetivo altruista, esclaviza y corrompe a los individuos.
Los regímenes colectivistas e intervencionistas, a la vez que saquean la riqueza de una nación, que se lleva a cabo generalmente por medio de la inflación de su moneda, también realizan un proceso de la inflación aplicado al área de los derechos; el crecimiento del número de «derechos» hace que la gente no se dé cuenta de que se invierte el significado del concepto. Así como el dinero “malo” desaloja al bueno, estos «nuevos derechos» niegan los derechos auténticos.
El «truco» consiste en desviar el concepto de los derechos del terreno político al económico.
¿Debemos considerar que existe el “derecho” a un buen empleo, y que esté bien remunerado, que permita a cada persona llevar una vida digna, decente?
¿Debemos considerar que existe el “derecho” a poseer, cada familia, una casa decente?
¿Debemos considerar que existe “derecho” a una atención médica adecuada y a la oportunidad de lograr y gozar de buena salud…”derecho” a una protección adecuada para evitar problemas económicos en la vejez, o ante la enfermedad, o por accidentes y por desempleo… y qué decir del “derecho” a una buena educación?
Inmediatamente surge otra pregunta, de forma inevitable: ¿A costa de quién?
Los empleos, los alimentos, la vestimenta, la recreación, las casas, el cuidado médico, la educación, etc., no surgen espontáneamente en la Naturaleza. Son valores (bienes y servicios) producidos por el hombre.
¿Quién debe proporcionarlos?
Cualquier supuesto «derecho» de un hombre que requiere la violación de los derechos de otro no es ni puede ser un derecho. Ninguna persona puede tener el derecho de imponer a otra una obligación no elegida, un deber no recompensado o una servidumbre involuntaria. No existe «el derecho a esclavizar». El derecho de una persona no incluye la materialización de ese derecho por parte de otras personas; sólo incluye la libertad personal de lograr esa materialización a través del propio esfuerzo.
No es lo mismo el derecho a la búsqueda de la felicidad, que el derecho a la felicidad. Todo el mundo tiene el derecho a emprender las acciones que considere necesarias, u oportunas, para lograr su felicidad, pero eso no implica que otros deban hacerlo.
El ‘derecho a la vida’ significa que toda la gente tiene el derecho a intentar llevar una “buena vida” por medio de su propio trabajo (en cualquier nivel económico, tan elevado como su habilidad se lo permita), no que los demás deban facilitarle una vida feliz, satisfaciendo sus necesidades.
No existe ‘el derecho a un empleo’, sino sólo el derecho a la libre contratación, es decir, el derecho de un hombre a aceptar un trabajo si otro elige contratarlo.
No existe el ‘derecho a una casa’, sino únicamente el derecho a trabajar en libertad para construirla o comprarla.
No existe el ‘derecho’ a un salario ‘justo’ o a un precio ‘justo’ si nadie está dispuesto a pagarlo, a ocupar a un hombre o a comprar su producto. No existen los «derechos de los consumidores» a la leche, el calzado, el cine o el champán, si ningún fabricante decide producir tales bienes (sólo existe el derecho de fabricarlos uno mismo).
No existen los ‘derechos’ de grupos especiales, ni los ‘derechos de los campesinos, de los trabajadores, de los empresarios, de los empleados, de los empleadores, de los ancianos, de los jóvenes…’
Sólo existen los derechos del hombre, que son propiedad de cada hombre individual y de todos los hombres como individuos.
El derecho a la propiedad y el derecho al libre comercio son los únicos ‘derechos económicos’ del hombre (que, de hecho, son derechos políticos). No puede haber una ‘declaración de derechos económicos’. Es especialmente llamativo que los defensores de estos últimos prácticamente han destruido los primeros.
Y ya para terminar, una última reflexión (también de Ayn Rand):
Potencialmente, un gobierno es la amenaza más peligrosa a los derechos del hombre, ya que tiene el monopolio legal del uso de la fuerza física contra víctimas legalmente desarmadas.
Un gobierno es el enemigo más mortal del hombre cuando no está limitado y restringido por los derechos del individuo.